El hábil guerrero Ninja sólo porta en su hatillo aquello que le es útil. Vive con sencillez, no necesita acumular.

 

Numerosas son las ocasiones en las que una madre moderna, del siglo XXI y con conexión a Internet ha de resistir la tentacion de coger un trozo carcomido por las termitas de palet de obra y hacerse con el un jardín vertical que se caga la perra. Es que ahí, en las fotos, la cosa parece fácil, pero cuando una tiene dos manos izquierdas ( y es diestra) y la misma  concepción espacial del escarabajo de la patata pues el tema se complica un poco.

 

La cosa viene de lejos, no se crean. Una, que es polifacética, trabajó bastantes años como monitora de campamentos y, aunque nunca llegué a codearme con la élite perroflauta del momento, si que asimilé el concepto principal del trabajo en los talleres con niños: Reciclar y reutilizar, esto último preferentemente. Así que cuando pasábamos un presupuesto para un campamento a un ayuntamiento o a una asociación de vecinos, teníamos en cuenta que muchos de nosotros llevábamos meses en casa guardando tetra briks y cartones de huevos a fin de hacer con ellos desde carpetas hasta sombreros. Ecológico y económico.

 

Cuando llegó el momento en el que mi hijo mayor fue capaz de sostener un lápiz sin chuparlo aproximadamente diez minutos decidí que estaba preparado para hacer cuencos de fruta con un globo y papel maché. El resultado, obviamente, quedará grabado en una pared para siempre a modo de bajo relieve rupestre. Pero yo, inasequible al desaliento y con la inocencia que te da el ser madre primeriza, insistí en hacer nuestros propios juguetes reciclados, tanto que ahora me doy cuenta de que he creado un monstruo.

 

Viviendo en mi casita de papel


 
Todo lo recoge, todo es susceptible de ser convertido en un cohete, un coche o la casa de un gormiti. Es un visionario, el problema es que donde el ve un montón de posibilidades yo veo una caja de mierda. Pero me tengo que callar y alentarle, por supuesto, lo primero porque su creatividad crece por minutos y lo segundo es que ha sido culpa mía y no me entero nunca de que calladita estoy mas guapa. Y la verdad es que los comerciantes, particularmente los de lácteos, no ayudan nada. Ahora han sacado unos yogures líquidos en un envase que simula un muñeco, acabáramos. Por si no tenía yo suficiente con las cajas de cereales, los botes de cristal o las hueveras, ahora tengo un kilo de vasitos de yogur a la espera de que nos sentemos a ponerles ruedas y, a ser posible, hacer que se transformen en robots asesinos del espacio exterior. El es un visionario, pero yo no soy ingeniera, así que a ver que clase de engendro sale de ahí.

Gracias, señores comerciantes de yogures, por poner en el vasito la imagen de un dibujo animado. Mevoyacagaentodolosmuerto

Yo, de momento, y hasta que el síndrome del nido ataque y me de por tirar todo al cubo amarillo, me he comprado una pistola de termo adhesivo y me siento poderosa. Que Martha Stuart se agarre los machos.

¿Eh?  Tanto wasi tape, tanto wasi tape...un poco de basura y tenéis el mejor árbol de navidad de la historia

Un guerrero Ninja ha de estar entrenado para la sobrevivir en cualquier condición y sea cual sea su estado de salud.

 

Estoy constipada, buy condsdipada. El aire me entra solo por uno de los orificios nasales y en forma de un hilo tan fino que tengo que respirar por la boca, algo que sin duda ha favorecido el dolor de garganta que desde esta mañana de me alegra el martes. En condiciones normales, yo, que soy drogadicta, ya me habría enchufado media caja de frenadol y varios ibuprofenos, pero no vivo en condiciones normales. Lamentablemente mi afición a los fármacos y mi embarazo son incompatibles. No hay prácticamente nada que me pueda tomar, y aunque ayer traté de darle mucha pena al médico de mi curro (más conocido como el Doctor Pelucas) no conseguí sacarle mas allá de una receta de paracetamol, ni un mísero spray nasal, nada.

 

Estoy segura de que hay un millón de cosas homeopáticas que me puedo tomar, bien, me las puedo tomar, pero eso no quiere decir que vayan a funcionar. En realidad no hay tantos remedios naturales que te puedas tomar, he leído últimamente que el exceso de vitamina C es malo durante el embarazo, así que ni eso.

 

Por las mañanas me levanto, después de que prácticamente no he pegado ojo por el molesto problemilla que supone no poder respirar, me tomo un tan inocuo como inútil té con miel y me arrastro al trabajo haciendo un homenaje a Walking Dead. Tengo que ir porque a algún lumbreras se le ocurrió que, para evitar que los funcionarios nos fuguemos a las Bahamas cada quince días a pulirnos nuestros fastuosos sueldos, lo mejor sería que cualquier falta, justificada o no, conlleve la pérdida del 50 % del sueldo del día. Cuando llego, con los ojos vidriosos y la piel bajo la nariz en carne viva, hay una horda de niños de primaria que han venido con el único propósito de chillar tanto que logremos establecer dónde está el umbral del dolor en una persona con jaqueca provocada por la congestión, no en vano esto es un organismo público de investigación.

 

Al final de mi jornada laboral, me meto en el cercanías y caigo en coma profundo hasta la estación de Las Matas. Si no fuera porque el revisor suele pasar a esa altura yo estaría escribiendo esto ahora mismo desde Ávila. Recojo a los niños y me acurruco en el sofá entrando en un estado prácticamente vegetativo. Entre la neblina de mi mente acierto a ver toda suerte de cosas voladoras, desde patadas a trozos de mortadela con aceitunas o un perro salchicha enviado a propulsión en uno de los números estrella del “Afro Circo” nuestro nuevo juego favorito. Los muy mamones hasta le han hecho un casco con papel de plata.

 

En torno a las siete y media de la tarde consiguen que me incorpore haciendo uso de una frase que ninguna madre puede ignorar: “tengo hambre”. Abro la nevera y saco el tupper de arroz blanco del que llevamos tres días viviendo, mierda, no hay tomate. Consigo a duras penas hace una tortilla francesa cuando oigo abrirse la puerta y veo entrar al Samurai en medio de un rompimiento de gloria y rodeado de ángeles trompetistas y querubines en pelotas. Farfullo algo así como “ beboyadormir cadiño bañaniños dequiedobucho” y me meto en la cama vestida con un chándal de felpa y un forro polar. Hoy he logrado sobrevivir, pero el mañana es incierto, lo mejor será que me pille con, al menos, un par de horas de sueño. 

El hábil guerrero Ninja sabe que a veces, los deseos se cumplen, y que cuando se cumplen hay que vivir con ellos.

 

Como alguna que anda por ahí por el twiter, muy listilla y muy vasca y con mucha peineta ya ha adivinado, el ser humano que llevo alojado entre mi estómago, mi bazo y mis pulmones es una niña. UNA NIÑAAAAAAA, yuhuuuuu, yupiiiiiii, una niñaaaaaaaa.

