Tengo dos hijos. Dos chicos. Y estoy casada con un hombre. Tres chicos. Y tenemos un perro. Cuatro chicos. Así que la hormona dominante en mi casa es la testosterona. Las opciones para nivelar esta situación son: castrar al perro, casarme con una mujer o tener dos hijos más y que sean niñas. Lo del perro ya lo he hecho y no te creas tú, que le pillé mancillando la honra a un cojín justo anteayer; lo de casarme con una mujer tiene puntos positivos (menos discusiones y mas ropa en el armario), pero no estoy yo ya para ligar, y menos en terrenos nunca explorados; y lo de tener mas hijos lo veo arriesgado, con los niveles de testosterona de mi casa me salen niños seguro.

Por una parte está bien, la ropa la heredan sin quejarse (si tengo un tercero y es niña va a ir la pobre con las camisetas de rayo macqueen hasta los quince años), y lo de darse de leches les viene bien como ejercicio físico y además parece que se divierten. Una vez estaban jugando con su padre, como siempre a las peleas de sofá, y cuando entro en el salón me encuentro una escena digna de resacón en las Vegas: el Mayor descojonao en el suelo, el Rubio con una pelota pequeña de plástico duro en una mano y su padre con un diente roto. Muertos de risa los tres, me pregunta el Samurai “¿me ha hecho algo?” “nooo, te ha partido un diente, nada” Afortunadamente no era diente propio, sino una reconstrucción que le hicieron hace muchos años cuando el mismo se rompió el diente. De casta le vienen al galgo. La cosa resultó bien porque tenemos una amiga que es un ángel del cielo y además dentista y en un par de días tenía diente nuevo, mejor que el anterior.

Con el tema de la educación plural y abierta, al Mayor le regalé uno de mis mayores tesoros de cuando era pequeña: la casita de la Chabel con muñeca incluida. Le hizo mucha ilusión y cuando cogió a la muñeca dijo “Chabel no me gusta, mejor la llamaré Coche-Camión” Coche-Camión en estos momentos está dentro de un garaje en bragas rodeada de sus nuevos compañeros, el coche de bomberos y el de policía. Y la casa está guardada a buen recaudo en espera de que sea mejor apreciada. 

Yo, a la situación de ser la única chica estoy ya acostumbrada, no tengo hermanas, la mayoría de mis primos son chicos y con mi única prima me llevo 16 años, así que ya se lo que me espera: fútbol, fútbol, tenis y más fútbol. En directo y por la tele. Hasta la liga afgana voy a ver.
Hay momentos clave en la vida de una Madre Ninja en los que hay que hacer un esfuerzo extra. Su posición dentro de la sociedad puede depender de ello. Así como en la sociedad feudal japonesa, los estamentos estaban fuertemente marcados y estos determinaban tanto la educación del Ninja como sus procedimientos, en la sociedad en la que se mueve la Madre Ninja la posición dentro del grupo la pueden determinar ciertos eventos; uno de los más importantes, los cumpleaños.

La primera vez que yo fui a uno de estos sitios que se llaman ludotecas o centros infantiles y que todo el mundo llama “el bolas” aluciné. También es verdad que era un cumpleaños algo particular, un hijo único de unos padres algo mayores, que no escatimaban en gastos. El sitio era enorme, presumiblemente carísimo, reservado en exclusiva para ese cumpleaños, pero lo que me dejó loca fue cuando sentaron al niño en un trono y los invitados fueron desfilando ante el llevándole los regalos. El niño apenas tenía tiempo de abrirlos, en seguida una chica se los quitaba y los metía en un saco y pasaba el siguiente. ¿Que pasa aquí?  ¿Hemos perdido el norte? Claro, en un mundo en el que las comuniones son como bodas, los cumpleaños son como comuniones y el ratoncito Pérez te suelta 50 pavos (y no 5 duros) cuando se te cae un diente. A aquel niño, con cuatro años recién cumplidos le regalaron un IPad. No digo más.

A mí de pequeña me hacía mucha ilusión celebrar mi cumpleaños, como a todos, supongo; y una de las cosas que más me gustaba era organizar la fiesta. Con mi madre hacíamos las invitaciones personalizadas, dibujando a mano, nos pasábamos la mañana untando sándwiches, planeábamos los juegos….así que cuando el mayor iba a cumplir cuatro años pensé que molaría hacer una fiesta en casa, con sus sándwiches de nocilla, su tortilla, sus compañeros del cole, en fin, lo clásico (y lo barato, no nos engañemos). 

