¡Señora! ¿Se ha pasado usted una semana en la playa, en un hotel todo incluido tumbada en la piscina como una morsa? ¿Ha arrasado usted el buffet libre desayuno, comida y cena y, no contenta con eso, se ha comido una hamburguesa completa en el bar de la piscina a las cinco para merendar cada tarde? Tenemos la solución para que se sacuda usted esos kilos de más. En sólo tres días siguiendo nuestro completo programa de entrenamiento, dejará usted atrás a esa foca alcoholizada de la tumbona y se convertirá en una MILF de los pies a la cabeza. Sólo necesita tres niños de entre 7 años y 18 meses, un coche, y la maravillosa ciudad de Barcelona se convertirá en su gimnasio personal. A continuación le detallamos el programa día a día y las calorías que podrá quemar en cada uno de ellos:

DÍA 1: Recién aterrizados en el aeropuerto de Barajas (Adolfo Suarez-Barajas para más señas) a las seis de la tarde y sin parar prácticamente ni a mear, pondrán rumbo su marido de usted, su prole de usted la propia usted a Barcelona. 500 kilómetros más o menos de baile del tallarín, contorsionismo para alcanzar el chupete caído cada media hora y tensión máxima cuando ya no queda ni un mísero gusanito con el que aplacar a las fieras unido al llamado “síndrome de la madre viajera” producido por la necesidad de toda madre de viajar con treinta bolsas a los pies si va en el asiento del copiloto, hará milagros en brazos, espalda y piernas.

Por si esto fuera poco, el día se completa con la llegada a Barcelona a las 12 de la noche y el descubrimiento de que no tienen entre sus treinta bolsas la de los mini bricks de leche para el biberón de la niña, sin el cual esta se niega a dormirse. Carrerita ligera a la recepción  del hotel para adquirir lo más parecido a la leche que en ese momento tengan: un cacaolat. Con todo su azúcar. Gracias al chute de glucosa, la niña optará por correr de un lado a otro de la habitación durante una hora aproximadamente y usted aprovechará para trabajar abductores y glúteos mientras sujeta a la criatura en su carrera.

GASTO CALÓRICO TOTAL: 5.000 calorías

DÍA 2: Aproveche las posibilidades infinitas de ocio de Barcelona a bordo de su vehículo. A las diez de la mañana. No me diga le se asusta usted del tráfico, ¡que usted es de Madrid! Los coches negros esos que ve usted son taxis, y cada vez que uno le pasa rozando pierde usted 500 calorías ¿no es maravilloso? Para completar la sesión de la mañana, su hija decidirá chillar y berrear ante la pérdida del chupete y, de alguna manera, conseguirá deslizar un brazo por debajo de la correa que la sujeta a la silla y darse la vuelta hasta quedar atrapada y medio ahogada contra el respaldo. Siempre buscando la manera de que queme usted la mayor cantidad posible de calorías, su hijo mayor gritará “¡la niña se está ahogando!”. Frenazo en el semáforo y giro completo de torso hacia atrás para liberar a la rubia. Los coches negros que pitan como descosidos siguen siendo taxis.

A continuación, pasará usted a la sauna; y con “sauna” nos referimos al acuario de Barcelona atestado de turistas que acaban de salir por miles de algún crucero. Su hijo el mediano (el artista antes conocido como El Rubio) conseguirá mejorar su rendimiento físico desapareciendo aproximadamente 15 minutos, que para usted serán como 15 horas. Cuando consiga encontrarlo gracias a la labor de las chicas que venden las fotografías a la salida, entrenadas como nadie en localizar e identificar gente que ven en una foto, habrá quemado usted las calorías de todo el mes.

