He leído por ahí que hay un movimiento cultural-moda-o algo que propone tener una vida más lenta, apreciando mejor las cosas, sin prisas y así, y me ha dado una envidia que me ha salido urticaria y todo. Ojala pudiera yo, pero es que no tengo tiempo para tener tiempo.

En parte, o en todo, es culpa mía. Mia y de mi amígdala; la de mi cerebro, no las de mi garganta. Ese desagradable conjunto de neuronas impacientes y chillonas controlan mi cabeza y me hacen ir de ídem. Hay que entenderla, a la pobre amígdala; ella no sabe que vivimos en el siglo XXI, ella cree que aún estamos en el neógeno y que si me quedo demasiado rato quieta mirando un escaparate o apreciando una puesta de sol (y fotografiándola  para ponerla en el Instagram), vendrá un tigre dientes de sable y nos merendará a mi amigada y a mi sin ningún miramiento. Por eso lo más seguro para las dos es que yo no pierda ni un segundo en chorradas como dormir, tumbarme en el sofá, masticar la comida o caminar. Es mejor  poner lavadoras, pasar el mocho, engullir la comida y desplazarme en el patinete.

Ah, sí, el patinete, eso por lo menos es divertido, y me ahorro casi diez minutos entre el trabajo y la estación de cercanías, que viendo lo caro que está el minuto últimamente me ha salido bastante rentable. Me deslizo cuesta abajo a toda la velocidad posible que me permite la marea de transeúntes, visualizando el hueco entre señora con carrito de la compra y niñas de instituto y colándome entre ambas con un aullido de admiración por parte de las del instituto y uno de desaprobación por parte de la del carrito. Que digo yo que la que más tiempo ha disfrutado de la vida tendría que tener menos miedo a perderla a manos de una descerebrada con un patín y las que aún tienen mucho que vivir deberían agarrarse a su vida con uñas y dientes y apartarse de mi camino, pero extrañamente es al revés. Las amígdalas son muy raras.

Volviendo al tiempo que no tengo y que debo de gestionar fatal; ¿cómo lo hace la gente, de cuyas maravillosas vidas nos enteramos por las redes sociales, para pasar #unratitochachiconmiamorcito o #aquitiradasofaymantita?  En serio ¿qué estoy haciendo mal? Si me levanto a unas horas innobles y me acuesto tarde, más como walking dead que como ser humano y no ha habido ni media mísera hora en los últimos quince días en que me haya podido ir a correr (por no hablar de lo del sofá y la mantita que no se ni lo que es). La conclusión es obvia: mi amígdala y yo somos gilipollas.

O a lo mejor son los hombres grises. Los hombres grises que me han convencido de que para tener tiempo hay que ahorrar tiempo, y yo por más que ahorro tiempo más lo pierdo, porque se lo quedan ellos, y se van al caribe a gastarse mi tiempo, y se reparten tarjetas black para gastarse obscenamente minutos y minutos de mi tiempo. Basta ya. Si alguien va a dilapidar su tiempo voy a ser yo, este fin de semana que me busquen en el #sofaylamantita, eso sí, es probable que tenga que salir de vez en cuando a limpiar algún culo, pero en fin, tampoco se puede tener todo.

Pues señor. Allá por el mes de marzo, tuve yo una bebota rubia y rechoncha, a que la rotundidad de sus carnes hizo merecedora del nombre de “La Gordi” por parte de sus hermanos mayores. Era La Gordi una bebé de libro; dormía del tirón prácticamente desde el tercer mes de vida (y antes tampoco se despertaba más de dos veces por  noche, las cosas como son) y de las 21:00 a las 7:00 aproximadamente no había niña en la casa. Comía además estupendamente y lo que comía le aprovechaba tan bien, que ni un mísero cólico enturbió nunca nuestras tardes familiares.

 Todo era harmonía y felicidad hasta que llegó el momento de ir a la escuela infantil y con él, el ataque despiadado de los virus. Primero llegaron los mocos. Toneladas de ellos. La primera consecuencia de los mocos fue que le costaba mucho respirar sólo por la nariz, con lo que por la noche soltaba el chupete y esto hacía que se despertase y pidiera que alguien ( cuando digo alguien quiero decir yo) se lo volviese a colocar en su sitio independientemente de la hora de la madrugada que fuera. Por este motivo, mis noches, que antes consistían en dormir del tirón, se convirtieron en una suerte de tortura en plan Guantánamo. Soltaba La Gordi el chupete convenientemente coordinada con mis fases REM; la una, las tres, las cinco…mierda, las cinco, a la ducha que hay que ir al curro. Y así durante un par de semanas en las que el único momento en el que enganchaba sueño profundo era los veinte minutos de cercanías entre Pitis y Las Rozas.

La segunda consecuencia de los mocos fue el desbordamiento natural de los mismos hacia los oídos (no llegó a otitis, gracias a Dior) y hacia los ojos; lugar por el que desbordaron a través del lacrimal y terminaron produciendo una conjuntivitis que añadía picor en los ojos a la molestia previa de la nariz congestionada que ya sufría la pobre. Y que además me obligaba a ponerle el colirio mientras ella se resistía como bebé panza arriba teniendo que recurrir en muchos casos a sujetar a la niña con ambas manos y tratar de acertar en el ojo medio cerrado sujetando el frasquito de colirio entre los dientes. A día de hoy no sé si la conjuntivitis se le curó por el poco colirio que le cayó, pero sí sé que no tiene ni rastro de conjuntivitis en las orejas.

Y así estábamos hasta este pasado lunes, en el que por fin la fiebre hizo su aparición en escena, que ya estaba tardando. Llamada de la guardería mediante, la recogí con 38,5 de fiebre, pasamos (otra vez) por la pediatra para que me confirmara que  “es un virus, dale paracetamol si tiene fiebre”  ya tuvo que venir la artillería pesada. Gracias a mi bendita madre que se ha pasado la última semana en mi casa por las mañanas, he podido seguir viniendo a trabajar y disfrutar así de una de las semanas más movidas del año en el museo ( la Semana de la Ciencia) con el número mínimo de horas de sueño en el cuerpo que te permiten seguir vivo, pero no mucho.  Además, la suerte ha querido que esta semana coincida con una reunión que tenía al Samurai fuera de casa, y así yo, que me pasaba la noche durmiendo solo las dos o tres horas en las que el paracetamol hacía su efecto, me he venido a trabajar ( pero no me acuerdo mucho de cómo he estado llegando hasta aquí) y me he pasado las tardes haciendo deberes, jugando al Uno, cocinando, poniendo lavadoras, recogiendo y limpiando y rezándole a la Virgencita que, aunque yo no soy ni católica ni nada, que haga que esta noche la niña me duerma un par de horas más.

Ya es viernes, y siento que ya casi no me aguantan las piernas. Ha llamado el Samurai para decir que hoy estará ya de vuelta en casa a primera hora de la tarde. A esa misma hora tengo previsto comenzar mi hibernación de dos días, no me busquéis.

Bueno, pues ya estamos. Por fin llegó octubre y con él las rutinas normales. Como por lo visto en el mes de septiembre hace mucho calor, los niños salen del colegio a la una, (o a las tres si se quedan al comedor) que es una hora que, como todo el mundo sabe, no solo es muchísimo más fresca que las cuatro de la tarde sino que además a las madres que trabajamos nos viene de lujo para ir corriendo a todas partes y con el corazón en la boca como única cosa que podemos comer al medio día. Esta es la maravillosa forma que nuestras consejerías de educación han encontrado para que hagamos ejercicio y perdamos los kilos de más del verano, no seré yo la que ponga pegas.

