Voy a dar un dato científico por el que no se extrañen que me publiquen este post en Nature el mes que viene: Los hombres y las mujeres no somos iguales. Esto, que podría ser una mera observación, es un hecho avalado por estudios antropológicos serios. Al parecer los ejemplares homínidos del género masculino se dedicaban fundamentalmente a la caza dada su genética predispuesta a la carrera, a la fuerza bruta y a la violencia en general. Las hembras en cambio, al quedarse en el asentamiento cuidando de las crías que ellas mismas habían parido dada su condición se ser superior, mataban el aburrimiento buscando frutos o bayas. De ahí que las mujeres seamos tan predispuestas al picoteo y tan eficaces en la búsqueda.

 

Si alguna tiene hijos varones y/o trato doméstico con algún hombre, habrá observado como millones de años de evolución humana no han cambiado ni mijita al hombre moderno. Ese cazador experto que mira al frente en espera de una manada de mamuts a la que alancear a gusto. Ese grupo de machos homínidos que esperan tras un matorral el paso de las gacelas. Ese padre que grita: “Mariii, ¿dónde están mis calzoncillos?”. Porque ese cazador prehistórico no está acostumbrado a que sus calzoncillos estén en el mimo puto cajón desde hace quince años, no, el espera que en cualquier momento le salten desde detrás de una puerta y tenga que salir a por su presa con la lanza en la mano. Su cerebro no está preparado para recolectar calzoncillos.

 

No encontrarán ustedes una mujer que no suscriba esto o que nunca haya dicho algo así como “¿a que si voy yo los encuentro?”. En su defensa, los machos aducen que, en ocasiones, el lugar mítico conocido como “su sitio” se desplaza sin motivo ni explicación cada periodo indeterminado de tiempo, pero es que ellos no están acostumbrados al sistema de barbecho y no entienden que hay que dejar descansar a la tierra para que sea más fértil moviendo los cultivos de sitio.

 

Y ahora imaginen mi drama. Vivo con tres especímenes macho de homínido, y ninguno de ellos tiene la menor idea de dónde están sus calzoncillos. Ni siquiera responden a estímulos como “están ahí delante” “justo en esa balda” o “a tres centímetros de tu nariz”. Son como los toros, sólo ven el movimiento, y como los calzoncillos no se mueven pues me tengo que levantar ochenta veces y dejar lo que esté haciendo para recolectar calcetines negros, el gormiti de bosque o la mochila del cole. Mi posición se ser omnisciente y sacerdotisa suprema de “su sitio” me agota. Espero que por lo menos todas esas sentadillas hagan su efecto y mi culo modelo “Venus de Willendorf” de un salto evolutivo hacia el mazicismo total. Tengo hasta el 8J para lograrlo.

Me he quedado loca. Bueno, para ser sinceros había ya caldo de cultivo en mi cerebro para llegar a ese estado, pero lo que escuché ayer en la radio ha sido definitivo para terminar de rematar la locura. Venía en el coche escuchando RNE1, que es de lo poco que se pilla en determinado tramo de mi trayecto cole-trabajo, y radiaban una entrevista-alabanza-besada de anillo que hacía un señor de cuyo nombre no quiero acordarme (no, en serio, no quiero) a Juan Antonio Martínez Camino, actual secretario de la Conferencia Episcopal.

 

Trataban, como manda la actualidad, el tema de la asignatura de religión que la ley Wert (que suena a postulado científico, pero nada más lejos de la realidad) ha colocado muy cerca de las asignaturas troncales. Explicaba el señor secretario que la asignatura de religión es muy distinta de la catequesis porque lo que se va a estudiar  en la escuela es un punto de vista teológico y científico de la religión y su importancia en asuntos como la creación y la historia del mundo. Y es que yo seré muy mal pensada y muy coartadora de libertades y muy nazi y todo eso, pero a mi esto que dice este señor (que es su muy respetable punto de vista) me suena a una cosa que se llama Creacionismo y que da un miedo de cagarse.

 

El primer problema que yo le veo a la tesis que plantea la Conferencia Episcopal para defender la conveniencia de incluir la religión como (cito a Martínez Camino) “asignatura seria” (es seria a partir de ahora, que por lo que parece antes esta asignatura era el cachondeo padre) es que equiparar religión con ciencia, porque las dos asignaturas explican el mundo, es poco mas o menos como equiparar a Belén Esteban con Letizia Ortiz porque las dos son princesas. Lo dicho, un cachondeo.