GASTO CALÓRICO TOTAL: 12.000 calorías

DIA 3: Como tampoco queremos que sufra usted un infarto, la sesión del tercer día se desarrolla en Cosmocaixa, que se aparca bien y hay menos gente. El trabajo físico se centra aquí en los reflejos y la rapidez. Soltaremos a los niños en la sala de los experimentos y usted deberá correr tras ellos agrupándolos una y otra vez; una misión casi imposible ya que todo les llama la atención. El pico máximo de pulsaciones se alcanzará en el momento en el que El Mediano (cada día menos Rubio) decida lamer un enorme bloque de hielo que hay en la sala de la materia y se quede pegado como en los dibujos animados. Tendrá usted que despegarlo usando su paciencia, una botellita de agua y una única mano, ya que en la otra sostiene a una niña berreante.

GASTO CALÓRICO TOTAL: 7.000 calorías

¡Ya lo tiene! Ha perdido usted en tres días lo que ganó en una semana. Ha perdido los nervios, la paciencia y la relajación. Bueno, y tres kilitos como tres soles, que el sistema funciona, no diga usted que no. Si quiere recuperarlos, planee un fin de semana en pareja para disfrutar de Barcelona, en otoño y sin niños.
 





-          A ver si anda ya la niña de una santa vez

-          Uy, no quieras que ande tan pronto, que pena, que se pasa muy rápido

-          No señora, no me ha entendido. ¡A VER SI ANDA YA LA NIÑA DE UNA PUTA VEZ!

Y mientras esto no ocurra, yo seguiré pasando mis horas vespertinas doblada como una alcayata. Aproximadamente tres horas cada tarde y el doble los fines de semana y festivos.

Hace un mes y medio yo me las prometía felices; mira mi niña, como echa pasitos ya, en quince días está andando. Pues no. En realidad, andar sí que anda, pero no ella sola como debería ser, sino conmigo como sostén. Doblada sobre mi misma, la sostengo por las axilas mientras ella se lanza a la aventura de descubrir el mundo de los bípedos. Por las axilas, que eso de ir con los brazos en alto como que no, que una es bípeda pero no tonta, y por las axilas es mucho más cómodo para la caminante, no para la sustentante.

He de decir que estoy pagando el crédito de los meses anteriores. Cuando las niñas de mis amigas reptaban como marines, la mía se quedaba dos horas contemplándose las manos. Cuando las niñas de mis amigas gateaban sin freno hacia la primera escalera o precipicio similar, la mía se entretenía viendo cómo los hermanos desmembraban gormitis. Cuando las niñas de mis amigas se escapaban de la cuna a las tres de la mañana para meter la cabeza en el wáter, la mía roncaba como un lirón doce horas seguidas; y claro, ahora ha llegado el tío Paco con las rebajas.

Porque ahora que ya las niñas de mis amigas andan solas que da gusto verlas, esta, que no sólo no ha gateado nunca sino que no ha sido capaz de darse la vuelta estando tumbada hasta los 13 meses, empieza, y con razón, a querer moverse. Su técnica de arrastre es mala, consiste en mover el culo un centímetro para adelante y un metro para atrás cada vez; en este plan puede tardar en llegar a la cocina lo mismo que un peregrino a Santiago y tanta paciencia no tiene. Su técnica de gestión del transporte público es mucho mejor: da un berrido y yo la transporto, a ella, a su melenón rubio y a sus diez kilazos. Y cuando se cansa de ir en brazos, amaga con tirarse al suelo y yo tengo que sujetarla para que ella vaya a husmear la basura o tirar al perro del rabo por su propio pie.

Me duele todo, sobre todo la riñonada. Los brazos también, aunque ya tengo algo de músculo y me quejo menos; pero lo de la espalda no hay pilates que me lo arregle. Últimamente estoy intentando doblar las rodillas en lugar del lomo, con lo que es probable que llegue al verano con los muslos tonificados. Bueno, al verano o a las navidades, que a este paso ya he perdido la fe en que se suelte a andar “cualquier día de estos”. El Iroman sí que lo voy a hacer, mira, aunque sólo sea para pasar unos días relajados corriendo una maratoncilla o un paseíto de 180 kilómetros en bici; algo suave.

