A veces, el universo nos envía señales muy claras....


Foto real tomada ayer por la calle en mi pueblo



Pasad todos un feliz fin de semana

El buen guerrero Ninja nunca infravalora a un contrincante, ya sea este hombre o mujer.

 

Una, madre Ninja del siglo XXI, cree en la educación igualitaria y le salen sarpullidos verdes cuando lee que las escuelas segregadas reciben subvenciones de dinero público. Unos sarpullidos de igual calibre le salen cuando en la tele ponen anuncios de juguetes para niñas tipo el del perrito “Chichi love”  (no, en serio, ¿Chichi love? Los de la agencia de publicidad, ¿qué se habían fumado que no llegaron a verlo claro? Debió ser que los que tuvieron el buen juicio de llamar “Montero” en España al Mitsubishi “Pajero” ya se  habían jubilado).

 

La tele. Si, la tele tiene la culpa, seguro. Porque si no, ¿como se explica ese afán segregador que tienen ahora mis hijos? Ese, “mamá esto ni me lo acerques que es de chicas”  o “eso es rosa y me da asco” (no le culpo, el abuso del rosa en algunas ocasiones que puede producir desprendimiento de retina), y la frase del momento: “las chicas a la porra” Lo dice hasta el Rubio con su media lengua. Y mira que yo les he regalado siempre juguetes paritarios; el Mayor tiene su cocinita con complementos con la que juega a cocinar bastante a menudo, y el Rubio es un padre ejemplar con su bebé, al que pasea en su cochecito y arrastra de un pie por las escaleras que da gusto verlo. Bien es verdad que tienen a mi Chabel medio desnuda metida en un garaje de coches, pero también hay que ver el estado deplorable en el que terminan de algunas Barbies a manos de niñas de cinco años y desbordante creatividad.   

 

Pero nada, ni por esas. Todo lo que huela a chica a cien metros no lo quieren ni ver. Yo me libro, afortunadamente, porque según el Mayor yo no soy una chica, soy una mamá y eso es otro género por lo que parece. Ahora, esta misoginia si afecta indirectamente a otros miembros o miembras de la familia. Explícale tu a la abuela por qué que ese gatito blanco con un lacito rosa monísimo no les gusta a los niños y por qué el Mayor se ha pillado el rebote que se ha pillado cuando ha abierto el regalo y se ha encontrado con que el estuche que le ha comprado la abuela era de Hello Kitty y no de Bakugan (que para empezar eso de Bakugan a la abuela ni le suena y que es un bicho objetivamente mucho mas feo que la Hello Kitty)

 

De todas formas, no todo está perdido. La semana pasada, después de la clase de fútbol, estábamos sentados en el hall del polideportivo tomando la merienda cuando salen de los vestuarios, en dirección a la sala de musculación, dos chavalas de aproximadamente veinte años luciendo cacha, la una con unas mallas y la otra con un pantaloncín y una camiseta de tirantes. Se hizo el silencio. Al Mayor se le cayó de la boca un trozo de bocata de nocilla acompañado de un hilo de baba y el Rubio sentenció – Mamá, las chicas mejor que no se vayan a la porra. Ay, almas de cántaro, no os queda ná.  

Hoy es mi cumpleaños, cumplo 35 años. Aunque yo nunca he querido ser una princesa ni nada parecido me he dado cuenta de que vivo rodeada de lujos.

 

Toda la gente que quiero está sana. Yo misma estoy sana, y, ahora que me palpo, estoy hasta buena.

 

Tengo trabajo. No debería ser así, pero en estos tiempos tener trabajo es un lujo. Espero poder vivir el tiempo suficiente para ver una sociedad en la que no tengamos que dar las gracias por levantarnos a las cinco de la mañana por una mierda de sueldo. A día de hoy no solo tengo trabajo, sino que además este tiene un horario que me permite pasar la tarde con mis hijos. Esto no debería ser un lujo, pero lamentablemente lo es.

 

Quiero a mucha gente y lo más alucinante es que esa gente me quiere a mí también. Y yo me conformaría con que me dejaran quererles, pero van ellos, y me quieren, algo haré bien.

 

Tengo dos hijos que me dan la vida, a veces me dan mala vida, pero la mala vida es vida también.