Y me puse a mirar en Internet a ver si encontraba ideas para hacer juegos. Si queréis vivir una experiencia impactante teclear en Google “fiesta de cumpleaños” y mirad las imágenes. Es más impactante si lo pones en inglés. Hay montada una industria acojonante en torno a las fiestas infantiles, sobre todo en Estados Unidos, donde ya no es que hagan la típica fiesta temática de dragones o de princesas, no, es que te encuentras cosas como “ fiesta vintage una tarde en Paris” con una mesa de este tipo:
Esto en una casa, donde probablemente hayan contratado a una “birthday planner” para que les decore en jardín y les traiga los mejores “cupcakes“ del estado. Porque claro, que clase de madre desnaturalizada no le montaría a su pequeña Tifanny una mesa de este tipo para su cuarto cumpleaños:  

O quien iba a ser tan malvada para no montarle a su Mason un cumple en plan Parque Jurásico:
Y claro, te entra el agobio. Por un lado miras en los bolas, que es buena solución si no quieres que una banda de insurrectos descontrolados y hasta las cejas de azúcar (que a un niño media bolsa de chuches le hace el mismo efecto a que a ti quince cafés) te destrocen la casa y tengas que acometer reformas al día siguiente, que ya total, si ellos han empezado a tirar ese tabique pues lo rematas y te haces la cocina americana. El problema que yo le veo al bolas es que se aprovechan de los padres desesperados que habitan en pisos de cincuenta metros y pagas cada niño a precio de oro. Casi te sale más rentable llevarles al casino de Torrelodones; si les pones a todos una tirita de celo en las sienes y les dejas la uña del meñique larga, pasan por un grupo de chinos. Y lo mismo hasta ganan a la ruleta. 

Y si no, lo montas en casa. Es mi caso, sobre todo con el cumple del mayor, como es en verano y en casa hay jardincillo la cosa está clara. Me lo intenté currar en plan cumple temático americano y debo decir que la cosa se acercó mas a Bollywood que a Hollywood. Yo me imprimí mis cartelitos para la mesa, engañe a gran parte de la familia para la decoración y el apoyo logístico, el pobre Samurai mancilló su honra para siempre disfrazándose de pirata-fantasma con un disfraz de los chinos que tenía estampadas en el pecho unas costillas al revés (esto no lo se explicar ) y al final, después de tanto esfuerzo decorativo y temático lo que mas les gustó a los niños ( que pasaron olímpicamente de los cartelitos de la mesa) fue destrozar una caja de cartón de una nevera que yo traje intentando hacer un barco pirata con ella.

Moraleja: Ni bolas, ni trono, ni IPad ,ni hostias. Una caja de cartón gigante, cuatro sándwiches de nocilla, chuches para parar un tren y un buen seguro de hogar, es todo lo que necesitas para que tu hijo lo recuerde como el mejor cumpleaños de su vida.

PD. Las fotos son de la web Hostess with the Mostess, para pasarse la tarde flipando.

La guerra es la razón de ser del Ninja, para lo que ha sido entrenado, vive rodeado de violencia.

Cuando tuve al pequeño, yo no sabía la que se me venía encima, no se me ocurría que fuera necesario estar permanentemente vigilando a dos niños tan pequeños para evitar patadas en el pecho, balonazos en la cara, golpes con un palo y puñetazos variados. Mira, mordiscos no se han dado nunca, tampoco voy a dar ideas.

Yo tengo un hermano cuatro años menor y no recuerdo que se me ocurriera nunca endiñarle con un cubo de plástico en toda la cara o que me persiguiera por el pasillo para pegarme con la escoba. No pasábamos de la típica discusión que empieza con un “me está mirando” o “tiene un milímetro más de cocacola que yoooooo”. Claro, que cuatro años es una diferencia grande y yo soy una chica, lo que reduce la cantidad de testosterona de la ecuación a la mitad. Un amigo me contaba que el también se pegaba con su hermano, dos años mayor y que su padre un día, harto ya de las reyertas, les puso uno frente a otro y les dijo:   “pegaos, pero en orden; primero uno y luego el otro. Y no quiero llantos”.  Aquí se dio cuenta de que si le pegas fuerte a tu hermano el te la va a devolver igual o peor, y que, en cualquier caso lo mejor es que no te pille tu padre. Eso si, ahora son uña y carne, debe ser que lo de sacudirse une mucho.

