Es una de esas palabras maravillosas que despiertan el perro de Paulov que todos llevamos dentro. Es decir la palabra piojos y te pica la cabeza. Automático. Y yo, como estos días no solo he usado la palabra sino que he estado en contacto directo con los insectos neópteros a los que da nombre, me he rascado la cabeza hasta dejármela en carne viva y he llegado a someterme dos veces (sin necesidad, a mi no se me había enganchado) al tratamiento de vinagre y lendrera que me ha dejado este pelo desmochado y estos ojos de loca que luzco en la actualidad.

 

La cosa se destapó una soleada tarde de octubre mientras observaba yo, agarrada a la verja del colegio como un almonteño, a mi hijo en los últimos cinco minutos de su clase extraescolar de fútbol. De mi observación científica extraje que no es tan buen portero como medio centro (nota mental: gritarle al entrenador en el próximo partido que saque al niño al medio y se deje de gilipolleces) y que se rascaba la cabeza demasiado para mi gusto. De vuelta a casa, pare en una farmacia y blandiendo la tarjeta de crédito le grité a la farmacéutica que me diera TODO lo que tuviera para masacrar piojos. Entiéndanme, era la primera vez que me veía en esta situación y yo, además de muy fan de los productos químicos abrasivos soy un poco dada a la exageración. Finalmente la farmacéutica me hizo entrar en razón, y, aunque podía haber hecho el agosto a cuenta de mi visa, no se aprovechó de una enajenada mental y me vendió lo básico: producto pediculicida, champú, lendrera y un gorrito de plástico, todo en una caja.


Equipo completo anti piojos

Una vez en casa, sin mediar palabra, metí al Mayor en el baño y, en mi furor exterminador, derramé el producto sobre su pelo, su cogote, su espalda, sus ojos y su boca. Así, sin paños calientes. La criatura, con toda la razón, ángel mío, se quejaba amargamente (porque dulce, dulce el líquido ese no tiene que estar) y yo, después de enjuagarle bien, le prometí el oro, el moro y diez paquetes de cromos de fútbol. Luego, le senté en un banquito delante de la tele y le pasé pacientemente la lendrera el tiempo exacto que dura “Bob Esponja la película” , que si de normal se hace larga, no quiero contar cómo se hace mientras pasas el peinecillo y vas viendo caer los cadáveres de tus enemigos.
 
Ahí acabamos con el grueso de los bichos pero no con la psicosis. Andaba yo como un sabueso mirando cada dos por tres a mi hijo tras las orejas y con la suficiente preocupación para quejarme de los bichos en Twitter cuando los amigos de Nitview España se apiadaron de mí y me mandaron la lendrera con luz UV acoplada. Es una lendrera que incorpora un haz de luz ultravioleta que hace que las liendres y los piojos brillen bajo la luz de tal manera que son mucho más fáciles de localizar. Aunque des una pasadita por encima, si hay liendres se ven enseguida, con lo que me evito estar un rato despiojando al niño y viendo por enésima vez “Bob Esponja, la película”.
  
La Ledcom apagada






La Ledcom encendida



Ahora mi sistema de prevención de los piojos tiene tres pilares: Unas gotitas de aceite del árbol del te en el champú, un corte de pelo majete y una observación de control cada cuatro o cinco días con la Nitview Ledcom.  Y por lo pronto no hemos recaído, seguiremos informando.


Hoy, día en el que la comunidad educativa está llamada a una huelga general, es un buen día para reflexionar sobre la importancia de la educación, no solo la que podrá tener para nuestros hijos, sino la que ha tenido para nosotros. Un país es lo que es en función de la educación que reciben sus ciudadanos y en todo esto los profesores son uno d elos pilares principales. Pero si se les menosprecia, se les desautoriza, se les amenaza y se les cambia de centro cada curso, si se les baja el sueldo y se les coloca ante la sociedad como vagos y maleantes la educación que recibirá este país irá cada vez a peor. Un niño necesita profesores excelentes, bien preparados y motivados, sólo los mejores deberían hacer este trabajo y se les debería tratar en consecuencia como motores de la sociedad. Un niño necesita un superhéroe que le de clase, un campeón.




No se si salen los subtítulos en español en este video, os dejo el link con subtitulos

http://www.ted.com/talks/lang/es/rita_pierson_every_kid_needs_a_champion.html?source=facebook#.UmdqM-2UhGN.facebook




Como tengo mucho sueño y no puedo escribir nada más largo, os dejo este video


Un guerrero Ninja nunca subestima a su adversario, ni siquiera cuando es pequeño, muy pequeño, ridícula y desesperadamente pequeño.

 

Una bella joven, embarazada de su primer hijo, se apoya lánguidamente en la ventana y acaricia su vientre con ternura. Sonríe imaginando la carita de su bebé, su naricita, sus manitas y sus piececitos, cada uno de ellos con cinco preciosos deditos. Y cada dedito terminado en una minúscula, una jodidamente minúscula uña. Aquí es donde la romántica historia deriva inevitablemente en película de terror.