 

Y el segundo problema viene con el tan enarbolado tema de la libertad y el derecho a elegir que tienen los padres católicos. Efectivamente si una persona tiene a la religión como núcleo de su vida y quiere educar a sus hijos de igual modo, está en su derecho de elegir un colegio en el que se respeten sus creencias y le den la opción elegir una asignatura acorde con su fe. El problema es que hay unas 10 religiones principales en el mundo que se ramifican en un número muy elevado de grupos religiosos, todos ellos igualmente respetables y todos ellos con igual derecho a la educación. Y solamente seis horas de clase al día. A ver si con la ciencia teológica  se soluciona esto porque con la ciencia matemática no hay manera. No es posible que en un colegio público demos cabida a todos los derechos a elegir porque si bastante lío tenían ya los profesores con dar las ciencias en inglés me vas a explicar ahora cómo meten las clases de matemáticas entre religión católica a primera hora, budismo majaiana después de gimnasia o rastafari de quinto entre protestantismo y lengua.

 

Lo ideal sería que los colegios públicos fueran laicos y los colegios religiosos privados, y que la Iglesia becara a aquellos niños que no se pudieran pagar el acceso al colegio religioso católico privado (y quien dice católico dice musulman, sij o cienciólogo) a fin de que hubiera igualdad de condiciones para todos. Actualmente la gran mayoría de padres católicos llevan a sus hijos a colegios católicos y pagan por ello. La libertad de elección de estos padres no ha sido coartada en ningún momento.

 

Pero esto es lo ideal para mí. Lo ideal para el gobierno parece ser que es meter a capón una hora de religión ( o de alternativa para los “moritos”) quitando tiempo que se aprovecharía mejor aumentando una hora a la infame asignatura de conocimiento del medio, que ha reducido alarmantemente los conceptos de historia, geografía, biología o geología que reciben los alumnos de primaria. Aunque claro, eso sería enseñar ciencia de la mala, de la que no sirve para nada, de la que te deja en el paro incluso si eres el mejor físico de Europa o si trabajas en el equipo médico más puntero del mundo.

 

De esta manera, alejándonos del sentido común hasta límites nunca explorados, quedará en manos de las familias la explicación de la fotosíntesis, la batalla de Lepanto, la formación de las cordilleras o los ríos de España y en manos de los profesores la creación del mundo en seis días, el diluvio universal o la resurrección cuando debería ser precisamente al revés. Muy lógico todo.

 

 

Aquí está, viene ya, tan feliz, el mes de mayo con sus alergias, sus flores, su semana de San Isidro en el trabajo y su me quito o no me quito el sayo. El fin de curso es inminente, y una de las señales de que se termina el cole es esa madre cansina que propone, mientras esperamos para recoger a los chavales, recaudar dinero para hacerle un regalo a la profe.

 

Seguro que muchas de vosotras sois ejemplares de este espécimen materno, y algunas seréis incluso peores, haréis los regalos para la profe vosotras mismas, con Wasi-tape y un trozo de palet de obra. Las habrá que se presenten en clase con una bandeja de cupcakes. No tengo nada en vuestra contra, pero he de esgrimir mis argumentos para oponerme a este sin sentido y tratar de, una vez mas, salvar al mundo.

 

El motivo principal para hacerle un regalo a la profe es “ha cuidado muy bien de nuestros hijos”. Os contaré un secreto: es su trabajo. Estaría bastante mal que no cuidara de los niños, entre otras cosas, se quedaría sin regalo -¿Le hacemos un regalo a la profe este año? – no, este año no, que el último niño que se le despistó sigue hospitalizado. No digo yo que su trabajo no sea digno de todo el reconocimiento del mundo, pero de ahí a  comprarle unos Loboutin hay un abismo.

 

Unos Loboutin, un Cartier o una casa en la playa, porque la que recauda este año ha puesto la cifra escalofriante de 15 pavos por alumno para hacer el regalo. Quince euros de vellón, por 25 niños en clase nos dan un total de ¡375 euros! Disculpad la expresión, pero, ¿que cojones van a comprarle? Trescientos setenta y cinco euros. En el último cansino correo que mandaba la madre promotora del regalito se ofrecía ella misma a comprarlo y nos indicaba que a la profe le gustaba mucho la ropa de Desigual. Ya le puede gustar, porque le van a llenar el armario. Espero que por lo menos las camisetas a parches y los abrigos incalificables le sirvan de inspiración a la muchacha y por lo menos pille cacho por las mañanas. Ahora que yo he pasado por el aro y he dado mis quince euros reglamentarios. Los que vimos Friends en los noventa aprendimos mucho cuando Ross se negó a colaborar con el regalo al conserje de su edificio.

 

He pagado porque considero que este año, que es el último que pasan con la profe, si que habría que tener un detalle. Pero como creo que no hay que gastarse necesariamente trescientos setenta y cinco euros en algo que a lo mejor no le gusta (y que me duele que mis 15 euros se gasten en un Desigual) he apoyado la iniciativa que han tenido en la clase del Mayor de regalarle a la profe unos dibujos de los niños bien encuadernados con fotos y dedicatorias varias. Tanto me ha entusiasmado la idea de un regalo personalizado que me he venido arriba y me he ofrecido para editar un video con imágenes de los niños y musiquilla.