Una pelea normal en mi casa empieza como un juego, se persiguen entre risas, se tiran cojines, se espachurran en el sofá, lo normal. Y yo, siguiendo la tradición milenaria de las madres de todo el mundo voy diciendo. “os vais a hacer daaaaño”, “al final va a salir alguien lloraaaando”  (es importante alargar la A, hay que ser puristas con la tradición) Y, por supuesto, se hacen daño y sale alguien llorando. La Madre, prediciendo desastres desde el siglo V a.C.

Y después de este entrenamiento en casa, en el cole vienen los problemas. Reunión de fin de curso de la clase del Rubio. La profe nos pone un video de lo que han hecho durante el año y la primera imagen es una niñita, toda mona ella, subida en una caja de las que usan para guardar los juguetes. Aparece en plano el Rubio, mira la caja, mira a la pobre niña, le hace un barrido de pies y, antes de que toque el suelo, la empuja para poder subirse el a la caja sin necesidad de apartar su cuerpecillo, que ha caído, afortunadamente, sobre una colchoneta. La madre de la niña comenta, bastante molesta “pero bueno, pero quien es ese salvaje “, mientras mira indignada a una madre rubia al otro lado de la clase, quien, por cierto, no se da por aludida. Para mi fortuna, no soy rubia, podría pasar por la madre de cualquier otro niño, y me hago la longui, esperando que no vuelvan a salir imágenes de ese tipo.

El otro, claro, no se queda atrás, pero sus víctimas suelen ser o bien su hermano o bien cualquiera que se atreva a acercarse a su hermano. No importa lo mucho que se hayan sacudido en casa; si en el parque un niño de cualquier tamaño empuja al pequeño en el tobogán o le quita una pala, el Mayor se lía a empujones al grito de  “es mi hermano”. Supongo que con los empujones no le da tiempo a completar la frase con “y solo le pego yo”.  

De todas formas, casi prefiero que estén chillándose porque así sé lo que están haciendo. Si de repente dejo de oírles, malo. Aunque sean diez minutos. Malo. Así es como han aparecido las nuevas caras de Velmez en mi casa (la explicación fue “Mamá, mira, pintamos como Picasso”), así fue como el perro apareció con una camiseta puesta (“Mamá, mira, como el pato Donald”), así fue como se inundó el jardín (“Mamá, te estamos ayudando a regar”), y así fue cómo encontré todas las cucharas de palo de la cocina en el WC (“Mamá, ahora ya están limpias”).  

Por eso, últimamente he decidido que, mientras que la cosa no se ponga muy seria, yo no intervengo en las discusiones y les dejo que se arreglen solos, y, al final, por agotamiento o por aburrimiento, acaban negociando. La Madre, aplicando políticas de no intervención desde 1914.

La noche es el medio natural del Ninja. Amparado por las sombras hace su trabajo, lo que mejor sabe hacer.

Son las tres de la mañana. Estoy inclinada sobre la cama del Rubio y con la mano atrapada entre su cara y sus manitas. Por fin ha conseguido dormirse y parece que le ha hecho efecto el dalsy, la fiebre ha bajado. Hace media hora, el Samurai y yo valorábamos la opción se salir corriendo a urgencias, pero al final hemos decidido esperar, y si esta vez no lo vomita, el ibuprofeno hará que le baje la fiebre y dormirá un poco, lo que es siempre mejor que tenerle en una sala de espera a las cuatro de la mañana para que el de guardia te acabe diciendo que le des el dalsy. Parece que aplicar nuestro sentido común ha resultado la mejor opción. Así que estoy aquí. No me atrevo a sacar la mano por si se despierta, aunque empiezo a notar pinchazos en las lumbares y una pierna parece que se me está durmiendo. El que se ha dormido seguro es el Samurai, se le oye roncar desde aquí (perdón, respirar fuerte), con los vaqueros puestos y la llave del coche en la mano por si hay que salir pitando para urgencias.