 
 

Esto ya lo habréis oído más veces, no voy a venir yo aquí a estas alturas a descubrir la rueda. Por diversas razones, que van desde la experiencia previa a la falta de tiempo pasando por la enajenación mental transitoria, no se cría al primer niño como al tercero. Pero para tratar de examinar un poco más científicamente este hecho, procedo a apuntar diversas experiencias, basadas todas ellas en rigurosos hechos reales, utilizando una herramienta altamente tecnológica: la tabla del Word.

HECHO
NIÑO 1
NIÑO2
NIÑA3
Sueño
Utilizas cualquier método a tu alcance para conseguir que se duerma, y cuando al fin lo hace, lo depositas en la cuna como si estuviera relleno de nitroglicerina
Aprovechando que los dos se van a la cama a la vez, cuentas un único cuento o cantas una única canción ( o las dos cosas si se ponen cansinos)
La sueltas en la cuna y huyes sin mirar atrás
Alimentación
Sigues estrictamente las recomendaciones del pediatra, a quién no dudas en llamar a las tres de la madrugada si te asalta la duda acerca de si la judía verde va antes o después de la zanahoria.
Supones que no pasará nada si le das un poco de tortilla el día en el que cumple un año y no al día siguiente
A los seis meses come, sentada en el suelo de la cocina, trozos de jamón york que comparte con el perro
Revisiones médicas
Religiosamente, acudes al pediatra cada mes el día exacto en el que cumple un mes aunque la enfermera ya no sepa que inventarse para tenerte entretenida mientras él huye por la parte de atrás
Si el mayor también tose, aprovechas y ya que miren al pequeño
Cumpleaños feliz, cumpleaños…..espera Cariño, ¿alguien ha pedido cita para la revisión del año y la vacuna de la niña?
Ocio y tiempo libre
Cada día, si hace sol y la temperatura idóneas, acudes al parque para que tu hijo socialice e implemente la vitamina D, que lo has leído en Journal of Pediatrics
El carro, el balón, la bici, el triciclo, la bolsa de los cubitos, la merienda, las gorras, el perro y el altar mayor de la catedral de Salamanca cada vez que sales al parque
Señora, creo que su hija está comiendo tierra
Colegio
Te tiras un mes practicando con la guitarra “ el mamut chiquitito” para ser la madre más guay del día que los padres van a clase en primero de infantil
Gracias a la tecnología que nos ha dado el wasap, sabes el día que hay que pagar las excursiones, porque lo ponen en el grupo de la clase las que sólo tienen un hijo
Reciclas regalos del día de la madre que te hizo el primero cuando la profe pide que traigas “manualidades hechas con tu hija este fin de semana”
Vestuario
Todo nuevo y de primeras marcas
Mezcla jerséis heredados con chándals del primak
La única sudadera de rayo mcqueen sin agujeros, combinada con los vestidos que no dejan de regalarte
 
 
 
 

Pues señor: iba yo un día de esta semana a unas horas menos intempestivas en el tren (una es ninja, pero a veces se duerme, que le vamos a hacer) cuando, sin quererlo pero sin evitarlo tampoco, capta mi antena una conversación en el asiento de al lado entre dos mujeres aproximadamente de mi edad. Si tienen ustedes la misma falta de discreción y el mismo poco respeto que yo a la privacidad ajena, tendrán a bien leer esta breve transcripción de la conversación, que será más aproximada que literal dadas la hora de la mañana y el hecho de que si no me acuerdo de lo que he desayunado hoy no me voy a acordar de lo que hablaron estas buenas mujeres el lunes:

 

-          Mujer1: Pues me he pasado toda la semana pasada mirando colegios para la  niña, que el curso que viene empieza ya

-          Mujer2: ¿Y dónde la vas a meter?

-          M1: He visto dos, el concertado de los curas y el público del pueblo. El de los curas está nuevo, tiene un gimnasio enorme, un montón de ordenadores, y, mira, no es que yo sea racista, pero no hay ningún inmigrante.