 

Espera un momento, ¿una niña? Pero Madre ninja, criatura, ¿que sabes tú de las niñas? Si tu te has criado rodeada de primos, si tu le ladrabas a tu abuela cuando intentaba ponerte el vestidito de nido de abeja, si tu jugabas en el patio del cole a la Patrulla X y no a las princesas, si tu viviste la totalidad de tu infancia con el pelo cortado a tazón y vestida con un peto de pana, si tu conseguiste, después de patear insistentemente una vitrina del Corte Inglés, hacer la comunión vestida de marinerita. ¿Tu tienes idea de lo que se te viene encima?

 

Pensándolo bien, hay muchas cosas que va a ocurrir en torno a la crianza de una niña para las que yo no estoy ni remotamente preparada. Se que van a ocurrir porque he visto a mis amigas que tienen niñas rodearse de princesas Disney, joyas de plástico, sobredosis de rosa y purpurina y bailes modernos de dudoso gusto. Hay ciertas cosas que, independientemente de cómo eduque yo a mi hija, van a ocurrir, y van a suponer un reto inmenso para mí:

 

-          Hacer pis en el parque. A menos que diseñemos algo en estos próximos meses, cuando la niña se haga pis en cualquier lugar que no sea el baño de mi casa, la logística y el procedimiento no van a tener nada que ver con lo que tengo por costumbre y llamo coloquialmente “saca la chorrilla y mea”. Ayer mismo asistí acongojada a cómo un padre tenía que ayudar a su hija a hacer pis en un descampado al lado del parque, y la cosa que empezó reguleras acabó con el bienestar del lomo del buen señor y la limpieza de sus zapatos.

-          Peinarse. A una niña habrá que peinarla, digo yo. Es una cosa que intuyo, porque desde aquí confieso que yo a mis hijos no les peino. Llevan el pelo tan corto que no lo veo necesario, la verdad. Pero claro, o la llevo con el pelo igual de corto o me afano en hacer coletas, kikis y similares, y lo que es peor, le doy un curso al Samurai, que es el incauto que tendrá que llevarla a la guarde por las mañanas. O nos compramos un busto de la Nancy para practicar o le explico cómo funciona la aspiradora.


-          La etapa rosa. Me consta que madres que detestan el rosa con toda su alma y que jamás han vestido a las niñas de ese color, pasan, como un vía crucis, por la fase rosa de las nenas. No hay escapatoria. No se si está en el ADN o si se lo insertan en el cerebro por las noches, lo cierto es que hay un momento en el que ella quieres ser princesa de fresa y tu te quieres tirar por la ventana. Tengo mis esperanzas puestas en mis hijos y en su terapia de choque “dale golpes a este cubo con un palo mientras yo me lo pongo en la cabeza” para que al menos se convierta en Xena, la princesa guerrera.

-          Hablar. Por lo que he observado, las niñas llegan antes a expresarse correctamente y hablan con más claridad desde más temprano. Lo que me faltaba. Porque teniendo en cuenta que los hermanos ya están en la fase ¿Cómo se formó el mundo? ¿de dónde vienen las personas? ¿por qué se muere la gente? , en menos de dos años tengo una tercera vocecilla inquisidora preguntando por qué vuelan los aviones o por qué tienes ese tic en el ojo Mamá.

 

 

Aún con todas estas dudas, estoy feliz como una perdiz. Así soy yo de contradictoria, porque, si no querías mojarte los pies con pis ajeno, hacer kikis con cuatro pelos, comprar el disfraz de princesa Aurora o responder a mil preguntas de un mico de dos años, ¿para qué querías una niña? Pues para quererla mucho, ¿para qué sirven los hijos si no?



Es una de esas palabras maravillosas que despiertan el perro de Paulov que todos llevamos dentro. Es decir la palabra piojos y te pica la cabeza. Automático. Y yo, como estos días no solo he usado la palabra sino que he estado en contacto directo con los insectos neópteros a los que da nombre, me he rascado la cabeza hasta dejármela en carne viva y he llegado a someterme dos veces (sin necesidad, a mi no se me había enganchado) al tratamiento de vinagre y lendrera que me ha dejado este pelo desmochado y estos ojos de loca que luzco en la actualidad.

 

La cosa se destapó una soleada tarde de octubre mientras observaba yo, agarrada a la verja del colegio como un almonteño, a mi hijo en los últimos cinco minutos de su clase extraescolar de fútbol. De mi observación científica extraje que no es tan buen portero como medio centro (nota mental: gritarle al entrenador en el próximo partido que saque al niño al medio y se deje de gilipolleces) y que se rascaba la cabeza demasiado para mi gusto. De vuelta a casa, pare en una farmacia y blandiendo la tarjeta de crédito le grité a la farmacéutica que me diera TODO lo que tuviera para masacrar piojos. Entiéndanme, era la primera vez que me veía en esta situación y yo, además de muy fan de los productos químicos abrasivos soy un poco dada a la exageración. Finalmente la farmacéutica me hizo entrar en razón, y, aunque podía haber hecho el agosto a cuenta de mi visa, no se aprovechó de una enajenada mental y me vendió lo básico: producto pediculicida, champú, lendrera y un gorrito de plástico, todo en una caja.


Equipo completo anti piojos

Una vez en casa, sin mediar palabra, metí al Mayor en el baño y, en mi furor exterminador, derramé el producto sobre su pelo, su cogote, su espalda, sus ojos y su boca. Así, sin paños calientes. La criatura, con toda la razón, ángel mío, se quejaba amargamente (porque dulce, dulce el líquido ese no tiene que estar) y yo, después de enjuagarle bien, le prometí el oro, el moro y diez paquetes de cromos de fútbol. Luego, le senté en un banquito delante de la tele y le pasé pacientemente la lendrera el tiempo exacto que dura “Bob Esponja la película” , que si de normal se hace larga, no quiero contar cómo se hace mientras pasas el peinecillo y vas viendo caer los cadáveres de tus enemigos.
 
Ahí acabamos con el grueso de los bichos pero no con la psicosis. Andaba yo como un sabueso mirando cada dos por tres a mi hijo tras las orejas y con la suficiente preocupación para quejarme de los bichos en Twitter cuando los amigos de Nitview España se apiadaron de mí y me mandaron la lendrera con luz UV acoplada. Es una lendrera que incorpora un haz de luz ultravioleta que hace que las liendres y los piojos brillen bajo la luz de tal manera que son mucho más fáciles de localizar. Aunque des una pasadita por encima, si hay liendres se ven enseguida, con lo que me evito estar un rato despiojando al niño y viendo por enésima vez “Bob Esponja, la película”.
  