 

-Disculpe Madre Ninja, ¿no era usted la que en los dos primeros párrafos de este post se metía con las madres hacendosas capaces de hacer un cabecero de cama con un palet y de hornear fantasías de azúcar? ¿No era usted la que consideraba un sinsentido hacer regalos a la profesora de sus amados retoños que con tanto amor y dedicación se ha dejado la piel y los nervios ocho horas al día durante tres años? Si, era yo, y me desdigo de todo lo dicho. Haced regalos, demostrad vuestro amor a los docentes, pero por el amor de Dior, no os gastéis trescientos setenta y cinco euros en Desigual.

Seguramente hayan visto ustedes alguna vez un bicho de estos

 
 
 
Yo he visto muchos, yo veo muchos. A diario, en el salón, en la cocina, en el coche, en la cama. Los veo por todas partes. ¿Soy una loca obsesiva y paranoica? Seguramente si, pero esa no es la cuestión,yo veo a estos bichos de verdad, no son alucinaciones.
 
El primero de estos KikoNikos apareció en mi vida hace cinco años, poco después de nacer el Mayor. Alguien fue al Imaginarium con la sana intención de traer un regalo mono para un bebé recién nacido y compró el peluche de marras, que, además de suave y amoroso, es un juguete de esos que favorecen la aceptación por la diversidad y la integración de los discapacitados y cosas de esas que a los niños les dan exactamente igual porque ellos juegan con cualquier niño, perro o ratón tengan o no una oreja mas grande que otra o un costurón en un brazo.
 
El caso es que alguien nos regaló el peluche y este fue ignorado  totalmente por el Mayor, lo que acarreó su condena al internamiento en un baúl en el cuarto de juegos. Dos años, seis meses y un día mas tarde nació el Rubio y el peluche ya rehabilitado pudo volver a integrarse en la sociedad. Al contrario que a su hermano, al Rubio el ratón le moló mogollón y decidió arrastrarlo de un pie como muestra de amor incondicional. Comía con el, dormía con el, lo enterraba en el arenero del parque, insistía en bañarse con el, lloraba porque no podía bañarse con el y se lo llevaba a la guardería cada día.
El cuello del Kiko Original empieza a perder facultades 
 
Temerosa de perder al Kiko en cualquier parque y convertir la vida de mi hijo en un infierno, decidí comprar otro Kiko de repuesto que además hiciera de doble de cuerpo cuando el Kiko original tuviera que pasar por la lavadora (cada tres días aproximadamente). Pero El Rubio se pispó de que en realidad había dos Kikos y como casualmente tiene dos manos,llegó a la conclusión de que podía arrastrar dos Kikos simultáneamente, lo que le convertiría en el campeón mundial de arrastramiento de Kiko y quien soy yo para frenar una fulgurante carrera deportiva. Compré un tercer Kiko y lo escondí.
 
Los Kikos son transportados generalmente así
 
 
Y así vivíamos felices y comíamos perdices hasta que una tarde en casa de unos amigos ocurrió lo inevitable: se perdió un Kiko. Presa del pánico intenté distraer al Rubio con todos los medios a mi alcance mientras los demás buscaban infructuosamente al Kiko. Finalmente aparecieron con un Kiko similar que tenían por casa, más pequeño y con alas, que fue muy bien recibido y bautizado desde entonces con el nombre de Kikobebépuedevolar. Al día siguiente, bajo una montaña de juguetes apareció el Kiko perdido. Si van echando la cuenta les saldrán ya cuatro Kikos.
Kikobebepuedevolar siempre viaja seguro


Una tarde me encontraba yo con los niños en el centro comercial de mi pueblo, conocido popularmente como Elcarrefur, tratando de que quemaran energía o alguna otra cosa después de una semana de lluvia y en un mas que notable estado de enajenación mental que mis hijos aprovecharon para arrastrarme al interior de un Imaginarium por la puerta pequeña y obligarme a comprarles algo ya que el día anterior habían recogido la cocina. El Mayor me pidió un dinosaurio y creo que no tengo que decir lo que pidió el Rubio. El Kiko negro es el último de nuestros Kikos por ahora, porque según el nos faltan el Kiko rosa y el Patokiko. Y llegarán, no me cabe duda, yo ya les estoy esperando en el porche, sentada en mi mecedora de mimbre con los ojos inyectados en sangre mientras acaricio
mi escopeta de perdigones. Llegarán.

 
¿Veis cómo me están mirando?