-          M2: Ya claro, yo tampoco, pero no me hace gracia, en el colegio de mis sobrinos, que es público, han metido a dos niños que no hablan español en mitad de curso y solo hay un profesor de apoyo para todo el colegio. Los nuevos retrasan la clase

-          M1: Y además, el horario es hasta las cinco, y si quieres extraescolares hasta las seis, y yo, con el trabajo no puedo recogerla antes. El caso es que si la meto en el público, pagando las extraescolares y la ampliación de horario me sale casi por el mismo precio

-          M2: Es verdad, y por lo menos esta hasta las cinco dando clase y no perdiendo el tiempo

-          M1: Yo, es que con los 800 euros al mes que gano y que no puedo salir ni un día antes del trabajo, si me lo tengo que gastar en el colegio, casi que prefiero el concertado, que me da más garantías de ampliación de horario, porque el público tiene jornada continua.

 

Si a estas alturas de la conversación no han llegado ustedes ya al grado correspondiente de indignación puede ser por varias causas:

-a.- Que sean ustedes José Ignacio Wert, Lucia Figar o similar

-b.- Que regenten ustedes un próspero negocio llamado colegio concertado y no tengan el menor pudor en sajarles 200 euros mensuales a familias con un sueldo de 800 bajo la promesa bastante dudosa de que la mejor educación es la que se paga; la que se paga dos veces, porque esas familias ya han pagado con sus impuestos el concierto y luego lo vuelven a pagar.

-c.- Que me estén leyendo en el año 2034 tras pasar por unas 1.500 reformas educativas y no hayan sido capaces de entender ni una sola palabra de todo lo que he escrito anteriormente.

Yo, por mi parte, me bajé del tren y me fui a trabajar sin saber muy bien si reírme, llorar o gritar. O votar.

 

 

 
La semana que viene cumplirá diez meses mi último bebé. La Gordi es la última, no voy a tener más bebés. Así dicho suena melodramático, pero es que es verdad. Supuestamente, una vez que te ligan las trompas ya no tienes más bebés, vamos, eso me aseguraron las señoras ginecólogas del hospital que me ligaron las trompas de Falopio mientras discutían acaloradamente de temas laborales (que espero yo que no se les quedara ningún punto sin echar a la que se quejaban de las horas de guardias que llevaban). El caso es que ni mis tres cesáreas, ni mi economía podrían con un hijo más; con una buena economía y un útero sin suturas otro gallo cantaría.
Por eso, porque es la última, intento disfrutar del momento lo máximo posible. Es la última cucharada del mejor de los postres, es la última bajada de la pista de esquí. La última vez que tendré en brazos a mi recién nacido, la última vez en mi vida que amamantaré, la última vez que olisquearé una cabecita, la última vez que me dormiré en una postura imposible para que ella se acurruque en mi pecho, la última sonrisa desdentada, el último achuchón a esa tripa rechoncha antes de meterla en la bañera, el último aleteo loco con esos brazos gorditos, la última vez que se queda mirándose la mano con asombro.
Con el primero todo es nuevo y preocupante, con el segundo tienes que estar a dos bandas y casi no te enteras de lo rápido que pasa el tiempo. Pero esta es la mía, la definitiva, la última. Cada segundo que pase con ella lo voy a aprovechar, porque cada segundo que pasa es un segundo más mayor, un segundo menos de bebé.
No me gusta mucho dar consejos, este blog está hecho para contar mis aventuras y sobre todo mis desventuras de anti-heroína ninja; pero si pudiera dar uno a alguien que acaba de tener un bebé seria que sea consciente de que algunas cosas sólo pasan una vez. Vale, si, hace meses que tenías que haber ido a la peluquería y te mueres por tomarte un gin-tonic. Te dan envidia tus amigas que van al cine y siempre están monísimas y a ti parece que te hayan vomitado encima (espera, a ti te HAN vomitado encima).
No te preocupes, eso volverá.  Iras millones de veces al cine, a la peluquería y a cenar por ahí. Tus hijos crecerán y recuperarás tu vida anterior; pero sólo tendrás un bebé uno o dos años, no volverá a reírse de esa manera, no volverá a quedarse dormido con una sonrisa al terminar de darle el pecho, no volverá a balbucear mamamama mientras a ti se te derrite el alma. Eso solo pasa una vez, no pierdas el tiempo en agobiarte, disfrútalo. Aunque la casa parezca un vertedero y lleves cuatro días alimentándote de cereales con colacao. Ya comerás, ya dormirás, pero esos hoyitos de las manos se van a convertir en nudillos demasiado deprisa. No te lo pierdas.
 