La Ledcom apagada






La Ledcom encendida



Ahora mi sistema de prevención de los piojos tiene tres pilares: Unas gotitas de aceite del árbol del te en el champú, un corte de pelo majete y una observación de control cada cuatro o cinco días con la Nitview Ledcom.  Y por lo pronto no hemos recaído, seguiremos informando.


Hoy, día en el que la comunidad educativa está llamada a una huelga general, es un buen día para reflexionar sobre la importancia de la educación, no solo la que podrá tener para nuestros hijos, sino la que ha tenido para nosotros. Un país es lo que es en función de la educación que reciben sus ciudadanos y en todo esto los profesores son uno d elos pilares principales. Pero si se les menosprecia, se les desautoriza, se les amenaza y se les cambia de centro cada curso, si se les baja el sueldo y se les coloca ante la sociedad como vagos y maleantes la educación que recibirá este país irá cada vez a peor. Un niño necesita profesores excelentes, bien preparados y motivados, sólo los mejores deberían hacer este trabajo y se les debería tratar en consecuencia como motores de la sociedad. Un niño necesita un superhéroe que le de clase, un campeón.




No se si salen los subtítulos en español en este video, os dejo el link con subtitulos

http://www.ted.com/talks/lang/es/rita_pierson_every_kid_needs_a_champion.html?source=facebook#.UmdqM-2UhGN.facebook




Como tengo mucho sueño y no puedo escribir nada más largo, os dejo este video


Un guerrero Ninja nunca subestima a su adversario, ni siquiera cuando es pequeño, muy pequeño, ridícula y desesperadamente pequeño.

 

Una bella joven, embarazada de su primer hijo, se apoya lánguidamente en la ventana y acaricia su vientre con ternura. Sonríe imaginando la carita de su bebé, su naricita, sus manitas y sus piececitos, cada uno de ellos con cinco preciosos deditos. Y cada dedito terminado en una minúscula, una jodidamente minúscula uña. Aquí es donde la romántica historia deriva inevitablemente en película de terror.

 

Cortar las uñas es una de las miles de cosas de las que nadie te habla cuando tienes un bebé, porque sudar a mares mientras, con mano temblorosa en lugar de con pulso de cirujano, intentas cortar una uña de menos de un milímetro y a la vez sujetas a un bebé al que su instinto primario de supervivencia le ordena “pelea o huye por tu vida, hay una loca sudorosa con unas tijeras” no es una preciosura monísima. Es una puta mierda.

 

Si estás en este punto, en el que el sueño rosa Disney se te ha ido al traste y al mirarte en el espejo no ves a la princesa Aurora sino a una desequilibrada ojerosa con pelos de idem, tranquila. Punto uno: eres una mujer normal y punto dos: de esto se sale. Yo misma, aunque no soy precisamente el ejemplo perfecto de mujer equilibrada y cabal, soy capaz de cortar semanalmente cuarenta uñas (excluyendo las mías propias) con un mínimo aceptable de daños personales a terceros. Procedo a plantear diversas opciones con respecto al corte de uñas extraídas de mi experiencia propia y de alguna que he ido escuchando por ahí.

 

-          Las manoplas: Vale, puedes esconder las uñas del recién nacido y no desesperarte al verlas, pero eso no quiere decir que no vayan a seguir creciendo. Tarde o temprano vas a tener que afrontar la realidad. Además acabas por darte cuenta de que las manoplas son la típica cosa que te cuelan con el primer hijo pero que su escasa practicidad y su poca durabilidad hacen que lleves al segundo con la cara como si durmiera en un saco con un gato rabioso.

-          La lima: Si eres negra, pesas 120 kilos, vives en el Bronx y llevas unas uñas de 40 cm. a lo mejor la lima te resulta útil. Si eres un bebé recién nacido con las uñas más finas que el papel de fumar, que se doblan hacia dentro ante la menor presión, va a ser que no. Que si, que lo pone en todas lar revistas para padres, pero a mi el tema de la lima no me funcionó. A lo mejor me faltan melanina, 60 kilos de peso y 40 cm de uñas, vete a saber.

-          Las tijeras: Esto si, no hay más remedio. Hay que echarle valor, meter lo que se pueda de los dedos por los ridículos agujeros, respirar hondo, santiguarse tres veces (cuidado, con la mano que no tenga las tijeras, que al final tenemos una desgracia) y al lío. Hay gente lista que lo hace cuando el niño está dormido, minipunto para ellos, y luego hay gente obtusa como yo, que se empeña en hacerlo después del baño, como si las uñas necesitaran estar aún más blandas.  Para llevar a cabo la operación son necesarios al menos dos adultos. Uno, el de mayor peso y poderío físico, al que llamaremos “el inmovilizador” y otro, el que tenga los dedos más finos, al que llamaremos “el ejecutor”. El inmovilizador debe tratar, con cariño y delicadeza, de que el niño se mueva lo menos posible para que el ejecutor corte dónde hay que cortar. Después de tres cuartos de hora de canciones, entretenimientos varios tipo “mira el pajarito” y acciones desesperadas “si yo también me corto las uñas y no lloro”, uno consigue su objetivo hasta aproximadamente la semana que viene.

-          El cortaúñas. Yo ya he llegado aquí, y mi vida es algo más sencilla. Tampoco puedo decir que mis hijos se sienten alegremente tendiéndome las manos como si esto fuera un nail salón cualquiera  de Nueva York, pero al menos he dejado de recibir patadas en la cara, una cosa de mucho agradecer. Cortar las uñas de los pies sigue siendo más complicado que las de las manos, aunque presentan la ventaja de que crecen más lentamente y no hay que pasar por la tortura tan a menudo. Las de las manos, en cambio, como cualquier madre con hijos en edad de rebozarse en el patio del colegio sabrá, no solo hay que cortarlas sino que hay que mantenerlas limpias, un trabajo titánico dado que, al parecer, las uñas segregan una sustancia que hace que se meta bajo ellas todo tipo de suciedad, pintura de dedos, plastilina o vayaustedasaber que se encuentre a un kilómetro a la redonda de las manos de una criatura.

 

Las malas noticias son que no puedes ignorar las uñas de tu retoño a menos que quieras que le incluyan en el Record Guinnes a las uñas más largas del mundo (hay un tipo de India que ostenta el título cuya foto os voy a ahorrar) y además que no hay bebé conocido que se deje cortar las uñas sin presentar batalla, con lo que la cosa se podrá fea seguro. Las buenas noticias son que cada año que pasa es uno menos que tienes que dedicarte a cortar uñas,¿ves? siempre hay algo positivo, venga,va,un poquito de rosa a la maternidad, que tampoco es plan de quitarle todo el azúcar.

Mi hijo mayor, a sus apenas seis años, está ya entrando en la adolescencia. El primer síntoma de que esto es cierto y no se me ha ido a mi la cabeza mezclando paracetamol y pastillas ricola (por cortesía de la farmacéutica, que dice no puedo tomar strepsils, por el embarazo, aunque el médico de mi empresa, mas conocido como Dr. Just for Men o Dr. Pelucas, dice que si), es su afán por llevarme la contraria y decir que no a todo.