Además, gracias a este mes de entrenamientos intensivos me veo en forma y dispuesta para coordinar las agendas extraescolares de mis tres vástagos. En realidad de los vástagos con picha, la otra pobre bastante tiene con tomarse la papilla de fruta para merendar con la poca gracia que le hace.

Pienso que las extraescolares deben ser actividades que elijan los propios niños, ya que deben también ir decidiendo cuáles son sus aficiones, así que a la pregunta - ¿a qué os queréis apuntar este año? La respuesta lógica fue – FUTBOL.  Y lo que hubiera fardado yo con un niño apuntado al taller de inteligencia emocional y otro a clases de teatro en inglés. Vale, pues futbol.

Lo que pasó fue que, tras la decisión estaba intranquila. Lo del futbol, como deporte está bien, pero, ¿no debería yo, como responsable de la educación de mis hijos, ocuparme de que tengan una formación más amplia? ¿No estaré siendo negligente y malamadre? ¿Y si luego en un futuro me echan en cara que ellos son los únicos de sus amigos que no tocan el sitar o hablan chino? Así que me meto en internet y localizo a una profesora que da clases particulares de piano. En casa hay un piano que nadie sabe tocar y que hemos heredado, que está en el salón porque no cabe en otro sitio y que ya iba siendo hora de valga para algo más que para colocar la flamenca y el pañito de mi abuela.

A las 17:30 tenía prevista su llegada la profesora. Insistí a los niños para que se lavaran las manos y se asearan mínimamente. En el preciso instante en el que suena el timbre de la puerta, observo por el rabillo del ojo como, por primera y única vez en su vida, el Rubio me hacía caso a la primera y, para asearse, se pulverizaba con el desodorante de su padre, axilas, pecho y parte de la cara. Haciendo uso de mi auto-control ninja transformo en - ¡un momentito! el grito de – mecagoentodostusmuertosdesgraciao- que luchaba por salir de mi garganta. Con una sola mano (con la otra sostengo permanentemente a la Gordi) le quito la camiseta y consigo que se ponga otra; medida que no elimina el olor a “ Axe Marine” sorprendentemente inusual en un niño de cuatro años.

Decido no mencionar el tema del desodorante y la profesora, que sin duda se estaba dando cuenta, tampoco lo menciona, con lo que empiezan la clase. Yo me retiro a mis labores en la cocina, ya que necesito un mínimo de una hora para preparar la cena porque sólo dispongo de una mano. Desde la cocina escucho cómo avanza la lección de piano:

Profesora: Vamos a aprender la escala musical. Do, Re, Mi ¿cuál sigue?

Rubio: Caca

Mayor: Jajajajaj

Profesora: No cariño, a ver, tú que eres más mayor

Mayor: Caca

Profesora: No, venga a ver, tú, mira, esta es Fa  ¿puedes tocarla? No, con el pie no, con la mano

Rubio: Caca

Mayor: Esto es un royo, ¿no sabes tocar la guitarra eléctrica?

 

Y así la que probablemente fuera la hora más larga en la vida de esa mujer. Su cara lo dijo todo cuando me comentó que, probablemente aún no fueran lo suficientemente maduros para dar clases de música y que lo mejor era esperar otro año.

 

De esto he aprendido que no hay que forzar a los niños y que su tiempo libre fuera del cole es para hacer lo que les gusta, ah, y que el desodorante mejor en el estante de arriba.

 
A las cinco de la mañana suena el despertador. Si, duele tanto como uno se pueda imaginar. Me levanto como un zombie, me meto en la ducha, me seco, me visto, me planteo si debería peinarme, decido que sin antes tomarme un café no tendría sentido, me planteo si debería maquillarme, alguien dentro de mi cabeza se parte de risa. Usando el móvil como linterna llego a la cocina y me meto la primera dosis de cafeína.

Es el primer día de trabajo después de casi seis meses de baja por maternidad y dos previos de baja por riesgo departo prematuro. Samurai deja a los niños en el colegio,a la gordi en la guardería y a mí se me cae el alma a los pies de dejarla tan pequeña. Pero en este país las bajas de maternidad son lo que son (o lo que les hemos dejado que sean) y tengo que volver a trabajar. ¿Tengo que volver a trabajar? Lo he pensado mucho, conozco a algunas madres que después del tercer hijo se han quedado en casa, porque echando cuentas, sale casi más rentable que pagar horarios ampliados, guarderías y comedores; pero al fin y al cabo yo tengo un horario muy bueno y puedo estar con ellos desde las cuatro de la tarde, así que, aunque a las cinco de la mañana el pensamiento de dejar el trabajo es muy tentador, me voy a coger el cercanías.

Las siete de la mañana. Llego al trabajo. Me quedo parada en medio del museo, no puedo evitar mirar hacia arriba, nadie puede, el edificio es espectacular. Pero hay algo que me llama la atención mucho más que la cubierta de vidriera de 1925, algo que hacía mucho tiempo que no escuchaba: nada. Silencio absoluto. Nadie chilla, nadie llora, no hay carreras, nadie golpea nada con un palo, nadie ha metido un transformer en la lavadora. Me quedo unos minutos disfrutando y me voy a mi despacho. No me acordaba ya de lo que es tener un sitio propio, donde la gente llama antes si quiere entrar. Tengo un despachito con mi mesa, mi ordenador, mi cafetera (esta sí que es mía de verdad, lo otro es del estado, pero me hago la ilusión de que es mío), y en mi despachito trabajo tranquila hasta que se acerca a saludarme mi jefa. Todo es amabilidad y tonos de voz razonables, y, para mi sorpresa, no intenta que la coja en brazos ni me vomita el desayuno en el hombro.

A las diez vienen a buscarme dos compañeros para ir a tomar un café. Tenemos una agradable charla de adultos sobre política y temas de actualidad y me quedo muy asombrada al comprobar que a uno de ellos le han puesto una tostada bastante más grande que la del otro y aun así no llora ni me pide que la reparta equitativamente. Además, en ningún momento llegan a pegarse por ver quién salta primero desde el taburete del bar ni me veo obligada a limpiarles la cara con una toallita.

A las tres cojo el tren de vuelta a casa, y me permito el lujo de leer un libro durante casi cuarenta minutos seguidos.  Y entonces me planteo otra vez  ¿tengo que trabajar? Si, necesito trabajar. No solo por el sueldo, que es verdad que no es muy alto y que la mitad se me va en comedor, transporte y guardería; también por eso de cotizar todos los meses, una cosa que en un futuro (muy muy lejano) me permitirá tener una pensión medio decente con la que irme al bingo a Benidorm si me da la gana. Y por mi salud mental, por salir de casa siete horas y media cada día a estar entre adultos y a tener un espacio propio. Soy consciente de la inmensa suerte que tengo, me gusta mi trabajo, y no se puede tener mejor jefa, no todo el mundo tiene esa suerte, otras madres se quedarán en casa y harán muy bien. Hay días malos, como todo, pero, por mucho que me cueste madrugar y mucho que me duela dejar a la pequeña en la guardería, esta es mi decisión. Tengo que trabajar, porque lo necesito, en todos los aspectos.

A las personas humanas nos gusta clasificar las cosas. Esta habilidad ha dado muchas alegrías en el campo científico y algún que otro quebradero de cabeza en el ámbito social. Porque claro, cuando una persona humana ve un bicho desconocido, lo estudia, lo compara y si hay suerte lo mismo hasta describe una nueva especie y todo; pero si una persona humana ve a otra persona humana a priori debería poder clasificarla así a simple vista, sin estudios taxonómicos ni nada.