 

Cortar las uñas es una de las miles de cosas de las que nadie te habla cuando tienes un bebé, porque sudar a mares mientras, con mano temblorosa en lugar de con pulso de cirujano, intentas cortar una uña de menos de un milímetro y a la vez sujetas a un bebé al que su instinto primario de supervivencia le ordena “pelea o huye por tu vida, hay una loca sudorosa con unas tijeras” no es una preciosura monísima. Es una puta mierda.

 

Si estás en este punto, en el que el sueño rosa Disney se te ha ido al traste y al mirarte en el espejo no ves a la princesa Aurora sino a una desequilibrada ojerosa con pelos de idem, tranquila. Punto uno: eres una mujer normal y punto dos: de esto se sale. Yo misma, aunque no soy precisamente el ejemplo perfecto de mujer equilibrada y cabal, soy capaz de cortar semanalmente cuarenta uñas (excluyendo las mías propias) con un mínimo aceptable de daños personales a terceros. Procedo a plantear diversas opciones con respecto al corte de uñas extraídas de mi experiencia propia y de alguna que he ido escuchando por ahí.

 

-          Las manoplas: Vale, puedes esconder las uñas del recién nacido y no desesperarte al verlas, pero eso no quiere decir que no vayan a seguir creciendo. Tarde o temprano vas a tener que afrontar la realidad. Además acabas por darte cuenta de que las manoplas son la típica cosa que te cuelan con el primer hijo pero que su escasa practicidad y su poca durabilidad hacen que lleves al segundo con la cara como si durmiera en un saco con un gato rabioso.

-          La lima: Si eres negra, pesas 120 kilos, vives en el Bronx y llevas unas uñas de 40 cm. a lo mejor la lima te resulta útil. Si eres un bebé recién nacido con las uñas más finas que el papel de fumar, que se doblan hacia dentro ante la menor presión, va a ser que no. Que si, que lo pone en todas lar revistas para padres, pero a mi el tema de la lima no me funcionó. A lo mejor me faltan melanina, 60 kilos de peso y 40 cm de uñas, vete a saber.

-          Las tijeras: Esto si, no hay más remedio. Hay que echarle valor, meter lo que se pueda de los dedos por los ridículos agujeros, respirar hondo, santiguarse tres veces (cuidado, con la mano que no tenga las tijeras, que al final tenemos una desgracia) y al lío. Hay gente lista que lo hace cuando el niño está dormido, minipunto para ellos, y luego hay gente obtusa como yo, que se empeña en hacerlo después del baño, como si las uñas necesitaran estar aún más blandas.  Para llevar a cabo la operación son necesarios al menos dos adultos. Uno, el de mayor peso y poderío físico, al que llamaremos “el inmovilizador” y otro, el que tenga los dedos más finos, al que llamaremos “el ejecutor”. El inmovilizador debe tratar, con cariño y delicadeza, de que el niño se mueva lo menos posible para que el ejecutor corte dónde hay que cortar. Después de tres cuartos de hora de canciones, entretenimientos varios tipo “mira el pajarito” y acciones desesperadas “si yo también me corto las uñas y no lloro”, uno consigue su objetivo hasta aproximadamente la semana que viene.

-          El cortaúñas. Yo ya he llegado aquí, y mi vida es algo más sencilla. Tampoco puedo decir que mis hijos se sienten alegremente tendiéndome las manos como si esto fuera un nail salón cualquiera  de Nueva York, pero al menos he dejado de recibir patadas en la cara, una cosa de mucho agradecer. Cortar las uñas de los pies sigue siendo más complicado que las de las manos, aunque presentan la ventaja de que crecen más lentamente y no hay que pasar por la tortura tan a menudo. Las de las manos, en cambio, como cualquier madre con hijos en edad de rebozarse en el patio del colegio sabrá, no solo hay que cortarlas sino que hay que mantenerlas limpias, un trabajo titánico dado que, al parecer, las uñas segregan una sustancia que hace que se meta bajo ellas todo tipo de suciedad, pintura de dedos, plastilina o vayaustedasaber que se encuentre a un kilómetro a la redonda de las manos de una criatura.

 

Las malas noticias son que no puedes ignorar las uñas de tu retoño a menos que quieras que le incluyan en el Record Guinnes a las uñas más largas del mundo (hay un tipo de India que ostenta el título cuya foto os voy a ahorrar) y además que no hay bebé conocido que se deje cortar las uñas sin presentar batalla, con lo que la cosa se podrá fea seguro. Las buenas noticias son que cada año que pasa es uno menos que tienes que dedicarte a cortar uñas,¿ves? siempre hay algo positivo, venga,va,un poquito de rosa a la maternidad, que tampoco es plan de quitarle todo el azúcar.