Hace aproximadamente cinco años que no duermo, las cosas como son. También es verdad que yo he sido siempre una persona diurna, que me levanto temprano naturalmente pero que a las nueve de la noche soy un zombie. Yo he llegado a dormirme en una discoteca al lado de un altavoz y sin haberme pasado con las copas. Pero claro, en cuanto tienes un hijo se te altera el ciclo de sueño y ya ni diurna ni nocturna; sencillamente duermes cuando puedes y donde te pilla, en mi caso en el tren, en la ducha, en el preciso instante en el que empieza El Hormiguero (yo al tal Pablo Motos no le he visto la cara jamás). Una vez me dormí en la mesa del trabajo un día que no estaba mi compañera. Mi jefa, la pobre, entró y me vio despanzurrada en la mesa y se dio un susto de muerte. Al final conseguí convencerla de que no hacía falta que me llevara al centro de salud, que no me había desmayado; es que era el primer año de guardería del Mayor y cada diez días aproximadamente tenía un virus nuevo, y en consecuencia yo no dormía.

Ya en el último mes de embarazo no hay quien duerma. No encontraba la postura, me ponía mil almohadas me sentaba, me cambiaba, le gruñía al samurai que quitara la pierna, me volvía a sentar y acababa en el sofá. Yo creo que mi médico me dio la baja un mes antes de dar a luz no por riesgo de parto prematuro, sino por riesgo de brote psicótico.

Y luego nace el niño y ya nada vuelve a ser como antes. Para empezar, come cada tres horas aproximadamente (los míos cada menos), así que hay que levantarse. Lo que yo hacía con el segundo era meterlo en la cama, rodearlo de almohadas y dejarme la teta fuera. Self service.    

Pero el cachondeo nocturno no es solo por la comida. Tengo tos, tengo sed, hay una mosca, me hago pis, enciende la luz, dónde está mi rayo macqueen, me pica un pie, tengo frío, tengo calor, Mamaaaaa. Y si tienes dos, pues multiplica por dos. Y si tienes tres, mi más sentido pésame por tu sistema nervioso. Normalmente no duermo mas de dos horas seguidas hasta que alguien llama, vamos lo que en Guantánamo llaman tortura, no dejar a alguien completar un ciclo de sueño. Los que diseñaron las torturas estas no eran madres.

Afortunadamente, a la hora de irse a la cama no hay problemas. Esto es porque mi Samurai aplica el método “ni Estivil ni hostias, a la cama todo el mundo mecagoendiez”, que es un método clásico que ha funcionado toda la vida. Pero claro, si a media noche te despierta un grito y cuando vas a intentar aplicar el método te dejas de dedo meñique del pie contra la pata de la cama pues la cosa pierde efecto.

Son las cuatro de la mañana, deslizo despacio la mano hasta liberarla del todo y por fin consigo erguirme. Me da un calambrazo en la espalda, pero no puedo hacer ningún ruido. Sigilosamente, como solo puede hacerlo una Madre Ninja, vuelvo a la cama. En una hora y media sonará el despertador (me despierto escandalosamente temprano, llego antes al trabajo y salgo antes). Una noche más en vela, bueno, estoy entrenada, solo es cuestión de echarle mas café al cuerpo. No pierdo la esperanza, llegará el momento en el que durmamos toda la noche de un tirón (no Mamá, no quiero oír la realidad, he dicho que no pierdo la esperanza).  
Yo, que he pasado por trances que parecían ser momentos muy decisivos para mi vida como la selectividad o unas oposiciones, no he vivido mayor tensión que las semanas que esperé hasta saber si me han cogido en el colegio que pedía como primera opción. Si me han cogido a MI; Esperanza Aguirre, esto es entre tú y yo, los niños no tienen nada que ver en el asunto.

Durante los meses previos al temido mes de marzo, cuando se abre el plazo de solicitud, los padres entramos en un estado de nervios que no se aplaca con nada. Vamos en caravana a los días de puertas abiertas de los colegios e inspeccionamos cada rincón, cada esquina, cada puerta. Los colegios públicos te reciben con su buena voluntad y te cuentan con resignación lo que hay (me temo que cada vez van a tener menos que contar), los colegios concertados te enseñan la capilla y te rezan tres avemarías, y en los privados te recibe la directora de marketing, el profe de esgrima y, a veces, el cura castrense. La información que recibes la contrastas con búsquedas en Internet y lo que oyes a otras madres. Todo gira en torno a la elección del cole, las semanas previas se montan debates de altura en los parques, te puedes unir a cualquier foro que encuentres: “¿de qué cole habláis aquí?” “de los carmelitas”, “ah, no, estoy buscando el del Miguel de Cervantes” “ahí, al lado del tobogán”.