El problema es que, en el caso de los bebés, esta clasificación se encuentra con un escollo al parecer insalvable y altamente desasosegante. Un bebé es pequeño, regordete y (más o menos) pelón, y, si va vestido, no hay forma de saber, a simple vista, a qué género pertenece. Y lo de no saber así a simple vista si es niño o niña hay gente que lo lleva fatal; por eso, en ciertas culturas, hemos acordado poner pendientes a las niñas y nada a los niños. Y con esto ya la gente vive en paz.

Pero luego resulta que hay algunas madres que decidimos no poner pendientes a nuestras hijas recién nacidas y vamos por ahí sembrando el caos y la confusión. Porque aunque haya otros métodos de diferenciación genérica a la gente lo que le vale es lo de los pendientes. Da igual que lleves a la niña vestida de rosa, con un chupete rosa, en un carrito rosa y con un bolso rosa en el que pone bien grande su nombre de niña en letras rosas que no falta la señora que se te asoma al carro y te dice – Ay, mira, que niño más mono. Ya, gracias, bueno (dices tú, sintiéndote casi culpable) es una niña- ah, como no lleva pendientes….- Acabáramos.

Tengo que decir que no soy yo la pionera en mi familia en esto de no poner pendientes. Ya en el año 1978, mi madre, agotada y desquiciada, después de un parto de muchas horas, agarró a una monja por la pechera y amenazó con sacarle los ojos a ella y a toda su congregación si osaban agujerearme los lóbulos. La hermana salió de allí disparada a llamar al exorcista y a día de hoy, 36 años después, puedo afirmar que ni me ha poseído el demonio ni me he puesto pendientes.Me puedo imaginar las presiones enormes a las que mi madre se vería sometida para conseguir ponerme los pendientes, pero la mujer estuvo ahí firme; y lo del “no pasarán” de las revueltas estudiantiles lo tuvo que volver a sacar para contener a mis abuelas, que me rio yo de los grises después de haber visto a mi abuela Juana con la zapatilla de andar por casa en la mano.

Digo que me imagino la presión, porque el tema este de pendientes si, pendientes no aún levanta gran polémica. Sin ir más lejos, hace un mes, en la sala de espera del pediatra, presencié como una madre soportaba el peor asedio imaginable: el de la suegra. Allí estaba esta heroína del siglo XXI y su madre política, con la bebé en los brazos decía, en un alarde de sutileza: - Ay, mi nietecita, que bonita es, que bonitas orejitas tiene, y lo bonitas que estarían estas orejitas con unos pendientitos-. Y la chica allí, sin levantarse a romperle a la señora una vara en las costillas, que casi me levanto yo. ¡Idola! ¡Musa! No sé quién eres, pero desde aquí mi homenaje sincero.

Y en estas estoy yo, que siempre tuve muy claro que si tenía una hija no iba a ponerle pendientes, que me he pasado el embarazo polemizando a diestro y siniestro con el tema de los pendientes y que cuando por fin doy a luz y me dan a la niña, le miro la orejita y me encuentro con esto: una verruga en el lóbulo de la oreja izquierda redondita y colocadita justamente en el sitio en el que iría un pendiente. Toma ya. Por hippie. Puto karma.
 
 La monja y mi abuela se están descojonando desde el mas allá
 

Pd: A ver, que yo no le he puesto pendientes pero que no soy antipendientes. Que luego la gente ve mucho antipendientismo por ahí y el antipendientismo radical no es lo mío, que lo sepáis.

 



Todas hemos oído que la natación es uno de los deportes más completos, ya que en la piscina puedes ejercitar una gran cantidad de músculos a la vez. Yo hoy vengo a demostrar lo cierto de esta afirmación; nada para tener unos músculos tonificados como una horita de piscina con los niños. Y quien dice músculos tonificados dice esguinces en varias articulaciones, pero ya, allá cada uno con su estado de forma.

Cada día, como miles de madres españolas, llevo a mis hijos a la piscina con varios fines aviesos, entre ellos el de sacarlos ya de casa, donde los decibelios de sus gritos son incompatibles con la vida, o cansarles para poder encamarlos lo antes posible. Y además, la ducha en la piscina en verano te la convalidan por el baño en la ducha de casa, con lo que ir a la piscina te quita de algunas de las duchas semanales. Todo ventajas.

En mi caso particular, la piscina es privada, es decir, que no hay socorrista buenorro, la socorrista soy yo, un trabajo más a sumar a la multitarea. El trabajo de socorrista en mi casa es bastante estresante porque hay un elemento desestabilizador y rubio que no sabe nadar pero al que esta situación le importa un carajo, y que no tiene miedo ni vergüenza; por lo que a la que puede se lanza al agua, sin manguitos y en pelotas. Acto seguido me lanzo yo detrás, dando berridos y con ropa. Este es ya el tercer verano consecutivo en el que tengo que hacer el sprint de los 100 metros con lanzamiento al agua, así que en mayo instalamos una verja para cerrar la piscina, y este año he hecho el sprint de los 100 metros vallas. El rubio es como un gato, si le cabe la cabeza le cabe el cuerpo, y se cuela por la verja. Hemos tenido que parchearla con brezo y aun así y hasta que por fin las clases de la piscina municipal en invierno den sus frutos, el rubio está condenado a salir al jardín con manguitos SIEMPRE.

Puede que alguien se esté planteando que como es que me quejo si tengo jardín y piscina. Bien, le pondré en antecedentes. El año pasado heredé esta casa con jardín y piscina de mis amados padres, los cuales han pasado a mejor vida. O sea, que se han jubilado y se han ido a vivir a un piso sin jardín que rastrillar, limpiafondos que pasar o cacas de perro que recoger. Quizá he olvidado mencionar que con la casa heredé dos perros, lo que eleva mi número total de perros a tres. Como hijos. Tres perros y tres hijos. Ahora me compadecéis.

Así que, cada tarde, nos salimos todos a la piscina, cuatro humanos y tres perros. Coloco el carro en la única sombra que hay y amenazo en balde con castigar al que salpique a su hermana. Si LaNiña está dormida y los astros me sonríen me doy un chapuzón y si no, me siento con ella en el borde y trato de no rozar la esquizofrenia al atender a todos los “mira mamá” que me lanzan cada cuatro segundos: - Mira mamá, cómo buceo-Mira mamá, voltereta en el agua-Mira mamá, me tiro a bomba-Mira mamá, con una pierna.  Compadeciéndose de mí, uno de los perros ha decidido que va a hacer el de socorrista, y patrulla alrededor de la piscina ladrando a aquel niño que haga alguna maniobra peligrosa, o lo que un perro con clara fobia al agua entiende por peligrosa, es decir, cualquier cosa. Como el rubio es el más temerario, el perro le vigila de cerca y trata de que no salte al agua sujetándole de los manguitos; y esto, que para el niño es un juego divertidísimo y para el perro un amago de infarto, a mí ya me ha costado una fortuna en manguitos de los chinos.
 

De esta manera, gracias al programa completo de entrenamiento en la piscina, tengo los brazos más firmes de pasar el limpiahojas, las piernas tonificadas de las carreras para impedir los ahogamientos y un tic nervioso en un ojo provocado por la mezcla de ladridos y gritos, que no se si cuenta en la operación bikini, pero que a mí ya me ha dado resultados en la cola del súper cuando le he guiñado el ojo a un señor. Que no estaré buenorra, pero si quiero pillo cacho.