He leído por ahí que hay un movimiento cultural-moda-o algo que propone tener una vida más lenta, apreciando mejor las cosas, sin prisas y así, y me ha dado una envidia que me ha salido urticaria y todo. Ojala pudiera yo, pero es que no tengo tiempo para tener tiempo.

En parte, o en todo, es culpa mía. Mia y de mi amígdala; la de mi cerebro, no las de mi garganta. Ese desagradable conjunto de neuronas impacientes y chillonas controlan mi cabeza y me hacen ir de ídem. Hay que entenderla, a la pobre amígdala; ella no sabe que vivimos en el siglo XXI, ella cree que aún estamos en el neógeno y que si me quedo demasiado rato quieta mirando un escaparate o apreciando una puesta de sol (y fotografiándola  para ponerla en el Instagram), vendrá un tigre dientes de sable y nos merendará a mi amigada y a mi sin ningún miramiento. Por eso lo más seguro para las dos es que yo no pierda ni un segundo en chorradas como dormir, tumbarme en el sofá, masticar la comida o caminar. Es mejor  poner lavadoras, pasar el mocho, engullir la comida y desplazarme en el patinete.

Ah, sí, el patinete, eso por lo menos es divertido, y me ahorro casi diez minutos entre el trabajo y la estación de cercanías, que viendo lo caro que está el minuto últimamente me ha salido bastante rentable. Me deslizo cuesta abajo a toda la velocidad posible que me permite la marea de transeúntes, visualizando el hueco entre señora con carrito de la compra y niñas de instituto y colándome entre ambas con un aullido de admiración por parte de las del instituto y uno de desaprobación por parte de la del carrito. Que digo yo que la que más tiempo ha disfrutado de la vida tendría que tener menos miedo a perderla a manos de una descerebrada con un patín y las que aún tienen mucho que vivir deberían agarrarse a su vida con uñas y dientes y apartarse de mi camino, pero extrañamente es al revés. Las amígdalas son muy raras.

Volviendo al tiempo que no tengo y que debo de gestionar fatal; ¿cómo lo hace la gente, de cuyas maravillosas vidas nos enteramos por las redes sociales, para pasar #unratitochachiconmiamorcito o #aquitiradasofaymantita?  En serio ¿qué estoy haciendo mal? Si me levanto a unas horas innobles y me acuesto tarde, más como walking dead que como ser humano y no ha habido ni media mísera hora en los últimos quince días en que me haya podido ir a correr (por no hablar de lo del sofá y la mantita que no se ni lo que es). La conclusión es obvia: mi amígdala y yo somos gilipollas.

O a lo mejor son los hombres grises. Los hombres grises que me han convencido de que para tener tiempo hay que ahorrar tiempo, y yo por más que ahorro tiempo más lo pierdo, porque se lo quedan ellos, y se van al caribe a gastarse mi tiempo, y se reparten tarjetas black para gastarse obscenamente minutos y minutos de mi tiempo. Basta ya. Si alguien va a dilapidar su tiempo voy a ser yo, este fin de semana que me busquen en el #sofaylamantita, eso sí, es probable que tenga que salir de vez en cuando a limpiar algún culo, pero en fin, tampoco se puede tener todo.

