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“Ha llegado el
día alumna. Llevas meses preparándote, aprendiendo las técnicas del ninjutsu,
instruyéndote, consultando, leyendo todo lo que crees que te va a hacer falta.
Este es el momento en el que empieza tu nueva vida.”
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“Tengo miedo
sensei, ¿y si no puedo? ¿y si no se lo que hacer?
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“Hija, hace
treinta años que soy tu madre y todavía hay días en los que no puedo y no sé.
Saldrá bien. Y si no sale bien, esperemos que dentro de 20 años podamos
colocarle de tronista en mujeres, hombres y viceversa”.
Mi día llegó un 8 de agosto
a las 8:00 de la mañana. Como ya llevábamos doce días desde que salí de cuentas
y al Mayor no le apetecía asomar la cabeza me ingresaron para inducirme el
parto.
Huelga decir que esos doce
días de retraso fueron una tortura. Cuando iba al hospital a monitores todo el
mundo me decía que era bueno caminar, así que nos íbamos yo y mis 20 kilos de más
a dar vueltas por el Carrefour que es el sitio más grande con aire
acondicionado de mi entorno. Al quinto día consecutivo de paseos por el
supermercado ya había una porra entre las cajeras de si rompería aguas en el
pasillo de congelados o en la frutería.
Pero nada. Ni contracciones
tenía. De forma que me ingresan en el hospital, y yo me presento allí duchadita,
rasuradita (mas o menos, a ver quien se hace las ingles brasileñas con una
panza del tamaño de Gibraltar) y preparada para el rock and roll. Me ponen el
goteo y esperamos. De repente, de la habitación de al lado salen unos gritos
desgarradores, se oyen carreras por los pasillos y finalmente se escucha el
llanto de un bebe. Samurai sale a ver que ha pasado y resulta que la chica de
la habitación de al lado, al poco de ponerle la oxitocina, había dado a luz tan
deprisa que la ginecóloga no pudo llegar y la atendieron la auxiliar y el
marido. “Ostras, que eficaz la oxitocina
esta, prepárate cari que lo mismo te toca a ti atender mi parto”.
Pero nada. Al cabo de una
hora plantado frente a los pies de la cama en actitud de jugador de rugby, el
Samurai me pregunta si se puede sentar “si, no tiene pinta de que vaya a
expulsar al niño en plan hombre-bala del circo”. Se abre la puerta y aparece un
chico muy majo “hola, soy el matrón” y el Samurai, que le da por los chistes en
momentos de tensión dice “pues donde hay matrón no manda parinero”. Después de
ignorar el chiste (es posible que no lo entendiera, cari, es que tu humor es de
alto nivel) me dice que me va a romper la bolsa. Hurga un rato y se deja el
grifo abierto, porque de ahí salió todo el líquido que llevaba yo nueve meses
reteniendo. Bueno, ahora debería empezar la cosa.
Pero nada. Tenía contracciones,
no muy dolorosas, y había dilatado dos centímetros, el cuello del útero no
estaba borrado. Eran ya las tres de la tarde y no había comido ni bebido nada
desde la noche anterior. No tenía mucha hambre pero me moría de sed. Te ponen
el suero pero no puedes beber agua, solo chupar una gasa mojada o un hielo. El
cansancio empieza a notarse. Me pregunta la ginecóloga que si quiero la
epidural, y yo, que me había puesto hasta una pegatina en la maleta que ponía “0
sufrimiento, hasta el culo de epidural, por favor” le digo que venga, que una
ronda. Entonces aparece el anestesista para llevarme a darme el pinchazo. Era
un Oompa Loompa. Habrá anestesistas de Cáceres, o de Dinamarca, y este tío era
un Oompa Loompa. Se movía con sigilo, moreno y pequeñito, y no hablaba. No dijo
nada, ni una palabra, pero hubo un momento en que pensé que se iba a poner a
cantar. Cada cierto tiempo entraba en la habitación, miraba la bomba y salía
sin decir ni mu. Bueno, ahora que ya estoy anestesiada que empiece la fiesta.
Pero nada. Tres centímetros,
eran las diez de la noche. La ginecóloga, que entró de turno cuando yo ingresé
y que había visto todo el proceso, después de meter la mano bastantes veces
para ver si el chaval se animaba, me dice que si no avanzamos tenemos que
valorar la cesárea, que a ella le daba igual, que estaba de turno toda la
noche, pero que el bebe lleva muchas horas aguantando contracciones y no es lo
mejor. Que chasco, yo que me veía empujando como en las películas y espachurándole
la mano al Samurai y ahora me llevan sola a un quirófano.
A las doce de la noche me
llevan al quirófano, cansada, asustada y muerta de sed. La ginecóloga y las
enfermeras son muy cariñosas conmigo, me van animando e incluso la ginecóloga
me va dando besos (eran muchas horas ya juntas). El Oompa Loompa anda por allí
y se comunica conmigo a través de una enfermera; si quería cantar ese hubiera
sido un buen momento. Se ponen manos a la obra y les digo que ya que están que
me hagan una liposucción. No cuela. Al cabo de un rato, oigo un llanto, y una
enfermera me lo acerca, berreando mucho, muy grande (cuatro kilos la criatura),
todo lleno de sangre. Me pongo tan nerviosa que intento cogerle y me arranco la
vía que tenía en el brazo al estirarlo hacia el, pero el Oompa Loompa me la
vuelve a colocar en décimas de segundo sin decir ni pío. Se lo llevan mientras
a mi me vuelven a dejar mas o menos como estaba, eso es lo peor de la cesárea,
pero no es plan de ir por ahí con el niño en brazos y los intestinos colgando,
es bastante comprensible.
Las dos de la mañana, estoy
agotada. El pequeño ha cogido el pecho en cuanto me lo he puesto, y luego se ha
quedado dormido. Estoy muerta, voy a dormir yo también, mañana me esperan
nuevas sensaciones como “buenos días, te han operado y ya no te queda anestesia
en el cuerpo” o “el niño se ha cagado y eso que llaman meconio
es tan pastoso que no se limpia fácilmente”. Bienvenida a tu nueva vida.
4:00
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comentarios
Comments ( 2 )
Jajaja! Muy parecido al mío... A ver si me animo y hago mi entrada sobre el parto. No eres bloguera si no has contado tu parto...
jajaja, muy bueno! yo también tenía la misma sensación de "pero que narices hago depilándome con estas contracciones que tengo", pero ante todo, hay que ir presentable, que bastante mano te van a meter allí, al menos que el campo esté despejado :)
La verdad, el tema del parto es toda una incógnita, ni sabes como empieza, ni sabes como acaba, pero por suerte cuando terminas con tu bebé en los brazos ya nada mas importa.
Me alegra saber tu historia, y la de Mariapagar que al final se animo y contó la suya... algún día me tocará a mi también contar la mía :D