Desde finales de marzo tengo tres hijos, pero los efectos devastadores de esta situación no se han hecho notar hasta la semana pasada. Digamos que desde finales de marzo yo venía viviendo una situación previa al caos que más o menos me hacía intuir lo que venía pero que no me había preparado para lo que sería el verano en casa. Porque desde el día 20 de junio les tengo aquí a los tres, y dado que yo estoy en casa de baja, y no tengo esa excusa tonta de trabajar que ponemos las madres de hoy en día para pirarnos a sentarnos a una oficina con su airecito acondicionado y su cafetito de una máquina; no tengo más remedio que pringar. Ah, pues no haber tenido hijos. Pues, si, si llego a saber lo que me pasaría este verano por adelantado adopto 20 gatos.

La cosa suele empezar a las 4:40 de la mañana con LaNiña reclamando su desayuno tempranero. Esto no es demasiado incómodo, ya que consiste en meter a la niña en la cama, sacarme el tetámen y dejarla luego allí hasta que nos despertamos las dos. Lo que pasa es que, como todo el mundo sabe, tras meterte a la niña en la cama no se duerme igual, inconscientemente tienes miedo de aplastarla o de empujarla y eso del da a ella cancha para expandirse de modo que sus 60 centímetros ocupan el 50% de la cama y el Samurai y yo nos repartimos la otra mitad; que si se piensa, en cuestión de proporciones es bastante injusto. Durmiendo así se le queda a uno la espalda hecha un ocho, y yo ya llevo tres meses de contorsionismo, con lo que no me levanto con optimismo y buen humor precisamente.

A fin de tener entretenidos a los insurrectos y para minimizar las veces que se pegan con objetos contundentes o con las simples manos desnudas, he desarrollado un programa de actividades que consiste fundamentalmente en sacarlos de casa lo máximo posible para cansarles lo suficiente y que a las ocho y media estén ya cenados, bañados y pidiendo la hora. Las salidas incluyen parques, piscinas, supermercados, el Ikea de Alcorcón, el zoo o el museo en el que trabajo. Si estabais buscando una guía trendy y estilosa de planes con niños este no es vuestro blog.

El tema es que para salir de casa y no ser un peligro para mis congéneres, entiendo que debo ducharme, y cada día, mientras me ducho, uno de los niños  pega o molesta al otro, y el afectado viene al baño en busca de justicia; justicia que yo imparto en pelotas y con la cabeza llena de espuma, que aquí me gustaría a mí ver al juez Castro ( en la situación, no en pelotas, dios me libre).Los gritos resultantes de mi reparto de justicia, despiertan a LaNiña, que estaba dormida en la cuna o en la hamaca, y se une al griterío general con unos berridos que le acreditan como miembro de esta familia sin necesidad de pruebas de ADN ni nada. La solución para que se calme suele ser enchufarle la teta. En este momento crítico, en el que estoy medio mojada, tapada con una toalla y con una niña al pecho pueden pasar dos cosas: O bien que llama a la puerta el repartidor, que trae algo de lo que el Samurai ha comprado en Amazon (compra muchísimo en Amazon, pero yo no tengo tiempo de ocuparme de este tema para ver si está desviando fondos para sus compras, estoy en modo Infanta) o bien alguien necesita que le limpien el culo.  A esas alturas de la mañana yo ya estoy tan nerviosa que creo que en ocasiones le he limpiado el culo al repartidor. Para cuando consigo ponerlos en marcha ya han dado las doce del mediodía, y fíjate todo lo que llevo escrito ya. Continuará, si no acaban conmigo, continuará.

No sirve de nada darse cabezazos contra una puerta, joven guerrero. En ocasiones es más fácil girar el pomo y abrirla.

 
Que el demonio existe es algo que muchos satánicos, exorcistas y frikis varios llevan tiempo diciendo. Que existe, tiene cuatro años y es rubio es algo que solo digo yo. Y a mí la gente también me mira como si estuviera loca, pero claro, esa gente no ha sentido su poder satánico como lo he sentido yo.

El principio básico de dicho poder es una auto estima y una confianza en sí mismo a prueba de bombas. No hay muchos niños de cuatro años capaces de plantarse delante de un señor que les cuadriplica el peso, el tamaño y la mala leche y que para más señas es su padre y, con una mirada desafiante, decirle: “Macho, tu a mí no me cortas las uñas de los pies”. Decirlo y cumplirlo, porque después de pasarse horas sentado en un sillón sin tele y sin jugar, pudiendo abandonar el mismo solamente para comer, dormir e ir al baño, con la única premisa de que si consentía que le cortásemos las uñas de los pies se le levantaría el castigo, él permaneció impasible totalmente, mirándonos desafiante desde su sillón de pensar, en el que, al parecer, el único pensamiento que desarrolló fue: “ macho, tu a mí no me cortas las uñas de los pies” Y punto.

Si, si, ya se lo que piensan esas que menean la cabeza de lado a lado con actitud condescendiente. Ese niño es un maleducado, y un consentido y no tiene más que montar una pataleta para que le den lo que quiere, por eso es así. Con el debido respeto, mis queridas señoras: los cojones. Hemos aguantado estoicamente cientos de rabietas sin ceder ni un milímetro al chantaje; más que yo las ha sufrido su antagonista natural, el Samurai, que ha aguantado llantinas en parques, supermercados, aeropuertos, vehículos a motor y establecimientos de toda índole a lo largo y ancho de nuestra geografía e incluso allende los Pirineos, armado únicamente con una frase que repite una y otra vez como un mantra: cuando dejes de llorar, hablamos. Y si, al final hablan y el niño no consigue las chuches o lo que sea que generó su estallido, y todos tan amigos hasta la siguiente rabieta.

Debo decir que la cosa ha ido mejorando poco a poco y que ahora más que en forma de rabietas, su maldad encuentra maneras más creativas de manifestarse. Como aquella tarde de sobremesa hace unas semanas, cuando parecía que se había anticipado el verano, en  la que decidió que la mejor manera de darle helado a un perro era restregarse el helado por la cara y dejar luego que el perro se la limpiara a lametazos. O cuando en el parque hace unos días, convenció a su hermano mayor para orinar en un vaso de plástico con el noble propósito de mezclar el líquido obtenido con arena y hacer así una tarta de barro para agasajarme a mí. Lamentablemente me di cuenta de cómo habían hecho la “tarta” cuando tenía una porción en la mano.

Así que, viendo que la cosa empieza a ponerse peligrosa y que corremos el riesgo de que, siguiendo su instinto maligno, nos monte una red de tráfico de armas, o una caja de ahorros o algo por el estilo, hemos decidido establecer con él un programa de puntos por el que conseguirá un regalo si a lo largo de la semana cumple con sus obligaciones y se porta bien. El problema es que el primer regalo que quiere es un juego de química. Una cosa, ¿tenéis en casa refugio nuclear?

Tengo una hipótesis: los recién nacidos son, en realidad, alienígenas. Por supuesto es una hipótesis loca, que ha generado mi escasa capacidad de raciocinio, devastada tras las pocas horas de sueño, la alimentación desordenada y los pezones en carne viva.  Tratare de argumentarlo (no prometo nada).

Los recién nacidos no son de este planeta. Para empezar, cuando llegan, han de aprender a respirar en nuestra atmósfera, que es una cosa súper marciana. Para poder permanecer en la Tierra y culminar su invasión, tienen que aprender también a alimentarse como un ser humano, algo bastante complejo, ya que su sistema digestivo extraterrestre ha de habituarse a la comida humana y en muchas ocasiones se rebela en forma de gases, cólicos y unos cagarros amarillo-verdoso que, admitámoslo, no son de este mundo.