 

Tengo un Samurai que pelea conmigo, a mi lado quiero decir. Y me aguanta incluso cuando intento asesinarle por las noches si ronca. Y me dice que soy guapa todos los días. Y una vez me regaló un radiador. Es el mejor Samurai que hay y es mío, lagartas, ya lo habéis oído.

 

Tengo unos padres que me han enseñado a ser como soy y que respetan a la mujer adulta en la que me he convertido. Aunque cuidan de mí en la sombra, son padres Ninja.

 

Tengo dos hermanos pequeños que me sacan una cabeza, que se ríen de mis chorradas y que se quedan con los sobrinos cuando me hace falta, y que espero que les enseñen idiomas, ahorrándome así una pasta en clases de alemán y ruso.

 

Soy la sobrina favorita de un número nada desdeñable de tíos y tías, aunque, siendo como soy la única chica y la más mayor, no tiene mucho mérito ser la favorita. Y mi abuela sigue con nosotros, un poco despistada, pero genio y figura. Si eso no es lujo, que baje Dior y lo vea.

 

No tengo dedos de las manos suficientes para contar los amigos, nuevos y viejos, que están conmigo para ir de viaje, para una cena desmesurada, para unos gintonics y unos bailes, para salir a correr, para contarnos cosas por wasap.

 

No tengo una vida perfecta, a veces parece que las que contamos nuestras cosas en un blog tengamos vidas geniales, no es así. Lo que tengo es una vida llena de pequeños lujos, y cada año en mi cumpleaños me gusta repasarlos para ver que todo está bien.

Jueves, diez de la noche. Después de un día en el que había madrugado, trabajado, recogido a las fieras, dejado a estas mismas fieras en clase de fútbol sala mientras yo pasaba una hora en el gimnasio del polideportivo, recogido la cocina, tendido una lavadora, hecho una cena, bañado y acostado a dos insurgentes yo solita (el Samurai tenia una cena, vamos a decir que de trabajo), me disponía a yacer lánguidamente en el sofá cuando una idea aterradora me sobrecoge: El disfraz.

 

El puñetero carnaval lleva toda la semana produciéndome dolores de cabeza. No solo a mi, por lo que leo en la blogosfera, hay varios ejemplos de madres atormentadas como este y este. En nuestro cole, no contentos con hacer una fiesta de carnaval hacen una semana completa de carnaval y cada día hay que llevar alguna cosa, de la que yo por supuesto me acuerdo puntualmente a las cinco de la mañana del día en cuestión y tengo que improvisar una peluca, unas gafas divertidas o una nariz de payaso.

 

Y el viernes, como colofón a la semana han de ir disfrazados. No me quejo, este año la cordura ha llamado a la puerta del colegio y la han dejado entrar, abandonando, al menos de momento la manía que tenían con los disfraces extraños. Si el primer año tuve que hacer un disfraz de quesito del trivial, el año pasado me curré uno de aro olímpico sin pestañear. Por no hablar de los disfraces conceptuales tipo “el otoño”, “la solidaridad”, “el cumpleaños” o “el invierno”, que suelo solucionar con un chándal blanco y un cartel en el pecho en el que se puede leer “otoño”, “solidaridad”, “cumpleaños” o “ invierno” según convenga.

 

Afortunadamente, como digo, este año el mayor puede ir disfrazado de lo que quiera, lo que se traduce en que la mitad de la clase irá de Spiderman y la otra mitad de monster high. Uno menos. Pero el Rubio si tiene dress code, hay que ir de indio. Y yo, que he pasado del tema toda la semana ni he ido al chino a por un disfraz de indio, así que heme aquí, a las diez de la noche, improvisando un disfraz. Pongo fotos de mi proceso creativo siguiendo el consejo de la @madrenovata:


Disfraz de indio: ingredientes




 


Al lorito con las flechas, esto parece Baballa




Paso uno: cortar la camiseta con flecos como esas camisetas que teníamos de pequeñas para ir a la playa (molaban mucho)
 
 
 