Al final, tienes que rellenar la solicitud, así que hay que valorar en serio:

-          Colegio público: Mi teoría, es que la jornada intensiva de cinco horas de clase seguidas para niños de tres años realmente si les prepara para el futuro: trabajadores a destajo en fábricas chinas. Hay mucha polémica a este respecto, pero del informe de las federaciones de APAS se puede concluir que salir del cole a las dos a los niños ni les beneficia ni les perjudica, la Administración se ahorra un pico, a los profesores les apaña la tarde y a los padres nos jode la vida.
-          Colegio concertado: Si eres católico estás de enhorabuena, si no, o te bautizas o te espabilas; en Madrid, coles laicos con horarios que permitan la famosa conciliación hay muy pocos. No se que haces leyendo esto, corre a adoptar fraudulentamente a un niño que ya esté en ese colegio para que te den los puntos de hermanos en el centro.
-          Colegio privado: Vale, elegiremos cual de los dos niños es el favorito y ese irá al colegio mientras los demás nos dedicamos a coser zapatillas en el sótano. 

Rellenas la solicitud y esperas con los dedos cruzados. En los parques corren las historias de terror: “A menganita no le dieron el colegio que pidió y la comisión de escolarización acabó dándole plaza para el niño en un reformatorio; con cuatro años,acaba de entrar en los Latin Kings”. Se ven todo tipo de triquiñuelas, empadronamientos falsos, denuncias a la comisión de unos padres a otros para intentar quitarse de en medio a los enemigos y puñaladas traperas de todo calibre.

Y salen las listas. Hay llantos, alegrías y reclamaciones a la comisión de escolarización. Y un año después, nada. Te das cuenta de que no era para tanto, no hay colegios perfectos pero ninguno es tan terrible y sobre todo te das cuenta de verdad de que si pretendías dejarlo en el cole y esperar tranquilamente a que te lo devuelvan sabiendo leer y escribir sin tu dar ni un palo al agua estabas muy equivocada. Queréis la educación, pero la educación cuesta, y aquí es dónde vais a empezar a pagar: con sudor, dedos pegajosos, material reciclado y 300 fotocopias de cuadros del Van Gogh, el polo norte o lo que sea que toque ese trimestre en clase.  

Las peticiones de los profesores para casa en el ciclo de infantil conocen tres niveles: razonable, incomprensible y surrealista.

Como razonable, entiendo cosas del tipo: “la teacher (si, el bilingüismo ha llegado, supuestamente para quedarse) ha pedido que traigamos “ triangles” . Y tu te tiras toda la tarde buscando en revistas o en el google images, fotos de triángulos, que luego le dices al niño “venga, vamos a recortar los triángulos” y te dice “¿que es eso?”  y tu, pronuncias como buenamente puedes “pues los triangles”. En el marcador cerebral de tu hijo se anota: Español 0 -  Inglés poligonero 1. 

Como incomprensible, intento asumir el tema de los disfraces. En carnaval, en mi cole de pequeña, cada uno iba vestido de lo que le daba la gana; ahora hay carnavales temáticos, y si a la profe le da por innovar tienes que hacer el disfraz de quesito del trivial como me tocó a mi el año pasado, o el de aro olímpico que me ha tocado este. Y vete tú al chino a buscar un traje de trivial. Te va a tocar hacerlo con cartulina o lo que pilles; que no hay comprensión para las madres modernas, que, si antes sabían coser a máquina, ahora tenemos que hacerlo a escondidas en el trabajo. Mi hijo el año pasado llevaba un traje de trivial hecho con una caja de “material de oficina Pérez”.