Su aspecto no deja lugar a dudas; son humanoides, pero no son enteramente humanos. Les delatan sus cabezas apepinadas, su extraño color de piel, sus parpados casi transparentes o sus pequeñas manos de vieja en miniatura. Seamos sinceros, no son bonitos. Son fascinantes, uno no puede dejar de mirarlos, pero no son bonitos. Mejoran  medida que crecen, aunque el primer día que los ves, envueltos en una pátina blancuzca y con esa cosa negra colgando del ombligo, no puedes evitar pensar que aquí hay algo raro.

Son organismos parasitarios que dependen del huésped al 100%, pero son un tipo de parásito despótico y dictatorial, porque a ver cuándo se ha visto un parásito terrestre que obligue a su huésped a estar levantado a las cuatro de la mañana viendo los cantajuegos o dando saltitos por la cocina a modo de danza india durante más de dos horas para intentar dormirle. Además crean en el huésped una sensación enorme de responsabilidad que ciertos días le lleva a rozar la locura. No creo que nadie se presente en urgencias de un hospital dando berridos porque su solitaria ha tosido raro.

La comunicación con ellos es imposible. Para empezar, ni te ven, o eso quieren que creamos. Abren esos ojos un tanto inexpresivos y ligeramente bizcos y comienzan los movimientos espasmódicos y los soniditos guturales, que a todos nos parecen monísimos pero que en realidad deben ser  un mensaje a la nave nodriza del tipo: “Aquí teniente coronel ULK238 desde la Tierra. El plan para la invasión continúa según lo previsto. Hoy algunos humanos han intentado comunicarse conmigo, su lenguaje primitivo se reduce a una especie de ruidos inconexos  y la palabra “ajo”. Claramente son retardados y su voluntad es muy sencilla de controlar. Solo he necesitado dejar a mi humana una semana sin dormir para que obedezca todas mis órdenes. Me dispongo a regurgitar leche una vez más sobre su hombro y luego a impedir que se limpie berreando con fuerza si intenta depositarme en la cuna. La tengo totalmente sometida, en breve enviare coordenadas para el aterrizaje masivo de nuestras naves.”

Desde aquí le pido a la NASA  que analice este fenómeno, porque en apocalipsis alien está cada vez más cerca. Para mí ya es tarde, llevo un mes sin peinarme, no consigo ir al baño sin llevar en brazos a un bebe durmiente y en estos momentos tecleo este post con una sola mano porque si suelto a mi tercera pasajera su llanto me perfora el hipotálamo. Salvaos vosotros que podéis.


Ni una ni dos, sino tres veces. Tres veces me han llevado a un quirófano,me han puesto la anestesia epidural, me han colocado una sabana verde a un palmo de la nariz a fin de que no vea mis propios interiores desparramados, me han sacado a la criatura, visiblemente contrariada ante el hecho de tener que abandonar un útero calentito y aparecer en un quirófano,y, afortunadamente,me han vuelto a coser.




La primera vez que me paso supuso una experiencia bastante desagradable, básicamente porque ya llevaba 14 horas intentando sacar al mochuelo por el orificio correspondiente, orificio por el cual todo el mundo metía la mano, pero salir, lo que se dice salir, nada, y tras esas 14 horas sin comer, sin beber y sin dormir acabar en un quirófano digamos que no es lo que mas ilusión puede hacerte. Una sueña con ese parto de película en el que una matrona con bata tirando a regordeta y un ginecólogo canoso te animan a empujar mientras tu respiras sudorosa y le agarras la mano al marido hasta destrozarle las falanges; y no, al final acabe en el quirófano con un anestesista que, o bien era un oompa-loompa o a mi me habían puesto morfina el el gotero y estaba empezando a desvariar.




Y después de la operación viene la recuperación, que es una autentica mierda. Duele mucho, mas o menos cono si te rajan la tripa de lado a lado y luego te la vuelven a coser, una cosa así. ponerse en pie o caminar no es una opción, salvo si una enfermera con cara de mala leche se te planta delante y te dice que o te levantas a hacer pis o te sondan. Con el estimulo adecuado cualquiera puede caminar.




La segunda vez la cesárea surgió del fracaso de nuestra intentona de un parto natural después de cesárea. La ginecóloga tenia fe, se paso el embarazo diciendo que se podía lograr, que si me ponía yo sola de parto y la cosa iba normal que tendría un parto natural. La fe la perdió en la semana 41 cuando el morcón pesaba ya cuatro kilos y no había señales de que estuviera dispuesto a abandonar mi útero. Así que me programo la cesárea y la cosa fue bastante mejor que la anterior. Es lo que tiene ir ya sabiendo lo que va a pasar. No hubo drama, no hubo agotamiento y curiosamente no hubo oompa-loompa, de lo que deduzco que la vez anterior estaba yo, lo que se dice, puesta hasta las cejas.




La tercera vez ya estaba cantada. Cuando llevas dos cesáreas ya no hay opción a un parto vaginal, que hay que ver el lado bueno, ya que abren pueden aprovechar para otras cosas, como ligarte las trompas. Para lo que no aprovechan es para hacerte una lipoescultura y una abdominoplastia, lo sugerí en el-quirófano y no parecieron dispuestas a traspasar los limites entre la ginecología y la cirugía plástica. Así que volví a la habitación siendo yo y no Elsa Pataki, y desde mi experiencia con las cesáreas pude plantearme y resolver ciertas cuestiones que en ocasiones anteriores me atormentaban del tipo: "La enfermera que viene a apretarte la tripa recién operada ¿ es sadismo o simplemente es que es una hihaeputa?", o, "hacer de vientre después de la operación ¿puedes apretar o peligran los puntos?", así como " Toser: muy mala idea".




De todas formas en esta ocasión la recuperación ha ido mucho mejor, no se si es que mi cuerpo ya se ha acostumbrado a las cirugías mayores abdominales o ha sido por mi programa de entrenamientos prenatal, que alternaba dos días de natación con tres de pilates para embarazadas, largos paseos y donuts fondant. Lo de los donuts a lo mejor he contribuido al aumento de mi culo y no a la recuperación, pero esas maravillas glaseadas de chocolate han hecho mi vida mas feliz estos últimos meses, y así sigo, tan feliz en mi inconsciencia, madre de familia numerosa. Aun no debo ser consciente de lo que se me viene encima, pero tengo la intuición de que me van a hacer mucha falta los poderes ninja a partir de ahora.

Hay cosas, joven guerrero ninja, que son tan inevitables como la salida del sol. Solo has de esperar a que sucedan.



Toda madre de uno o más especímenes humanos con picha sabe que tarde o temprano acabaran con uno de sus miembros escayolados. No me entiendan mal, los especímenes humanos sin picha también tienen bastantes opciones de dejarse su primera dentición contra un bordillo o fracturarse un brazo por varios sitios en cualquiera de nuestros parques y jardines, pero los chavales, no sé si por condicionamiento social o por su mala cabeza heredada tras cientos de miles de años de hacer el cabra subidos a una roca o corriendo detrás de un mamut, tienen cierta tendencia a quedarse incrustados en esquinas, troncos de árboles, o columpios varios. Lo llevan escrito en la cara, sobre todo algunos de ellos. En el museo, cuando hablamos del yeso a un grupo de alumnos de primaria siempre pongo el ejemplo de que sirve, entre otras cosas, para inmovilizar los brazos o piernas tras una rotura. Y siempre hay uno de los chavales, mirándome bajo su flequillo y sonriendo con su diente partido, al que le pregunto "¿a que a ti te han puesto alguna vez una escayola? " y la respuesta suele ser el número de veces que se la han puesto. Nunca menos de dos.