 

No hay nada mas adolescente que ese negacionismo que le lleva a cerrarse en banda ante propuestas tan variadas como “vamos al parque”, “hoy hay tortilla”, “bajamos a la playa” o “ te he traído cromos”.  NO. Y punto. Le digas lo que le digas es que no, y al no le sigue la cara más larga que puede poner. El paso siguiente es un castigo, porque para chulo mi pirulo. Pero como está ya muy cerca del nirvana y se ha desprendido de todas sus posesiones materiales, ya que a todas dice no y ninguna le interesa, cada vez es más difícil de castigar.

 

La cosa va más o menos así:

 

-          YO: Venga, nos vamos un rato al parque ( no he acabado de decir “ parque” y el Rubio está va en la puerta subido en la bici)

-          MAYOR:¡ Nnnnnno! ( alargando mucho la N, que jode más)

-          YO: ¿Pero por que?, Si llevamos la bici, y van a ir tus amigos

-          MAYOR: ¡Porque nnnnno! ( 0% de razonamiento lógico+100% de alargamiento de la N = cabreo materno)

-          YO: Pues nada, te quedas en casa solo, pero sin cromos de Pokemon y sin juegos

-          MAYOR: Pues vale, pues me quedo solo, que es lo que quiero ( si claro, y sacar unas litronas y ponerle un wasap a los colegas para que se vengan)

-          YO: Pues venga, yo me voy, aquí te quedas ( órdago a la grande)

 

Me voy a la calle, cargo las bicis, cargo al Rubio, me meto en el coche y arranco. En ese momento aparece por la puerta, enfadado y agarrado a sus cromos de Pokemon.

 

-          MAYOR: Voy, pero porque vienen mis amigos nada más.

 

Arranco el coche, no sin antes dejar un arañazo en el salpicadero que ni un tigre de Bengala, oiga. Después de dos horas en el parque, pasándoselo como un enano y yo aguantándome el muy materno “ya te lo dije, si luego en el parque te lo pasas muy bien” toca volver.

 

-          YO: chicos, a casa

-          MAYOR: ¡Nnnnnno!

 

Es desesperante. No se si es una fase o si esto ya va para arriba y la adolescencia está a un par de meses de distancia. Yo por si acaso le reviso las axilas, no vaya a aparecerle el pelo y me he apuntado al casting de la próxima temporada de Hermano Mayor por si me vienen mas dadas. Me planteo llevarle a que le vea el médico, voy a pedirle cita al Dr. Pelucas, con la edad que tiene   (pese a esa sospechosa mata de pelo negro que me gasta el buen señor) seguro que  sabe darme alguna solución. O un buen quita arañazos para el salpicadero del coche, algo es algo.

Estoy embarazada. Si, ya lo se, tendría que haber escrito un post divertido, un poco emotivo y con algo de misterio y haber soltado la noticia al final acompañada de alguna frase de esas que te dejan asomando la lagrimilla, pero el cerebro no me da para mas.

 

Estoy muerta. Como algún ser humano de los que tiene a bien leer estas chorradas que yo suelto a veces (últimamente muy espaciadas en el tiempo, ruego me disculpen) sabrá bien, el embarazo cansa mucho, sobre todo el primer trimestre. Y la cosa empeora si además de cargar con el bombo y las hormonas cargas con dos individuos de no mas de 1.10 cm con demasiadas horas de ocio veraniego acumuladas en sus bodys corporales.

 

Estoy bastante estresada. La última semana sacrifiqué días de vacaciones, de esos que los funcionarios no sabemos cuanto tiempo durarán, para dedicarme a la vuelta al cole; y esta está llena de incertidumbre, horarios raros y pequeños motines infantiles. Como el pequeño empieza segundo ciclo de infantil, debe pasar por el ya famoso y muy temido proceso de adaptación. En realidad la adaptación para un niño que lleva en la guardería desde los ocho meses es cuestionable, ahora, la adaptación de una profe que no ha visto al Rubio en su vida y que no sabe que la primera cosa que va a hacer cuando pise el patio es amenazar con “meterle un puño” a un niño que está antes que el en la cola del tobogán es imprescindible. Entre eso y el segundo día, en el que tras hacer pis depositó los calzoncillos en el interior de la taza del WC y después llamó a la profesora para que los recuperara ya tiene la buena mujer datos suficientes para que sus pesadillas nocturnas tengan forma humana y rubia a la par.

 

Estoy bastante cabreada. El primer día de clase, como resultado de una pésima gestión de recursos humanos de la comunidad de Madrid, aún faltaban cinco puestos por cubrir en el colegio de mis hijos. Esto ha supuesto que el Mayor este sin tutor, situación que se alarga ya  una semana. Además, como es nuevo pero nadie lo sabe, ya que la persona que se hace cargo de esa clase es de infantil y no de primaria, pues aún no conoce a ningún niño y como no lo esta pasando precisamente bien, se niega a ir al cole por las mañanas. Eso sumado al hecho de que es la reencarnación de Sir Laurence Olivier y a todo le encuentra el drama, cada mañana desayunamos con Hamlet, Segismundo o el joven Werter.

 

Estoy pasando un poco del tema del embarazo. Aparte del cansancio no tengo síntomas notables, tengo algo de tripa, pero es más parecida a mi típica panza cervecera de después del verano que a una tripa en condiciones. Además tengo mucho trabajo y en casa no paro quieta, así que no me da tiempo a analizar verdaderamente lo que se me viene encima. Pero hoy, cuando venía en el cercanías a las seis de la mañana, de repente me ha asaltado una sensación, un cosquilleo en el estómago, por debajo de la grasa. Una idea tonta, una especie de emoción que hacía tiempo que no sentía. Voy a tener un bebé, tan perfecto, tan rechoncho, con ese olor y esa sonrisa sin dientes, con esas manos minúsculas. Me he dado cuenta de lo increíble que es y le he sonreído a mi reflejo en la ventana.

 

Ahí lo tenéis, la frase que te deja la lagrimilla, empezaba a subestimarme.

Si están ustedes leyendo esto significará que a estas alturas del verano aún sigo viva, lo que es mucho decir si tenemos en cuenta que la última semana me la he pasado sola ante el peligro. El peligro, concretamente, son mis dos hijos rodeados de una serie de circunstancias como la falta de horarios, la alimentación irregular y el exceso de azúcar en forma de helado; algo que junto al cansancio que acumulo y al hecho de que no me dejan encadenar ni dos horas seguidas de sueño por la noche, hace que ese peligro sea directamente mortal. Mortal de necesidad. Y si no me creen, juzguen ustedes mismos a partir de este cuaderno de bitácora que he tenido la necesidad de ir escribiendo para de no cruzar definitivamente la línea de la locura.

