-          A ver si anda ya la niña de una santa vez

-          Uy, no quieras que ande tan pronto, que pena, que se pasa muy rápido

-          No señora, no me ha entendido. ¡A VER SI ANDA YA LA NIÑA DE UNA PUTA VEZ!

Y mientras esto no ocurra, yo seguiré pasando mis horas vespertinas doblada como una alcayata. Aproximadamente tres horas cada tarde y el doble los fines de semana y festivos.

Hace un mes y medio yo me las prometía felices; mira mi niña, como echa pasitos ya, en quince días está andando. Pues no. En realidad, andar sí que anda, pero no ella sola como debería ser, sino conmigo como sostén. Doblada sobre mi misma, la sostengo por las axilas mientras ella se lanza a la aventura de descubrir el mundo de los bípedos. Por las axilas, que eso de ir con los brazos en alto como que no, que una es bípeda pero no tonta, y por las axilas es mucho más cómodo para la caminante, no para la sustentante.

He de decir que estoy pagando el crédito de los meses anteriores. Cuando las niñas de mis amigas reptaban como marines, la mía se quedaba dos horas contemplándose las manos. Cuando las niñas de mis amigas gateaban sin freno hacia la primera escalera o precipicio similar, la mía se entretenía viendo cómo los hermanos desmembraban gormitis. Cuando las niñas de mis amigas se escapaban de la cuna a las tres de la mañana para meter la cabeza en el wáter, la mía roncaba como un lirón doce horas seguidas; y claro, ahora ha llegado el tío Paco con las rebajas.

Porque ahora que ya las niñas de mis amigas andan solas que da gusto verlas, esta, que no sólo no ha gateado nunca sino que no ha sido capaz de darse la vuelta estando tumbada hasta los 13 meses, empieza, y con razón, a querer moverse. Su técnica de arrastre es mala, consiste en mover el culo un centímetro para adelante y un metro para atrás cada vez; en este plan puede tardar en llegar a la cocina lo mismo que un peregrino a Santiago y tanta paciencia no tiene. Su técnica de gestión del transporte público es mucho mejor: da un berrido y yo la transporto, a ella, a su melenón rubio y a sus diez kilazos. Y cuando se cansa de ir en brazos, amaga con tirarse al suelo y yo tengo que sujetarla para que ella vaya a husmear la basura o tirar al perro del rabo por su propio pie.

Me duele todo, sobre todo la riñonada. Los brazos también, aunque ya tengo algo de músculo y me quejo menos; pero lo de la espalda no hay pilates que me lo arregle. Últimamente estoy intentando doblar las rodillas en lugar del lomo, con lo que es probable que llegue al verano con los muslos tonificados. Bueno, al verano o a las navidades, que a este paso ya he perdido la fe en que se suelte a andar “cualquier día de estos”. El Iroman sí que lo voy a hacer, mira, aunque sólo sea para pasar unos días relajados corriendo una maratoncilla o un paseíto de 180 kilómetros en bici; algo suave.