Y una madre sabe que tarde o temprano esto ocurrirá, no solo porque se lo diga su sexto sentido, sino porque les ha visto jugar al fútbol en el parque. En mi caso el sexto sentido me fallo a medias, porque yo hubiera apostado mi mano derecha a que el primer escayolado iba a ser el Rubio, y no. El Mayor ha dado la sorpresa y porta orgulloso una férula inmovilizadora tras hacerse una fisura en el radio izquierdo. Tres semanas.

En realidad la caída fue una cosa muy tonta. Iba corriendo y se cayó, sin más. Pero desde el asesinato de Francisco Fernando de Austria que provoco la Primera Guerra Mundial, nunca un hecho puntual aislado había provocado tan magna tragedia. Al levantarse del suelo y notar el dolor en el brazo, la primera cosa que vino a su mente fue lo lógico, lo que se le hubiera ocurrido a cualquier funcionario que se precie: ¿Mañana voy a ir al cole? Y yo, que no veía que el hueso se le saliera de la muñeca precisamente le confirmé que sí, que al cole de cabeza. Esta noticia devastadora, unida al hecho de que debía dolerle la mano y de que vio cómo, además, se había raspado medio milímetro en un dedo, fueron suficientes para desplegar todas sus dotes de actor shakesperiano mezcladas con toques de plañidera griega con pañoleta negra.

Pero claro, yo esa peli ya la he visto muchas veces y no me la trago tan fácilmente, así que mientras el berreaba que no quería que le amputaran el brazo en mitad del parque, yo le senté en un banco y le di un zumo pese a que el clamara por morfina. Tras diez minutos de berridos, hipidos y declaraciones dramáticas del tipo: Mamá, ¿crees que me voy a morir?; empecé a notar, como cuchillos clavados en mi espalda, las miradas de las otras madres, que pensaban sin duda que cómo esa monstrua capaz de dejar a su hijo sin atención médica está dispuesta a traer a otra criatura al mundo para dejarla igual de desatendida o más.

Venga, vale, cojo al herido, al Rubio, sus mochilas, sus abrigos, el patinete, la pelota de fútbol y a mi panza de 35 semanas y nos vamos al centro de salud. Allí, pese a que Sir Laurence Olivier junior entró al grito de " no quiero que me corten el brazo, Mamá por favor", se encontró en la sala de espera con un compañero de clase y ni corto ni perezoso se lanzó al suelo a jugar con los tazos. Y yo, que quieren que les diga, si no le duele para jugar a los tazos no me voy a pasar dos horas en una sala de espera, así que me lo llevé a casa sin ningún tipo de remordimiento. Ni mijita.

Eso ya me vino por la mañana cuando al tratar de coger la taza con la mano izquierda hizo un gesto de dolor; me costó un poco al principio reconocerlo porque era dolor real, y de eso el Mayor gasta poco, pero fue suficiente para hacerme ir a urgencias con él y pasarnos la mañana entre rayos y traumatología con el resultado de un brazo vendado, un niño triunfante y una madre con complejo de culpa. Y tres semanas de vendaje, en el que aparte de llevar su triunfo sobre mi desconfianza, el niño lleva toda la mierda del mundo y parte de la de los planetas más cercanos. Tanto que este va a ser el segundo martes que le voy a llevar a que le cambien el vendaje haciéndome la lerda como si pensara que ya es la fecha que me dieron para quitárselo. Afortunadamente con el embarazo todo se me perdona
Hace dos semanas que quería escribir esta entrada. En realidad hace dos semanas que tenía que escribir algo, y no he sido capaz de sentarme. A priori quería escribir algo divertido, pero no me acaba de salir. Lo que me sale es esto, la historia de cómo, en cuestión de un mes, pasé de ser una simple madre nueva en un colegio a uno de los personajes más increpados y perseguidos por un cierto grupo de padres. Y todo esto con un bombo de ocho meses, si eso no es que te vaya la marcha, que bajen Dos y lo vean.

Todo empezó con el polémico tema de todos los meses de enero en todos los colegios públicos de la Counidad de Madrid: el cambio de jornada escolar. Para aquellos ( no se si muchos) que no sepan de que va el tema resumiré que de unos años a esta parte, la consejeria de educación está facilitando cada vez más, en aras de la siempre traída y llevada libertad de elección de los padres, que el los colegios públicos ( ojo, públicos, no hay ni un solo concertado o privado en los que ocurra esto) puedan cambiar su jornada partida, que era la de toda la vida y que consistía en tener clase de 9:00 a 11:00, luego un recreo hasta las 11:30, después otra clase de 11:30 a 12:30, dos horas para comer, en casa o en el comedor, y de nuevo clases por la tarde de 14:30 a 16:00; a otra llamada jornada continua en la que hay clases de 9:00 a 14:00 con una única pausa de 30 minutos a las 12:00.

Ventajas e inconvenientes de las dos se desgranan en interminables conversaciones, artículos de prensa y blogs a favor o en contra. A priori los que están a favor son el profesorado, que vería cómo su jornada se racionaliza de tal modo que no tienen dos horas de pausa para comer y se pueden ir a casa antes; así como los padres que no usan el comedor y que no tienen que das dos " paseos" de casa al colegio para llevarse a sus hijos a comer. Del otro lado, están los padres que trabajan, cuyas jornadas no se ajustan de ninguna manera a la de los niños y que ven como un peligro aceptar estas condiciones por si esto pueda perjudicar ( como de hecho ocurre en muchos centros) a los servicios de comedor o de actividades extraescolares. No es humanamente posible que una madre trabajadora llegue a recoger a su hijo a las 14:00 al colegio. Sobre que es lo mejor para los niños no hay datos concluyentes en ninguna de las dos jornadas, con lo que cada uno arrima el ascua a su sardina, convirtiendo este debate en lo que convienena los adultos y no en los que conviene a los niños.

El caso es que en nuestro colegio el tema se planteó ( de nuevo) a principios de febrero. En una reunión de AMPA en la que debía decidirse cual sería el voto de la asociación para el consejo escolar respecto a este tema, me lié la manta a la cabeza y me ofrecí como representante del AMPA ante el Consejo Escolar, ya que el representante anterior había dimitido. Esta acción la puedo justificar con factores que van desde mi desvarío hormonal hasta mi poca cabeza, pero en realidad, y es lo que sigo sintiendo ahora despues de todo el jaleo, me apetece mucho hacer cosas por el colegio de mis hijos, que, dicho sea de paso, fue mi colegio cuando yo era niña. Siento una responsabilidad acerca de los que ocurre en el centro, creo que, peleas a parte, se pueden hacer grandes cosas.

Total, que se inicia el proceso de cambio y la cosa anda mas o menos normal hasta que la FAPA ( Federación de AMPAS) nos comunica que hay un papel en todo nuestro proceso que no ha sido enviado a tiempo a la Inspección de área y que no se puede seguir el proceso. Con esta información me voy a la Inspección territorial y, tras consultar a la inspectora, ésta paraliza el proceso para votar el cambio de jornada. Y se abren las puertas del Averno. El equipo directivo del centro, visiblemente contrariado, llega a amanazar al AMPA con retirarnos el permiso para hacer las actividades extraescolares. El grupo de padres a favor del cambio comienza a correr la voz de que el proceso lo ha parado el AMPA unilateralmente y uno de los días me encuentro rodeada por una quincena de madres que me señalan y me gritan. En el Consejo Escolar extraordinario que se celebra, los profesores nos acusan de deslealtad hacia el colegio ya que, según ellos, la inspección no se habría dado cuenta de que estábamos fuera de plazo si yo no hubiera ido a preguntar ( una idea un tanto cuestionable) y finalmente el colegio emite un comunicado a los padres, dejando leer entre líneas, que la culpa de todo la tiene en AMPA, que son unos chivatos acusicas. Y todo porque nadie en el consejo escolar se leyó la orden que regula el proceso de cambio y se estableció un calendario de votaciones sin tener en cuenta que uno de los documentos de solicitud había que formalizarlo antes del 1 de marzo.