 

Día 1.- Los aborígenes están contentos y parecen tranquilos; pero he de desconfiar. Han estado dos semanas con los abuelos y otras dos en un campamento urbano del que la única referencia que tengo fue el comentario de la coordinadora el día de la reunión “aquí os los entretenemos hasta que vengáis a buscarlos”. Ósea, que están salvajes. Exactamente a las 10:25 A.m. tengo la oportunidad de comprobar el nivel de salvajismo al que me enfrento esta semana. Han roto en tres partes la red de recoger hojas de la piscina (una vara de aluminio de 3cm. de diámetro) y con ella han fabricado un escudo protector Jedi y dos espadas láser. Empezamos fuerte.

 

Día 2.- Como son sólo las nueve y media y ya les he tenido que castigar cuatro veces por agredirse mutuamente con objetos de diversa contundencia, decido desafiar a la autoridad competente (conocida por aquí como policía municipal) y soltar a las fieras en un parque a riesgo de que me empapelen por disturbios en la vía pública y/o asociación ilícita para delinquir. Optamos por coger las bicicletas, dado que su característica principal es que son para el verano, y a la primera de cambio el Rubio enfila una cuesta con su bici sin pedales, y, piernas en alto y al grito de “ yupiiii”, termina con la mitad de la piel de una rodilla impresa en el asfalto. Los gritos desgarradores y la visión de la sangre acaban por convencer al Mayor de que “si me tiro por esta cuesta voy a morir” y ante su negativa de bajar en la bici o bajar andando y empujando la bici tengo que bajar yo empujando la bici con el niño montado en ella.
 
 Afortunadamente al final de la cuesta hay un parque, situado muy hábilmente por el concejal de turno bajo unas torres con sus cables de alta tensión. Los columpios son de estos modernos de plástico o resina o algún material que se carga fácilmente de electricidad estática, y cada vez que recoges al niño que baja por el tobogán recibes un chispazo, que no digo yo que no sería bastante útil si estuvieras en parada cardio-respiratoria, pero que no es el caso. Después de pasar el rato en los columpios y una vez acumulada en mi cuerpo electricidad suficiente como para abastecer la ciudad de Segovia durante tres días con sus noches, hay que coger la cuesta de nuevo para volver a casa, pero esta vez en dirección ascendente. Los aborígenes se amotinan y se niegan a subir la cuesta pedaleando, lo que me obliga a subir la cuesta a pie y empujando con cada brazo una bicicleta con su niño correspondiente montado encima y sin dar una mísera pedalada para ayudar. Voy a ser la interna con el pecho y los glúteos mas turgentes del manicomio.   
No estoy muerta-stop-estoy de vacaciones-stop-y soy muy vaga-stop-el lunes me reincorporo-stop-y tengo material para contar-stop-las puñeteras vacaciones casi acaban conmigo-stop.

El guerrero Ninja se encuentra exhausto. Ha superado las pruebas más crueles, el tormento físico, la paranoia, la impotencia; pero aún ha de atravesar dos puertas para alcanzar la iluminación.

 

Cuarta puerta: Ansiedad. Pero no la del bolero, la chunga, la del trastorno. La que se produce tras cuatro largas e ininterrumpidas horas escuchando la palabra “mamá” agujerearte el cerebro con la técnica de la gota malaya. Mamá, mamá, mamá, mamá, mamá, mamá, hasta rozar la psicosis; hasta el día que tocas fondo, vas a un parque con los niños y te parece que cualquier “mamá” va dirigido a ti. Y te encuentras a ti misma sacando una pala de la boca a una niña desconocida, empujando a otro en un columpio, ayudando a uno a bajar del tobogán y cantando soy una taza con una bolsa del Carrefour en la cabeza. Y el resto de las madres desconocidas, incluyendo aquella que en un primer momento se refirió a ti como “la nanny” o “la filipina”, haciendo cola para quedar contigo el próximo día que bajes.

 

La ansiedad no tiene horario, no descansa. Esta, que aquí escribe, contó la noche anterior como la quinta seguida en la que no consigue pegar tres horas seguidas el ojo. Por efectos del calor, los nervios de las vacaciones, la falta de rutinas o los puñeteros gormitis de las pelotas (los hay de agua, aire, bosque, tierra, volcán y laspelotas, y todos son absurdos y violentos a partes iguales) los niños no duermen bien, y esto supone que la menda, que a la sazón se levanta a las cinco de la mañana, tenga que pasar la noche brincando de su cama al dormitorio infantil cada vez que alguien quiere agua, tiene calor, frío, pis o ganas de tocar las narices. ¿Que por que no va el Samurai, decís algunas con airada expresión y brazos en jarras? Si que va, pero va si yo le despierto, porque el por si mismo no lo oye. Carece de respuesta a llamadas nocturnas igual que carece de capacidad para encontrar los calzoncillos. Y claro, aunque vaya el, yo ya me he despertado igual. Necesito dormir una noche sin interrupciones o empezaré a hacerle caso a la vocecita de dentro de mi cabeza que me pide que os queme a todos.

 

Quinta puerta: Ñonería. Que así dicho, y después de tanta intriga, pensaréis, pues vaya mierda de puerta. Ya, claro. Yo puedo soportar, entender y calmar con maternal amor, los llantos auténticos, los de alguno que se ha dejado los dientes en el suelo o se ha pillado los dedos con la puerta ignorando mis dotes premonitorias ( te vas a caeeeeer, te vas a pillaaaar ). Lo que no puedo soportar es esa especie de gruñido gutural del que echan mano cada vez que el universo no se mueve según sus apetencias: -mñaaaaa, no quiero esa camiseta, quiero la de Spiderman- mnñeeeeee no todos mis macarrones tienen exactamente la misma cantidad de tomate por encima – mnñiiiiiii mi hermano tiene medio centilitro de zumo más que yoooooo. Y así, ad infinitum y más allá.

 

¿Soluciones? no muchas, el tema del azote en el culo no lo acabo de ver claro, y me han dicho que los campamentos de trabajos forzados en Siberia ya no son lo que eran; esperar, supongo, cuando se hagan mayores se les pasará la ñoñería, aunque perderán esos hoyuelitos que tienen en las manos transformándose en nudillos, una pena. De todas formas hay gente adulta por ahí paseando sus nudillos y toda la ñoñería intacta; así que crecer no es garantía de nada. Como me pase eso con mis hijos la opción de Siberia se convierte en la única aceptable, voy a ir reservando el billete, pero no para ellos, para mí.

 

 

Y al fin, joven guerrera Ninja, tras haber superado las cinco puertas del infierno se abre ante ti la última puerta, la que conduce a la iluminación. El momento en el que tu mente se vacía, en el que abandonas los deseos y las necesidades terrenales; el anisado momento en el que tus padres se llevan a los niños una semana a la playa. Has alcanzado el Zen. 