Y luego, llega lo surrealista; porque cuando me dijeron que recortara triángulos, recorté triángulos; cuando me pidieron un disfraz de aro olímpico, recorté círculos, pero cuando me pidieron un belén hecho con chucherías lo que hice fue flipar pepinos. “¿Un belén de que? “ “de chuches, os ha tocado el buey y la mula” “¿quieres decir que tengo que hacer un buey y una mula con gominolas?“ “bueno, o con nubes o con regaliz, como quieras. Para el lunes”. Si yo entiendo que el cole quiere potenciar la creatividad de los alumnos, pero ese domingo por la noche, mientras intentaba ensartar una nube y unas gominolas con palillos después de muchos intentos fallidos porque El Mayor y El Rubio preferían obviamente comérselas, me preguntaba por qué leches no me había dejado de monsergas y les había metido en los carmelitas, que por lo menos el traje de pastor, las panderetas y hasta el Jesucristo fluorescente los venden en los chinos.
En cada acción militar, el Ninja debe ser capaz de tomar decisiones rápidamente; en gran medida, del acierto con el que tome una decisión dependerá su vida.

La Madre Ninja se enfrenta a diario a una gran cantidad de situaciones en las que debe tomas una decisión: Para que no se desolle las rodillas, ¿le pongo este pantalón o el otro?Para la merienda, ¿pelo fruta o le endiño un donuts? La cantidad de roña de las uñas es aceptable ¿les baño o me ahorro la rabieta? He oído un grito seguido de un golpe seco y ahora los dos están llorando ¿a quien castigo?

Desde el primer momento en el que una mujer abraza el ninjutsu y decide quedarse embarazada empieza a tomar decisiones; la primera mas grave en mi opinión, el tema del nombre. Aquí hay dos escuelas claramente diferenciadas. Una, la que promueve el uso exclusivo de nombres de la familia (llevada al extremo por gente como Michael Jackson que le puso Michael a los tres hijos, la niña incluida) y que explica  la existencia en las maternidades de dulces bebés con sus pijamitas, sus gorritos y su cartelito en la cuna en el que pone AURELIANO.

La otra, se sitúa en el extremo opuesto y la abanderan padres que antes morirían que ponerle a sus hijos su propio nombre o el de su padre, porque es muy vulgar llamarse Juan, Pedro o Carmen cuando puedes llamarte Kevin, Brayan (escrito tal cual) o Jessica.

Lo principal en cuanto a la toma de decisión del nombre es que el Samurai milite en la misma escuela que la Madre Ninja; de esta manera a los dos les parecerá fantástico que el niño se llame Fulgencio como su abuelo materno y no entenderán muy bien por qué lo primero que hace “Fulgen” en cuanto cumple los dieciocho es correr al registro civil a cambiarse el nombre. Ahora, como cada uno esté en un bando, los últimos tres meses de embarazo la bronca diaria no te la quita nadie. Ante esta situación sólo se puede recurrir a soluciones salomónicas del tipo “yo se lo pongo si es niño y tu si es niña”, aunque con ojo, porque hay mucha rabia acumulada, y si la primera fue niña y se llamó Clotilde como la abuela, el padre puede esperar su oportunidad y si el siguiente es niño acabará llamándose Darth Vader García. 

Una vez superado el primer escollo, nuestro pequeño Estiven (como suena) o nuestra pequeña María de la Exhortación van creciendo, y durante este tiempo hemos elegido hospital público o privado, biberón o pecho, mini-cuna o cuco, Bugaboo o Quinny, guardería o abuela (a veces, guardería Y abuela); y, llega el temible momento, la decisión más dolorosa: el cole. Pero para esto, hay otro post.
Agazapado tras unos matorrales, el guerrero Ninja espera pacientemente su oportunidad. Por fin, arropado por la oscuridad de la noche, se acerca al muro del castillo y lo salva casi sin esfuerzo. Con un rápido movimiento elimina a un vigía, a dos. Se mueve deprisa, está en todas partes, apenas hace ruido.

Ochocientos años después, en la otra punta del mundo una Madre Ninja, semi oculta tras la puerta de la cocina espera pacientemente a que termine Phineas y Ferb. Por fin, la musiquita que anuncia el fin del capítulo le da la señal para saltar sobre sus adversarios. Con un rápido movimiento intercepta el mando a distancia y apaga la tele. Sin dar tiempo a que empiecen las quejas anuncia: “A cenaaar”  mientras lleva a los niños a la cocina. En los 20 minutos que dura la cena, recoge la cocina, saca el lavavajillas, tiende una lavadora, va alternativamente introduciendo trozos de comida en las bocas de los niños y postula un nuevo principio en física cuántica. Se mueve deprisa, está en todas partes, apenas hace ruido.