Pero todo da un giro dramático.Hace una semana, concretamente el día 11 de marzo, aparece la inspectora por el colegio y nos comunica que todo ha sido un error y que ese famoso documento no había por que enviarlo antes del dia 15 de marzo. Sospecho que tanto el colegio como algunos padres habían presionado ligeramente para que pase esto. El problema era que teníamos dos días para convocar las nuevas elecciones y la escalada de tensiones no se frenaba. Finalmente, el viernes 14, a última hora y de la mas chapucera de las maneras, se celebra la elección... ¿ y todo para que? Pues para que de los 730 padres censados sólo fueran a votar 270. No se consigue el quorum, de hecho no se consigue ni la mitad de el quorum necesario. Pero, ¿adivinad a quien culpa todo el mundo de esto? Pues por supuesto al AMPA y a sus manejos, que ha encontrado un rato entre provocar las revueltas de Ucrania y hundir las finanzas internacionales para convercer a las de 400 padres para que no vayan a votar. De nuevo, a la salida del colegio me señalan y me increpan.

Pero ¿que ha pasado en realidad?. En realidad este centro lleva intentando el cambio ni mas ni menos que desde el 2005, y nunca ha alcanzado el quorum en las votaciones. De hecho este esl el año en el que más gente ha ido a votar en la hirtoria del colegio, supongo que la polémica y los incidentes han publicitado mucho el proceso. ¿ Y que pasa conmigo? pues que como estoy loca y además soy ninja no me planteo dimitir del AMPA y pienso seguir dando guerra, porque creo sinceramente que se puede hacer mucho, y que es nuestra responsabilidad como padres y contribuyentes pelear por la escuela pública. En cuanto a mi opinión sobre la jornada continua... a priori no me gusta, pero,en fin, hay cosas mucho más graves. He escuchado a las dos partes y todos tienen sus propios argumentos, pero preferiría que usáramos esta fuerza para arreglar los socavones del patio que para pelearnos y obviar que ya casi no hay becas de comedor o que el año que viene nos cambian los libros y no hay becas para comprarlos. ¿ Quién gana en todo esto, que ocurre por todas partes en Madrid? ¿ Quíen saca tajada de enfrentar a los padres con los profesores? ¿Quien consigue que ya nadie se acuerde de la drástica reducción de las becas de comedor porque ya pueden llevarse a su hijo a comer a casa y no tienen por qué quejarse? Está claro, ¿no?

PD: Perdón por lo largo del post, pero tenía que escribirlo.
Cuando paseo mi lozana panza por los parques, jardines y Mercadonas de esta nuestra comunidad ( autónoma), no falta nunca una amable ciudadana, generalmente señora mayor, que me mira con ternura y me pregunta: ¿ es el primero? . Culparé de esta confusión, no a la buena mujer sino al hecho de que yo, en chandal,con coleta, y sin pizca de maquillaje que tape este acné prenatal, parezco mas una madre adolescente de quince años que una madre ninja de 36; es lo que tiene salir sin los nunchakus. Volvemos entonces, que me voy por las ramas, a la pregunta de esta entrañable señora, que con cariño y, por que no decirlo, bastante condescendencia, me pregunta si este es mi primer embarazo. - No, es el tercero- respondo yo,y ella abriendo bastante los ojos y con la sonrrisa un poco congelada, suele responder: - ¿ Tres? ¡Que valiente!.

Esta opoinión está muy generalizada, la de que tener dos hijos es normal y tener tres es de ser muy valiente o de estar muy loca. Yo hoy quiero demostrar que lo único que hay que hacer para ser madre de familia numerosa es ser mala madre.

Según los parámetros actuales del buenmadrerismo, establecidos estos por norma general desde plataformas tan fiables como las películas, los anuncios, las revistas de bebés o los blogs de madres norteamericanas; para ser una madre como dios manda hay que cocinar platos creativos a la par que nutritivos, hacer manualidades nivel McGuiver, coser tanto a máquina como con las agujas de punto,hacer bricolaje y reformas,saber decoracion de interiores,fotografiar como una profesional con la cámara mas cara del mercado,cambiar el color de las uñas cada dos días, estar buenorra y tener un marido igualmente buenorro, cuya mezcla genética explica esos maravillosos niños de anuncio que corretean por tu loft o casa rústica con jardín exquisitamente decorada.

Si no tienes esto, desengáñate mujer, eres una mala madre, y lo que es peor, eres un puto fracaso de persona. Si eres tan pringada como para levantarte temprano para ir a currar, llegar in extemis a recojer a los niños después de malcomer un sandwich delante del ordenador, dejarles ver dos horas de tele porque tienes una montaña de plancha que amenaza con sacarte de casa y darles de cenar salchichas porque, un día más, no has tenido tiempo de ir al super,contesta a esto : ¿ Por que te has reproducido? ¿ para que haya mas perdedores en España? ¿ es que acaso no hay ya bastante contigo?

Pero, seamos sinceros y abandonemos el sarcasmo por un momento. Pretender alcanzar el ideal de buenmadrerismo es tan difícil como pretender parecernos a esa foto de una modelo en bikini que apesta sospechosamente al photoshop. El 99% de nosotras somos madres del segundo tipo que he descrito y jamás tendermos las piernas tan largas, desengañémonos. Si queremos sobrevivir ir a la maternidad, de uno, tres o cinco churrumbeles, lo único que está en nuestras manos es hacer lo que buenamente podamos y aceptar un cierto grado de malamadrerismo.

Nadie se ha muerto por comer salchichas dos días seguidos. Lo que no se puede es llevarse el tupper de patatas a la riojana a un cumpleaños infantil porque si no tu niño no va a comer su ración diaria de carbohidratos y verdura; no, no es un ejemplo al azar, eso lo he vivido yo en un cumpleaños en el que una señora sacó su tupper y obligó al crio a comerse su guiso y nos miraba a las demás con  desaprobación mientras yo me tomaba mi cuarta cerveza, el Mayor se comía su cuarto sandwich de nocilla y el rubio perseguía a una niña con una cachiporra de plástico con la intención de agarrarla del pelo y llevarla a su cueva.

No pasa nada por que un niño se aburra. Está muy bien jugar con ellos un rato o sentarse a leer un cuento, pero la manera en la que seguro desarrollan su imaginación es dejarles aburrirse diez minutos, y mientras a ti te da tiempo a tender esa lavadora o a contestar correos electrónicos.

Un niño puede hacer muchas cosas solo, no hace falta que estemos detrás todo el día metiendoles la camiseta por dentro, si no, antes de que nos demos cuenta la criatura tendrá 30 años y nosotras seguiremos dándoles de comer haciendo el avioncito, y ya os digo desde aquí que en esas condiciones ese chaval no se echa novia ni por el meetic.