Concéntrate joven guerrero, si quieres alcanzar la iluminación, antes tendrás que cruzar las cinco puertas del infierno. Sólo los más hábiles, los más pacientes, los más constantes, los más desequilibrados alcanzarán la iluminación.

 

-          Primera puerta, el tormento físico. Una madre Ninja necesita tirar de cuádriceps cada treinta segundos. En el preciso instante en el que deposita el culo en el sofá, después de haber sacado el lavavajillas y tendido una lavadora una vocecilla clama - ¡agua!- y ha de incorporarse para dar de beber al sediento. Dos segundos después de agarrar el mando a distancia se vuelve a oír -¡quiero agua!- ¿pero no me la podías haber pedido cuándo le he traído el vaso a tu hermano? – Ya da igual, vuelta a la cocina- Os dejo una botella aquí por si queréis agua. Y no he llegado a sentir el respaldo en el lomo cuando – ¡quiero un plátano!- Me voy a cagar en todos los monos calvos. Pero como me voy haciendo vieja y sabia por momentos, esta vez no me pillan, arrastro la butaca hasta la cocina y me siento con una revista a esperar la siguiente exigencia. ¿Galletas? ¿Un trozo de sandía? ¿Un cuenco de Lacasitos sin los de color marrón? Tan complacida estoy de ver cómo soy capaz de abrir la nevera con el pie para que ellos mismos se abastezcan de yogures y evitar tener que levantarme, que casi no oigo la voz que surge el mismo averno – Mamá, ya he terminado, ven a limpiarme el culo-

 

-          Segunda puerta, la paranoia. Una madre Ninja siempre está alerta. Una madre Ninja no de fía. A una madre Ninja ya le han pintado las paredes con petit suisse de apretar del Mercadona demasiadas veces como para saber que el silencio prolongado es malo. Una madre Ninja ha visto perros salchicha con peluca, pajitas nadando en el water, una cara llena de pegatinas de las naranjas en la cola de la frutería. Ha visto niños bebiendo nata líquida a morro y ha visto cómo su única jarra de cristal se rompía en mil pedazos porque – no queríamos que te levantaras para traernos agua Mami- Y ademaz, te quedemos muchíisimo. Espera, ¿qué coño ha sido ese ruido?

 

-          Tercera puerta, la impotencia. Es esa sensación que invade a una Madre Ninja que ha necesitado cuarenta minutos para salir por la puerta de casa porque nadie sabía donde estaban sus zapatos y una vez encontrados nadie sabía por qué el Rubio llevaba uno verde y uno azul y los dos del mismo pie; porque mami, he tenido que pegarle en la cabeza con la jirafa porque me miraba raro; porque yo sin mis cinco Kikos no me monto en el coche; porque quién leches ha cogido mi cartera, Rubio suelta eso ahora mismo vas a estar castigado hasta los quince años y porque una vez subidos al coche, cinturones puestos, ventanilla bajadas solo un poco, así no, un poco más, no tanto, menos; de repente – Mamá, me hago caca.

 

 

Las dos últimas puertas son tan aterradoras, tan sobrecogedoras que necesitan un segundo post ( y que si no esto es muy largo y no os lo leéis, que nos conocemos)

Nosotros somos de pueblo. Vivimos a media hora de Madrid, pero somos de pueblo. Yo bajo a la ciudad (aquí en Madrid los de la sierra “bajamos”) a trabajar todos los días, por eso los fines de semana lo único que me apetece es quedarme en casa. Los niños en cambio pasan su vida en el pueblo y eso les ha predispuesto a  tener una serie de capacidades rústicas de tipo lanzar bostas de vaca a modo frisbee (visto aquí),  hacer inmensas colecciones de palos y piedras o vocear imitando a Cipriano el vecino de la boina.

 

Por eso cuando surgió la posibilidad de pasar la mañana del sábado en pleno barrio de la latina y en un sitio como Grey Elephant se me ocurrió que sería un buen momento para que mis pequeños gañanes conocieran mundo; así que les cepillé las uñas, les peiné con raya y nos bajamos.

 

Como no podía ser menos, el lugar estaba espectacularmente decorado para la ocasión. Nada mas llegar nos recibieron Laura y Juampa amables y cariñosos como ellos solos. La cosa estaba pensada para los niños al detalle, no solo por la cantidad de juguetes de Thomas y sus amigos que había por doquier, sino porque hasta nos habían preparado batidos, zumos y agua para los peques y un piscolabis que me hizo guardarme los plátanos y la botella que me traía de casa (es que si no llevo un bolso de 30 kilos no voy a gusto).

 
 
Había trenes y vías por todas partes, y mis retoños se lanzaron al suelo a pasárselo en grande.

 


 

Después de jugar un rato fuimos a otra sala para ver un capítulo de la serie Thomas y sus amigos, que la verdad, se agradecen unos dibujos creativos y pacíficos entre tantas patadas voladoras y tantos rayos mortales. Y cuando por fin la chica de Boing, toda amabilidad y sonrisas, consiguió no sin esfuerzo que todos nos sentásemos y nos callásemos un poco (callarnos se nos da mal a las madres blogueras, es lo que tenemos), en mitad del silencio se escuchó un rugido huracanado en forma de eructo nivel Cipriano, seguido de un – ya he terminado el batido Mamá- y la mano del Rubio que me daba el brick vacío indicando que yo era la procreadora del zagal eructador.

Ya, Mamá. ¿ Por que estás roja?




Tras ver el capítulo, jugar otro rato y echarnos unos bailes, nos subimos de vuelta a casa agotados y contentos. No se si con una sola experiencia urbanita bastará para pulir a mis pequeños Eliza Doolittle, así que chicas de Madresfera, a la próxima irme ya apuntando,
que aquí hay mucho que desbastar.
 
 
Pese a que tengo un blog modesto y no hay manera de trepar en el ranking de Madresfera, la gente de mundobebes.net ha tenido a bien entrevistarme y he salido así de lozana en su página web.

Si queréis conocer la verdadera historia de cómo me convertí en ninja, clickad, clikad malditos......http://www.mundobebes.net/blog/mamas-blogueras-la-madre-ninja/

El guerrero Ninja asume que le serán requeridas habilidades que no tiene, y acepta no rebanar el cuello de aquellos que se lo requieren.

 

El mes de junio es muy cansado. Los chavales en los colegios se suben por las paredes y los profesores no dan más de si. El agotamiento y el estrés acumulado es la única explicación que le encuentro al correo electrónico que recibí hace unas semanas:

 

“Queridos papás: como ya sabéis este es el último año de los niños en segundo ciclo de infantil, y para celebrar como se merece el cambio de ciclo, el sábado 15 a las 5:00 de la tarde celebraremos la graduación. Para ello, los niños deben llevar una túnica negra, a la que coseréis la banda verde con el escudo del colegio y un birrete con borla en color verde pistacho. Os adjuntamos las medidas y las instrucciones para que sea mas sencillo”

 

En este párrafo había varios conceptos que no me encajaban, a saber: túnica con  banda cosida, birrete con borla verde pistacho y sábado 15 de junio, precisamente el día que teníamos acordada la mudanza. Ideal.