Pues señor. Allá por el mes de marzo, tuve yo una bebota rubia y rechoncha, a que la rotundidad de sus carnes hizo merecedora del nombre de “La Gordi” por parte de sus hermanos mayores. Era La Gordi una bebé de libro; dormía del tirón prácticamente desde el tercer mes de vida (y antes tampoco se despertaba más de dos veces por  noche, las cosas como son) y de las 21:00 a las 7:00 aproximadamente no había niña en la casa. Comía además estupendamente y lo que comía le aprovechaba tan bien, que ni un mísero cólico enturbió nunca nuestras tardes familiares.

 Todo era harmonía y felicidad hasta que llegó el momento de ir a la escuela infantil y con él, el ataque despiadado de los virus. Primero llegaron los mocos. Toneladas de ellos. La primera consecuencia de los mocos fue que le costaba mucho respirar sólo por la nariz, con lo que por la noche soltaba el chupete y esto hacía que se despertase y pidiera que alguien ( cuando digo alguien quiero decir yo) se lo volviese a colocar en su sitio independientemente de la hora de la madrugada que fuera. Por este motivo, mis noches, que antes consistían en dormir del tirón, se convirtieron en una suerte de tortura en plan Guantánamo. Soltaba La Gordi el chupete convenientemente coordinada con mis fases REM; la una, las tres, las cinco…mierda, las cinco, a la ducha que hay que ir al curro. Y así durante un par de semanas en las que el único momento en el que enganchaba sueño profundo era los veinte minutos de cercanías entre Pitis y Las Rozas.

La segunda consecuencia de los mocos fue el desbordamiento natural de los mismos hacia los oídos (no llegó a otitis, gracias a Dior) y hacia los ojos; lugar por el que desbordaron a través del lacrimal y terminaron produciendo una conjuntivitis que añadía picor en los ojos a la molestia previa de la nariz congestionada que ya sufría la pobre. Y que además me obligaba a ponerle el colirio mientras ella se resistía como bebé panza arriba teniendo que recurrir en muchos casos a sujetar a la niña con ambas manos y tratar de acertar en el ojo medio cerrado sujetando el frasquito de colirio entre los dientes. A día de hoy no sé si la conjuntivitis se le curó por el poco colirio que le cayó, pero sí sé que no tiene ni rastro de conjuntivitis en las orejas.

Y así estábamos hasta este pasado lunes, en el que por fin la fiebre hizo su aparición en escena, que ya estaba tardando. Llamada de la guardería mediante, la recogí con 38,5 de fiebre, pasamos (otra vez) por la pediatra para que me confirmara que  “es un virus, dale paracetamol si tiene fiebre”  ya tuvo que venir la artillería pesada. Gracias a mi bendita madre que se ha pasado la última semana en mi casa por las mañanas, he podido seguir viniendo a trabajar y disfrutar así de una de las semanas más movidas del año en el museo ( la Semana de la Ciencia) con el número mínimo de horas de sueño en el cuerpo que te permiten seguir vivo, pero no mucho.  Además, la suerte ha querido que esta semana coincida con una reunión que tenía al Samurai fuera de casa, y así yo, que me pasaba la noche durmiendo solo las dos o tres horas en las que el paracetamol hacía su efecto, me he venido a trabajar ( pero no me acuerdo mucho de cómo he estado llegando hasta aquí) y me he pasado las tardes haciendo deberes, jugando al Uno, cocinando, poniendo lavadoras, recogiendo y limpiando y rezándole a la Virgencita que, aunque yo no soy ni católica ni nada, que haga que esta noche la niña me duerma un par de horas más.

Ya es viernes, y siento que ya casi no me aguantan las piernas. Ha llamado el Samurai para decir que hoy estará ya de vuelta en casa a primera hora de la tarde. A esa misma hora tengo previsto comenzar mi hibernación de dos días, no me busquéis.