Paso dos: hacer lo mismo con un pantalón viejo de pijama. A la camiseta le di la vuelta para eliminar el dibujo del Taj Mahal. Aunque era un puntillo lo de camiseta india tampoco quiero pasarme de lista; ya me miran mal lo suficiente las otras madres cuando el Rubio lidera a sus hijos para que escupan todos juntos en el patio del cole
 
 
 

Paso tres: cortar tiras de fieltro mas o menos étnicas y pegarlas a la camiseta con cinta adhesiva de doble cara. Las tiras no son iguales, pero ¿Qué pasa? ¿Que los indios hacían las tiras con el Corel Draw? Amosnomejodas (no son horas y se me está empezando a hinchar la vena del cuello)


Paso cuatro: Complementos. Lo primero, una cinta de esas indias con una pluma hecha con lo que me sobró de goma eva que compré para el disfraz de quesito del trivial y unas pegatinas que llegaron a casa, creo que sobrantes de unos de los libros del Mayor. Lo de la pluma lo tengo menos claro, es una de esas cosas que mis hijos atesoran junto con piedras, palos y castañas.
 
 
Estoy particularmente orgullosa del tomahawk. Es tan cutre que mola. Está hecho con un rollo de papel de cocina y un trozo de cartón.
 
 

Pues ya está, ale, a dormir. Menos mal que no les llevo yo al cole, no tendré que enfrentarme a niños con disfraces comprados y a la mirada desaprobadora de sus madres. Si, es cutre, si, me ha salido barato, pero yo no estoy aquí para cocinar cupcakes y hacer falditas de tul; estoy demasiado ocupada en sobrevivir.

 



Cuando la nieve hace su aparición, el guerrero Ninja ha de estar preparado. Bajo su pacífica apariencia la nieve supone un peligro mortal..

 

Es ya tradición en la familia Ninja, antes incluso de constituirnos como tal, tomar unos días de asueto invernal (pocos, que es muy caro) y buscar algún sitio por el que nos dejen deslizarnos con los esquís, con mayor o menor fortuna. Desde el año pasado llevamos con nosotros a nuestra descendencia con la intención de que aprendan bien a esquiar, no como el Samurai y yo que somos autodidactas y hacemos lo que nos parece. Eso si, nos lo pasamos pipa.

 

Otra novedad que hemos introducido desde el año pasado es la de hacer el viaje con dos familias mas, amigos con hijos de la misma edad de los nuestros, con lo que el viaje se multiplica en todas sus facetas: se multiplican las horas necesarias para embutir al niño en la ropa de esquí, los chillidos y tirones de pelo, el cachondeo, las ristras de chorizo y salchichón para llevar a las pistas, las regañinas lanzadas al aire porque seguro que uno de los cinco la está liando, las malas ideas nacidas de una cabeza infantil, los gintonics de ginebra chunga del Mercadona, y sobre todo la diversión. Porque el esquí no es solo un deporte, es un concepto completo que incluye un viaje, una estancia en algún sitio y hacer algo de deporte. Esto del deporte ya se lo dosifica cada uno como quiere; hay gente que a las ocho de la mañana ya está en la cola del telesilla y no está tranquilo hasta que los pisteros no le echan del recinto por la tarde y gente que se hace dos bajadas y se sienta a tomarse una caña o un café tranquilamente. Yo estoy en un punto medio, tanto me gusta el esquí como las cañas (ya lo sabéis), pero este año, con el Mayor en pleno descubrimiento del esquí no he pisado el bar. Lo que si he hecho es una investigación concienzuda que he plasmado en estos pequeños apartados y que glosaremos bajo el nombre “Puntos a tener en cuenta si quieres que tu hijo de cinco años esquíe y llegar viva a tu casa”

 

-          1: Paga un profesor. Por lo que más quieras, paga un profesor. Incluso aunque tu mismo seas profesor de esquí, paga a otra persona para que te haga el trabajo sucio. Es el dinero mejor invertido de la semana. La primera vez que me subí al Mayor a esquiar a Navacerrada se me ocurrió que lo mejor sería bajar al niño sujeto por la cintura colocado entre mis piernas, algo que para el niño es divertidísimo pero para mi supuso pasar varias horas agachada y sujetando el peso muerto del niño mientras este me iba dando cabezazos con el casco en los dientes. A las tres de la tarde estaba yo tirada en una cuneta a punto de llamar al Samur y el desgraciao con una rabieta de 7 puntos en la escala de Richter dándome pataditas con la punta del esquí para que dejara de chupar la nieve y volviera a bajarle por lo menos durante dos horas más.