 

El viernes, 14 de junio para más señas, por supuesto no tengo la túnica hecha. Me pongo al lío y trato de no ser negativa. A priori la cosa es sencilla, sólo hay que coger un rectángulo de tela, doblarlo por la mitad y darle un corte para meter la cabeza. Si se siguen estas sencillas instrucciones te sale una túnica como las que se ponen los graduados de Harvard. Ya. Los cojones. Si haces eso lo más fácil es que recortes tanto el agujero de la cabeza que al niño se le escurra la túnica por los hombros y caiga al suelo.

 

Las cajas de la mudanza están ya hechas, encontrar la cinta de doble cara salvadora de la humanidad con la que arreglar el agujero es prácticamente imposible y lo único que localizo es una bolsita de costura de viaje. Echándole mucha moral decido acortar el agujero cosiendo, y lo que consigo son unas hombreras que me río yo Brigitte Nielsen en los ochenta. No se sabe si el crío se va a graduar en el colegio o en Pachá a ritmo de Locomía.

 

Bueno, aún no está todo perdido. Puedo coser la banda verde encima de las hombreras y con el peso se bajarán. Pero como el niño no se está quieto mientras cojo las medidas con alfileres y como coincide que no soy el puto Yves Saint Laurent, le coso la banda tan abajo que el escudo del colegio queda aproximadamente por el ombligo. Pues así se queda.

 

Y ahora, el birrete. Hago un cilindro de cartulina negra con las medidas aproximadas de la cabeza de mi hijo y le pego un cuadrado de cartulina negra encima con celo. Pego el celo desde dentro, el cilindro se estrecha y al niño le queda pequeño. Horas después, ya en la graduación, observo que el cilindro de mi birrete es mucho más largo que el de los otros compañeros, y esto, sumado al hecho de que le está pequeño, hace que al pobre se le vaya cayendo para atrás mientras camina. Debido a que con la otra mano se tiene que sujetar la túnica me da la sensación de que va a tener que coger el diploma con los dientes. Y entonces, tomo una decisión valiente, que solo una auténtica Madre Ninja estaría dispuesta a asumir. Cuando dicen el nombre de mi hijo, para evitar que el resto de padres allí congregados se fijen en el desastre de túnica y birrete que lleva el chaval me levanto en mitad del salón de actos y, levantando los brazos, pego un berrido que no lo ha escuchado ni Justin Bieber asomado al balcón del Palace. -¡Siiiii! ¡ Yuhuuuuuuu! ¡ Campeón! – Por supuesto, todo el auditorio me mira a mí desviando su atención del niño de la túnica amorfa. Pero el niño, que tiene el mismo sentido del ridículo que yo y bastante más marcha, levanta con una mano el diploma y con la otra pone unos cuernos en plan heavy mientras se le cae la túnica. ¿Os he contado ya que el año que viene cambiamos de colegio?
Buenos días, valientes guerreras ninja. Hoy os pongo un post corto,no para contar mis miserias, que es lo que mejor se me da y lo que mas os gusta ( aunque tranquilas,que tengo mucha miseria guardada para vosotras), sino para dejar una información que me ha llegado de un campamento urbano en el centro de Madrid donde dejar que vuestros pequeños ángeles torturen a otras personas por las mañanas mientras vosotras os relajais en el trabajo. Me ha llegado a través de una amiga y tiene buena pinta.




Este verano, traemos las vacaciones al centro de Madrid.

Ya está abierto el plazo de inscripción para “Rastreando”, el campamento urbano para peques que Taio Doyo y Klouví han organizado en pleno Rastro. Este año haremos aikido, reiki, meditaremos… y además jugaremos, aprenderemos con arte y creatividad, leeremos cuentos e imaginaremos, y sobre todo nos divertiremos y relajaremos!

Todas las actividades están pensadas para niños de 5 a 10 años, aunque seremos muy flexibles y nos adaptaremos a todos los peques que quieran divertirse con nosotros!

Queremos inculcar en los pequeños valores como el compañerismo, la ayuda mutua, el trueque, el reciclaje… aprender a valorar y sacar partido de lo que tenemos, sin robarle nada más a la Naturaleza y siempre desde el respeto.

Educamos hacia la salud y el arte.

Del 1 al 14 y del 15 al 28 de julio
L a V de 10 a 14h.
Las actividades se desarrollarán en los espacios Taio Doyo y Klouví, Arte en Transformación. C/ Santa Ana, 6 - 28005 Madrid.

Actividades:
• Taller de Aikido con José Ángel Olalla.
• Rayito de Sol, taller de Reiki y Relajación con Mónica Castilla.
• Taller de Arte y Creatividad, con Mar López y Lidia Prieto.

Precios:
15 días: 195€
1 semana: 135 €
1 mes: 360€
1 día: 40€
* tarifas regresivas para miembros de una misma familia: -25%

Inscripciones:
• Se abonará el 50% del precio total a la inscripción.
• Fechas de inscripción: a partir del 10 de junio y una semana, como mínimo, antes del inicio del campamento.
• Taio Doyo, c/ Santa Ana, 6 - 28005 Madrid.
• Horarios: tardes de 17 a 20h.

info@taio.es
91 366 81 68


 
 
 
Parece una actividad bastante original y si es verdad que los enanos se relajan, eso que ganamos. 



 
Es martes, me duele la espalda, tengo agujetas hasta en las uñas. Llevo unos días (no soy capaz de definir exactamente cuantos) haciendo una mudanza y esto ha reducido mi ya mermada capacidad intelectual hasta situarme en un punto intermedio entre la mosca del vinagre y una reportera de españoles por el mundo. La neurona que me queda sana va a intentar desgranar, con mayor o menor acierto/gracia/exactitud las cosas que se me quedaron del espectacular encuentro de madres blogeras más conocido como el 8J.

 

-        Lo primero GRACIAS a la organización. Las ponencias, el entorno, el catering, las atenciones con nosotras, todo de diez. Mónica y Laura de Madresfera, os lo habéis currado como nadie y solo espero que este sea el primero de muchos encuentros más. Ah, mención especial a la pobre muchacha del micrófono que trataba de que nos sentáramos entre ponencia y ponencia; ahora conoce ese sentimiento de impotencia después de pedir treinta veces que te atiendan sin ningún éxito que las madres manejamos a diario.

-        Mi admiración más sincera a Mamis y bebés por ponerles las pilas a los patrocinadores. Ahí se vio claramente que el llamado “blogger mother power” es muy real. Power del bueno. Y cuando parecía que no se podía llegar mas alto, aparece el pivón mexicañol y ya se lía del todo. Que consiguieran hacer que el auditorio al completo se callara y atendiera (algo que no volvió a ocurrir prácticamente en todo el día) es un mérito que solo tienen ellas.