Así que ¿ cómo me lo voy a montar para ser madre defamilia numerosa? fácil, lo resumo en tres sílabas: PA-SAN-DO. Pasando de intentar llegar a todo, de ser perfecta, de estresarme innecesariamente,vamos, la técnica ninja de toda la vida: sobrevivir como buenamente pueda sin culparme de tonterías y disfrutar de mis hijos todo lo posible.
Quede dicho a priori que yo no considero mi estado de gravidez una ventaja en sí misma. Más bien lo considero una fase al principio incómoda y al final difícil por la que hay que pasar y me aguanto y ya esta. Bien es cierto que hay mucha gente que disfruta del embarazo, y yo me alegro por ellas, porque si lo puedes vivir en positivo, mejor que mejor.

Hoy comienzo mi semana 30 y encaro definitivamente el tercer y terrible último trimestre, en el que cada día estaré más pesada ( de peso y de cansina que me pongo), me dolerá más la espalda, dormiré peor,la acidez será criminal,se me pondrán cara de morsa y tobillos de elefante y una mala hostia de la que sólo el pobre Samurai será víctima y testigo.

Por eso hoy, que aún estoy ligera y positiva, voy a hacerme una lista de las cosas buenas que tiene  estar embarazada y de las que me pienso aprovechar en este mi último embarazo, ya que después de esto me corto la coleta o me ligo las trompas, lo que sea más eficaz como método anticonceptivo.

     -  Lucir barriga. Tampoco hace falta ir con la tripa al aire, y menos en pleno mes de enero, pero es mejor ponerse una camiseta ajustada con la panza claramente de embarazada que con el colgajo fláccido que se me va a quedar después.

  - No mover un dedo innecesariamente. Aunque teniendo dos niños esto se hace difícil, estoy resuelta a aprovechar toda presencia de un adulto en un radio cincuenta metros de distancia para no agacharme, cargar peso o caminar. Si la semana pasada conseguí que una señora desconocida vistiera al Rubio después de la clase de natación puedo conseguir cualquier cosa gracias al poder de la barriga.

 - Ponerme fina. Pero fina filipina. La opinión del ginecólogo sobre el aumento de un kilo de peso al mes me la paso yo por el arco del triunfo.Ya habrá tiempo luego para la acelga cocida.

  - Obligar a los desconocidos a dejarme el sitio en el metro. Aunque no tenga ganas de sentarme, si hay un sitio reservado para embarazadas lo quiero. Lo pido con una sonrisa cándida y vocecita de pobrecita yo y no hay quién no se levante maldiciendo el momento en el que entre por la puerta. Muahhhhhjajajajaja

- Andar por ahí resoplando como un troll. Esto me encanta.Es subir un tramo de escaleras y soltar todo lo que llevo dentro en bufidos y resoplidos; entiéndanme, en realidad no me hace falta, pero es un poco lo que hace Sharapova, ¿necesita esos gemidos orgasmicos para darle a la pelota? no creo, pero ella se queda liberada y, no nos engañemos, es lo que la gente quiere oír.

- Vivir en anarquía, pero en anarquía total. Ahora que por fin voy a conseguir que me den la baja me voy a pasar el día en chandal, con el moño despeinado y las chanclas de piscina con calcetines. La frase " estoy embarazada" es el pasaporte a un mundo mejor, sin normas y sin control. ¿Que te apetece desmontar el salón pieza a pieza y cambiar la ubicación de los muebles a una menos funcional? Es que estoy embarazada. ¿Que vuelves de las rebajas con diez kilos de bodies rosas y un vestido ideal para ti de la talla 36 en el que nunca jamas llegaras a entrar? Es que estoy embarazada. ¿Que te alimentas de bocadillos de jamón serrano mojados en Paladin a la taza? Es que estoy embarazada y ademas soy inmune a la toxoplasmosis, y no dejo pasar la ocasión de restregarselo por la cara a cualquier embarazada que me encuentre.

Y asi espero sobrevivir estas próximas ocho semanas, en las que estaré cada vez mas gorda, mas cansada, mas chunga de la espalda y mas cabreada, pero eso si, punki, muy punki.






Este es un aviso para todas las madres y padres que tengan una niña que haya nacido entre el 2010 y el 2014. Dentro de aproximadamente quince años habrá un individuo suelto que supondrá un grave peligro para toda jovencita en su apogeo y esplendor. Un tipo rubio, de ojos azules y con unas mañas de seductor que me carcajeo yo en la cara de George Clonney. Un chulazo, un canalla. Yo lo voy avisando ya para que luego no me vengan con reclamaciones cuando El Rubio les chulee la pasta a sus hijas, les confunda el nombre o les engañe con sus cuatro mejores amigas.

 

Las primeras sospechas de lo que estoy criando me llegaron durante el curso pasado, aún en la guardería, cuando, al llegar en niño a casa con la carpeta de sus trabajos supuestamente hechos durante la segunda evaluación, esta incluía únicamente cuatro hojas, todas ellas claramente del puño y letra su profesora. Al preguntar yo a la susodicha por semejante fenómeno me contesta: -Pobrecito, es que algunas veces está muy cansadito y no quiere trabajar. Y claro el prefiere jugar y yo le acabo los trabajos -¿Perdón? ¿Me estás contando que se niega a hacer los dibujos de clase? – No, no se niega, me lo pide a mí y con esa carita…..Con esa carita de cemento armado, querrás decir.

 

A mi que no me pregunten, para mi por supuesto mis hijos son lo mas guapo y granado del género humano, pero este año me doy cuenta de que el Rubio cuenta con multitud de admiradoras que no comparten genes con el. Empezó con un “que niño tan guapo, es como de anuncio” y siguió hace dos meses cuando las niñas de su clase le coronaron príncipe azul con corona y todo y al parecer hubo que guardar turno para sentarse con el en el comedor. En la última reunión de padres una madre se me acercó y me dijo que su niña estaba loca por él y que quería “cazarze con el porque ¡es taaan guapo! “. Casualmente es la misma niña a la que El Rubio siempre le pide las galletas en el recreo y ella siempre accede encantada a quedarse sin merienda porque “es una de mis novias y me quiere”. Es un truhán, es un señor.

 

Pero no se crean que el hace distinción entre las mujeres según su edad, con las profes nuevas ya está probando su magia. Antes de las vacaciones, se negó a ensayar para el festival de Navidad, hecho que me recalcó su profesora visiblemente enfadada a la salida, pero antes de que yo prometiera castigos y fatalidades, el Rubio, abriendo de un modo inhumano los ojos azules y poniendo cara de ángel sobre la tierra, se dirigió compungido a su profe: -Pero ya no lo voy a hacer más, y además, tu sabes que te quiero mucho. Y aquella mujer, herida de amor, calló de rodillas y se abrazó al querubín infernal diciendo- Ya, cariño, ya lo se- mientras el, conseguido su objetivo, se zafa del abrazo y me pregunta -¿has traído merienda?- dejando tras de si otro corazón roto.

 

Si el problema no es ser guapo, el problema es saberlo y usarlo, no hay nada más peligroso que un guapo sin vergüenza, sin miedo y sin conciencia, y a este  no le ha tocado ninguna de ellas en el reparto de cualidades. Pero yo estoy dispuesta a encauzar a Casanova junior; se acabo tirar besitos a las cajeras de Mercadona, se termino ir guiñando el ojo a las señoras de la farmacia, le voy a confiscar las gafas de sol y la chupa con las que se pasea montado en la moto de plástico en el parque y le voy a retirar la colonia con la que se repeina el tupé. Hoy cumple cuatro años, con algo de esfuerzo conseguiré que llegue a los quince con menos peligro, pero si no lo logro yo ya las he avisado señoras, para que luego no me vengan con reclamaciones.