Una Madre Ninja tiene el don de la ubicuidad, o por lo menos lo necesita, si no, las 24 horas del día se quedan muy cortas. Yo ahora, voy a poner una lavadora. Ya.

Yo me levanto muy temprano (no pongo la hora porque duele solo de leerlo), para llegar pronto al trabajo y poder irme también pronto. Aprovecho la hora de ida y la de vuelta en cercanías para adelantar trabajo, pero en vez de ir con el portátil como una ejecutiva, yo voy recortando y pegando las jodías manualidades que hay que llevar al cole, o planeando menús semanales (que al final siempre incluyen tortilla francesa o salchichas algún día). Y porque no puedo poner lavadoras en el tren.

Llego a casa, abro la puerta y el salón parece el avispero de los Balcanes, pese a que yo lo recogí todo anoche. Mi teoría es que como hemos puesto en la tele tantísimas veces Toy Story, al final los juguetes han aprendido a moverse y se salen de la caja; ahora, lo que no han aprendido es a recogerse, esto debe de ser la mala influencia de mis hijos. Tengo media hora hasta tener que ir a recoger a los niños al cole y le saco jugo: paseo al perro, emparejo calcetines, dejo hecha la cena, riego las plantas, y por supuesto pongo una lavadora.

Me voy, coño, no he comido. Me hago un sándwich con lo primero que pillo, no se, acelgas con Ketchup. Mi dieta básica consiste en sándwich de lo primero que pillo y galletas chupadas en el parque; hasta la cena, en la que como los restos que quedan en el plato. Hay una relación inversamente proporcional entre el peso de la madre y la cantidad que comen sus hijos: si los niños comen poco, la madre va ganando kilos gracias a la cantidad de restos que va ingiriendo; si por el contrario comen mucho, tendrá que subsistir con trocillos de salchicha mordisqueados. Ojo, esto no quiere decir que estas madres tengan un tipazo en plan Giselle Bundchen. Hablemos claro: delgada te quedas, pero la tripa post-parto no te la quita ni Dios (un cirujano plástico, a lo mejor).  Futuras madres, cuanto antes asimiléis este concepto, más felices luciréis vuestra pancilla en bikini sin complejos.

Venga, que me estoy enrollando y tengo que llegar al cole cuarto de hora antes o no aparco. Pues no hay sitio, ale, a aparcar en el descampado de enfrente. Mientras me acerco a la puerta voy haciendo calentamiento de brazos, primero recojo al pequeño (que no por ser pequeño pesa poco) y luego corro a coger sitio en la cola de la clase para recoger al mayor. Si no cojo de los primeros puestos en la cola estoy condenada a aguantar con el Rubio en brazos (porque si le suelto incendia el cole), el rato que tarda la profe en entregar a cada niño a su padre correspondiente mientras le cuenta detalladamente el día que ha pasado. Ha habido días en los que en cuanto lo he recogido he tenido que volverlo a dejar porque ya eran las nueve del día siguiente. 

Unos días vamos al parque y otros a extraescolares (que te quitan la vida y el dinero pero claro, ¿cómo no le vas a apuntar a extraescolares?, ¿qué quieres, que sea el único tonto de clase que no juega al tenis mientras habla chino?) y acabamos en casa sobre las siete de la tarde. A ver la agenda: “Queridos papás, este año el tema de carnaval en el colegio que hemos elegido es “bacterias fitoparasitarias del espacio exterior”, os adjuntamos un sencillo PDF de 500 páginas explicando cómo hacer el disfraz, recordándoos que el último día para tenerlo hecho es el miércoles. Esperamos que disfrutéis con su elaboración” Mecagoenmivida, es para mañana. Gracias a la bendita tele, tengo media hora de margen hasta que se empiecen a pegar y como ya hice la cena puedo dedicarme a pegar amebas a una camiseta para el disfraz e incluso poner una lavadora.

Por fin, llega a casa el Padre Samurái y por lo menos ahora somos dos contra dos. Cenados, bañados y acostados, ahora tengo un ratito para tumbarme en el sofá…ah no, espera, que tengo que poner una lavadora.