-        Mi blog es una mierda. Lo digo con el corazón. Las ponencias sobre el tema ese del SEO y el diseño me confirmaron que, o le doy un lavado de cara o no salgo del estancamiento que llevo en el ranking.

-        Mi sexto sentido Ninja me llevó a intuir quien era Peinetas, Pintxos y mi Monillo cuando la vi de lejos, y el achuchón que me pegó (aunque yo me presenté como la gran lerda que soy) la metió en mi corazón para siempre.
 
-        Es verdad que Todo Mundo Peques se parece a su avatar, pero es mil veces más grande; de maja y de alta, peazo de mujer…

 
-        Conocí a gente genial cuyos blogs no había leído antes. Dando color a los días ( tres criaturas y esa tranquilidad que desprende), La jungla de tus hijos( supernanny una principiante a su lado), La Reina bruja y Trimadre ( dos súper compañeras de asiento, simpáticas y divertidas), Una Mamá en la luna ( te pone una sonrisa encantadora y te levanta una chapa en menos de nada), y muchísimas más ( Mamá gnomo, Jenni, somos múltiples….) lo pasé genial con vosotras.

-        Llegué tarde al reparto de bolsas de playa con regalitos, pero fui a ver si quedaba alguna y me vi pidiendo muestras junto a dos señoras mayores especialistas en arrasar con las muestras. Me dio mal rollo, pero al final me llevé dos bolsas. 

-        Me quedé con ganas de hablar con más gente y no fue posible, con gente que ya conocía y con gente que tengo ganas de conocer.

-        Las copas ayudan a desvirtualizar de lo lindo. En la cena charlé bien a gusto con Papá Lobo, Dra. Jomeini, Mi gremlim no me come, Madre Tigre y Runnermami….me olvido de alguna seguro. Desblogger,de ti no, que ya te voy a contestar los twits, en seriodeverdad.

-        Como colofón al día de buen rollo, a las doce de la noche me para en el Paseo de las Delicias la poli y no me hacen soplar ( que a lo mejor daba positivo) y no se percatan de que les di mal los papeles del coche. La suerte y el espíritu ochojota, junto a la imagen de la Virgen de Zocueca que lleva mi hermano en el salpicadero del coche me protegieron.

 

Me ha salido un post demasiado largo y sin fotos. Ya te digo yo que del 300 del ranking no me sacan ni con grúa. Para compensar, me podíais pone un google+ de esos, a cambio yo puedo sortear una bolsa de playa.

A lo largo de estos dos últimos y estresados meses, he tenido que tomar una decisión crítica, vital, ineludible: el cole de los niños. Dado que nos mudamos no había más remedio que cambiar de colegio y, al menos esta vez tenía claros dos conceptos: que el colegio nuevo estuviera cerca y que fuera público.

 

Colegios que cumplieran estas condiciones había dos:

 

-          Colegio A: A tres minutos en coche. Público. No bilingüe

-          Colegio B: A cinco minutos andando. Público. Bilingüe

 

Fui a las reuniones de puertas abiertas de ambos centros. En la reunión del colegio A había unos treinta padres, la mitad de ellos muy desesperados por conseguir su plaza. El colegio A está en una zona residencial con un acceso algo difícil si no tienes coche, lo que favorece que la mayoría de los alumnos sean niños españoles de clase media-alta. En la reunión se oyeron los comentarios desalentadores de la profesora que nos enseñó el centro por lo mal que están con los recortes y varias preguntas surrealistas de algunos padres tipo: “¿Emplearéis el método nazi-represor de castigar a un niño que se porta mal al rincón de pensar?” o “Aquí no se exigirá a los niños que hagan deberes, ¿no? Porque los deberes son castradores y frustrantes”.

 

A la reunión del colegio B fuimos sólo tres padres. Nos recibieron con los brazos abiertos el director, la jefa de estudios y cuatro profesoras. El colegio está recién reformado, tiene unas aulas muy grandes y luminosas y un patio estupendo. Tienen diez horas de inglés a la semana, la mitad de ellas con profesores nativos y tienen un programa de desdoble de las clases en el último ciclo para optimizar los resultados con menor número de alumnos por profesor, gracias al cual, varios de sus alumnos han recibido menciones especiales y ganado premios académicos. Y tienen un 50% de alumnado inmigrante.

 

Alumnado de familia inmigrante en realidad, porque son niños nacidos en España que hablan el idioma como tu y como yo. Pero son de Marruecos, de Ecuador o de Rumania, y hay muchísima gente que no quiere que sus hijos compartan aulas con estos niños, que tienen otro color de piel, que hablan raro y que sus madres llevan el pelo tapado. Esa gente abarrota los colegios concertados haciendo de la educación un negocio muy rentable; porque algunos de esos centros directamente no admiten inmigrantes.

 

 La semana pasada vino al museo un colegio concertado con línea cinco (cinco clases por curso) y todos los niños que vinieron eran castellanos viejos. Ni morenos había. Se dedicaron toda la hora a correr por el museo, a dar gritos y a pasar de los guías. Las profesoras también pasaban de ellos y esto se convirtió en un caos.

 

Esta semana hemos tenido también la otra cara de la moneda. Un centro de Entrevías con la mayoría de alumnos de origen inmigrante. Muchos de ellos con problemas familiares y situaciones difíciles. Pero se portaron mil veces mejor que los del colegio concertado y la profesora estaba con ellos constantemente, ayudándoles y resolviendo dudas.

 

Y yo, viendo esto, me pregunto ¿Quién es mejor profesor? ¿El que parte de la base de unos niños en buenas condiciones sociales y más o menos les va llevando hasta conseguir un número razonable de aprobados? ¿O uno que de un grupo a priori con problemas saca a 15 niños de ocho años que te recitan de carerilla los periodos del mesozoico? ¿Cuál es mejor colegio? ¿El que segrega y negocia con una necesidad básica como es la educación o el que integra a niños de todo tipo y los saca adelante? ¿A qué colegio quiero yo llevar a mis hijos?

 

No voy a dar ahora lecciones de moral y demagogia, me ha costado muchísimo tomar una decisión. Tengo miedo. Me asusta lo que no conozco, no sé cómo va a ser un colegio con tanta mezcla de culturas, no sé si mis hijos se integrarán bien. Pero recuerdo que una de las mejores cosas de mi residencia de estudiantes en Berlín era convivir con gente de todo el mundo y el otro día le contaba al Mayor cómo allí yo tenía amigos de América, de Asia y de África y le enseñaba mis fotos con compañeros nigerianos, chinos o turcos y dijo – Ojalá haya amigos de todo el mundo en el nuevo cole-. Otra vez me ha tocado aprender de mi hijo. Nos han aceptado en el colegio B.