-          2: Prepara tus brazos. Ya se que se esquía con las piernas, pero lo que te va a hacer falta es un buen tono muscular en brazos y espalda porque, aunque tu hayas seguido el punto uno y el profesor le haya enseñado a bajar, haz el cálculo de que se va a caer un mínimo de tres y un máximo de 8.000 veces por pista y le vas a levantar tu. Afortunadamente la naturaleza ha dotado a los niños de piernas de goma que se doblan en ángulos imposibles sin cascarles las rodillas; el problema viene cuando hay que levantarle y no sabes ni por donde cogerlo. Puede ser útil que le pongas una cazadora de distinto color que el pantalón, así  por lo menos sabes dónde están las piernas.

-          3: Atenta a los remontes. Al principio el niño no monta solo, así que hay que volver a tirar de fuerza y subirle contigo en el telesquí, lo que supone que mientras con un brazo te agarras a la percha sujetando tu peso y el del niño, con el otro lo agarras a el y tratas de evitar que cruce los esquís, te meta un codazo en el estómago o decida que el se baja antes. En seguida aprende a montar solo, pero esto no es garantía de que no se caiga. Empeñado en subir a una pista mas alta, el Mayor se enganchó al telesquí y se cayó en el primer tirón. Yo (madre coraje) me solté para rescatarlo y mientras intentaba que se pusiera de pie y a ser posible con los dos esquís mirando para el mismo sitio, una percha traidora me enchufó tal ostia en la cabeza que desde entonces soy incapaz de conjugar el subjuntivo. ¿Que por qué no llevaba el casco? Porque por la mañana el Rubio se había empeñado en que se lo dejara y yo (madre blandi-blut) se lo dejé para que lo luciera en la cafetería y en la zona de trineos.

-          4: Vuela, no esquíes. En cuanto el niño se ve suelto y confiado, se lanza cuesta abajo sin frenar, sin conciencia y sin control. Pese a que al principio te sigue como un patito y gira sin saber muy bien como, en el momento en el que comprende cómo frenar decide darle un tono de emoción a este rollazo y se tira por la cuesta al grito de -¡no me pillas!- Y no, no le pillas. Tienes más posibilidades de despegarle del poste del telesilla que de pillarle. Los muy desgraciaos cogen una velocidad que desafía a la física, y hacen cosas alucinantes del tipo caerse hacia atrás, rebotar con la cabeza y volver a incorporarse sin dejar de bajar a toda velocidad. Si lleváis un marcapasos o estáis en tratamiento por ansiedad, absteneos de esquiar con los niños.

-          5: Diviértete. Este es mi único consejo serio. Si te desesperas porque el niño no para de caerse y entras en la espiral de nervios, gritos al niño y nervios otra vez mal vamos. El profesor que tuvimos el buen sentido de pagar nos explicó que no se sabe cómo hacen los niños tan pequeños para esquiar, el caso es que lo hacen. De hecho el no le explicó nada, sólo se lo colocó detrás, le contó el tema de la cuña, y empezó con las bromas y el cachondeo. Mágicamente el niño bajó detrás de el siguiendo sus giros. Cuando me quedé con el me puse nerviosa y empecé a levantar la voz. Inmediatamente el niño dejó de esquiar. De repente lo vi claro, cambié los reproches por la técnica de la bajada estilo “gallina loca” y en cuanto el Mayor empezó a reírse me siguió y esquió perfectamente.  

 
Si has llegado hasta ahí, te has vestido como una cebolla en Siberia, has madrugado lo indecible y has arrastrado a tu hijo por el telesquí, lo mínimo es que te lo pases bien. Y si hay que bajar haciendo el baile del gorila pues se hace, porque para pasarlo mal ya está el trabajo. De no ser por mis payasadas en la nieve, no hubiéremos, perdón, hubiéyemos,( mierda, maldito subjuntivo, maldita percha), hubiéramos esquiado tan bien.